Sueños bajo el agua

Capítulo 11: "Razones"

A pesar de que ya tenían una idea bien fija sobre de qué trataría su nueva estrategia para enfrentar a los males que los acechaban, tuvieron que esperar a que el reloj de Abel fuera reparado, pues en el encuentro con aquellos seres hizo que se sobrecargara, y, por lo tanto, terminara destruyéndose en su muñeca provocándole graves heridas.

—Creo que hoy te entregaran el reloj. ¿Estás seguro de que quieres crear las semillas tu solo? —los dos muchachos (el rubio y el morocho) estaban caminando por uno de los pasillos hacia una de las salas de la nave que nunca antes habían visitado. Posiblemente era uno de esos momentos; uno de los pocos en los que podrían tener un instante de tranquilidad, después de todo, no estaban exentos de enfrentarse a toda clase de peligrosos. Sin embargo, todos estos acontecimientos que fueron naciendo, crearon un firme vínculo de amistad entre ambos individuos, cosa que quizás, Alan, no se esperaba que pasara, ya que él no era de interactuar con nadie, pero, sí entablaba relaciones con sus actuales compañeros, lo cual era un poco contradictorio, no obstante, no advirtió ese impulso sospechoso, que podría hacer que cambiaran sus hábitos.

Del angosto pasillo cerrado pasaron a uno con ventanales luminosos que mostraban un paisaje azul marino sin vistas de vida en sus profundidades. Ese lienzo era algo natural, pues en el océano de ese basto planeta debido a la terrible presión infringida en éste, no era posible la sostenibilidad, y aun a pesar de eso, ellos allí se encontraban. Más adelante el corredor terminó en un gran salón, con un recuadro de pared que ocupaba la mitad de éste y que en cuyo interior también se observaba la desoladora imagen. Abel: se acercó al ventanal, se paró junto al mismo, y empezó a mirar a la nada.

—Estoy seguro —respondió finalmente—. No podría estarlo más viendo todo lo que ha ocurrido.

—Pero amigo, yo también soy tan capaz como tú de hacerlo —refutó.

—Entiendo tu punto de vista, además, sé que crearías algo similar a lo que yo pienso, pero también sé que eso no sería lo mismo. No quiero ofenderte, sin embargo, la imaginación de cada uno es diferente, y no quiero asumir más riesgos como pasó con Talía —se medio giró para mirarlo. Aun con su explicación, Alan no entendía, por lo que le reprochó.

—Si tienes miedo de que me pase lo mismo que a Talía, voy a decirte que yo no soy como ella, además, debes saber que las personas evolucionan, así que no me subestimes —lo enfrentó diciendo estas palabras seriamente, así que Abel terminó por voltearse, y le respondió con firmeza.

—No es que dude de tus capacidades, es más, no eres sólo mi amigo, y no te considero el más valiente por serlo, sino que lo eres porque así lo demuestras. Lo que yo quiero decir es que tengo una idea bien planteada de cómo crear la semilla, por lo que deseo que respetes mi decisión; un solo error haría que las semillas fueran diferentes, así que, por favor, confía en mí como lo has hecho hasta ahora —tomó las manos de él entre las suyas y las apretó mientras rogaba en su interior, que de esa manera pudiera obtener el apoyo de su amigo, aparte, no dejaba de verlo directamente a los ojos, demostrando así su valor. Cuando su contrario vio su accionar, se sintió conmovido, y respondió al apretón de la misma manera.

—Está bien. Sigo confiando en tu inteligencia, y como nos has salvado hasta ahora, creo que en verdad tienes la capacidad de sacarnos de los aprietos, por lo tanto, tengo la fe de que vas a librarnos de nuevo —le sonrió un poco con algo temor en su corazón, aun así, eso no era nada, ya que sabía que su amigo podía contra cualquier cosa que se enfrentara, pues no estarían aquí ahora de no ser por él.

—Muchas gracias Alan. Eres un gran amigo —le soltó las manos, y volvió a voltear hacia esa vista vacía—. ¿No te parece que es un poco aterrador estar aquí?

—Pues… —volteó a ver lo mismo que su compinche, y entonces respondió con amabilidad— para nada. Aun si es en el más profundo mar, creo que me siento de lo más seguro junto a ustedes, en especial contigo, Abel —aquel comentario captó la atención del rubio, quien observó que su contrario se llevaba una mano al pecho y decía—. Tuve una vida muy dura, debido a que casi siempre mis amigos me abandonaban por sus propias razones. Creía que debía ser algo natural, aunque ahora, entiendo que no es así. Tú no me abandonaste ni en el peor de los instantes cuando cualquiera podría haberlo hecho. Y es por eso… —miró con un brillo especial en sus ojos a su contrario— por eso creo en ti Abel —inevitablemente el rubio sonrió, y las lágrimas casi caen de sus ojos al recibir esas hermosas palabras.

—Sólo tú puedes decir esas cosas, Alan —se llevó una mano a su rostro para limpiarse y luego agregó—. Vamos con los demás, seguro que nos están esperando ahora mismo —su allegado asintió, y se retiraron entre risas mientras se trasladaban ahora a la sala principal, donde el grupo recientemente recuperado los recibiría.

—¡Abel! ¡Alan, qué gusto me da verlos! —los saludó Yamil que al parecer ya estaba completamente recuperado de su malestar.

—¡Yamil! —dijeron al unísono, y trotando se acercaron a él.

—Me enteré de que si no fuera por lo que le dijiste a Talía no hubiera podido estar aquí ahora, por eso te debo una grande —dijo mientras le dedicaba una mirada a la chica, a lo que los otros dos masculinos siguieron su accionar, y le respondió el de ojos aceitunados.

—En realidad la persona que te salvo la vida fue Talía, no yo; ella creó el antídoto para que pudieras recuperarte. No hubiera sido posible si no fuera por ella —la castaña, quien estaba escuchando se ruborizo ante los elogió de Abel, y Alan al notarlo, le dio un suave codazo acompañado de una risa que iba de incognito. Misa que no estaba muy lejos lo notó y se acercó al compacto grupo de hombres.

—No creo que sea de buena educación hablar de las chicas a sus espaldas, además, somos todos compañeros y… —inclinó un poco la cabeza con un rojo que resaltaba en sus mofletes, y se interrumpió ella misma. De algún modo, se había quedado en la nada con sus pensamientos cuando les iba a decir algo, así que su hermano, en un humilde acto, intervino imitando una tos falsa que hizo que su hermana bajara de la nube en la que estaba.




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