Estaban nerviosos, más que nerviosos, estaban aterrados. La nueva tierra que pisarían hacía que sus sentidos estallaran y produjeran espasmo de angustia; vaya que estaban pasando por un mal rato, pero quizás la primera misión en mucho tiempo no sería tan mala, al menos eso pensaban para darse ánimos el uno con el otro.
—Bien, tenemos que hacerlo correctamente. No puede ser tan difícil el hecho de plantar una semilla nada más —le dijo el joven pelirrojo a la castaña, y ella asintió aun a pesar de su angustia. Sin embargo, era evidente que Talía tiritaba, y no iba a calmarse tan fácilmente, lo cual era algo que hacía que Yamil se pusiera aún más ansioso—. Por favor, ya deja de temblar, si no, me lo contagiarás —advirtió, aunque quizás sus palabras caerían en saco roto.
—Ah, lo siento —se disculpó agachando un poco la cabeza, luego de eso, entraron a la plataforma para ir a su siguiente destino.
—Irán a África, a la cascada que se encuentra entre Zambia y Zimbabue —Alan les informó antes de que partieran.
—Bien, gracias por la información, aunque no conozco ese lugar —respondió un poco desorientado el de ojos dorados.
—Yo sí lo conozco. Era un bello lugar; alguna vez viajé para allá con mis padres —le anunció, y aunque no lo pareciera, ella era una de esas chicas que tenían esas posibilidades de realizar grandes excursiones a otros continentes junto a sus familiares.
—Bien, mejor vamos antes de que suceda algo más, ya que deseo volver con mi hermana a mi anterior vida cuanto antes —le hizo saber, y luego el transportador los llevó al lugar planificado.
El despertar de ambos no fue nada agradable, ya que el caos empezó a desbordar sus corneas. Tal y como pasó con el primer grupo de compañeros, ellos se encontraban ante otra escena grotesca, sólo que en ésta desbordaba una gran cantidad de esa masa amorfa, y la misma estaba cayendo por los bordes de la catarata que estaba frente a ellos, incluso, sus aguas habían cambiado de un tono cristalino a un color venenoso, lo que hacía evidente que no se podría beber de esas aguas.
—¡No puedo creer cómo todo ha cambiado! ¡Y pensar que un año atrás era diferente! — exclamó Talía al ver el arruinado ambiente, pero Yamil la interrumpió posando su mano sobre su hombro para que girara a la dirección que iba a señalar.
—¡Mira eso! —le indicó con su dedo, y en seguida ella soltó un terrible chillido que contenía una gran carga de terror.
No muy lejos de ellos se encontraban toneladas de animales afectados; al parecer la fauna había sido liquidada por la guerra biológica, y aunque ya no poseían su piel ni sus órganos la emisión de los gases generaba una especie de ilusión que desbarataba los sentidos humanos. Tanto así era, que de a momentos parecía como si recientemente los hubieran matado, lo cual daba la sensación de que estaban haciendo una especie de viaje en el tiempo, pero con la diferencia de que se encontraban atrapados como en dos dimensiones alternas.
—Esto es lo más bizarro que he visto en toda mi vida —en lugar de estar asustado, Yamil estaba impresionado, aunque no era exactamente el caso de la muchacha.
—¡No digas eso! ¡No es bonito!
—No estoy diciendo que sea lindo, sino que es un poco raro.
—¿A eso le llamas “poco raro”? —respondió alterada elevando un poco las manos sobre su cabeza.
—Tranquila, tranquila, no es como si no lo supiera. De cualquier forma, no tenemos de otra que pasar por acá.
—¿No existe acaso la opción de que podamos plantarla aquí mismo? —preguntó ella.
—Pues… no lo sé, pero podemos preguntarle a Alan. Seguro que él sabe qué hacer —así que así lo hicieron.
—Aquí Alan. ¿Todo bien? ¿Han llegado bien? —se escuchaba decir desde el otro lado de la línea. Por otra parte, el morocho podía verlos claramente desde su reloj como lo hacía con el primer grupo.
—Estamos sufriendo creo que algún tipo de ilusión. Por eso queríamos saber si existía la posibilidad de plantarla aquí mismo donde hemos aparecido.
—Déjenme ver —con su reloj estaba cumpliendo con varias funciones al mismo tiempo, y una de ellas, era el análisis del terreno, o más bien, la zona en la que se encontraba el equipo. Sin embargo, el escáner no salió favorable, ya que dio como negativo—. Me temo que no podrán hacerlo en el área que desean, ya que parece que la semilla requiere lugares especiales para germinar, o por lo menos esa es la información que me aparece en el monitor.
—¿Entonces qué hacemos? No podemos avanzar con la imagen del lugar yendo y viniendo, es demasiado surreal y además marea un poco —le hizo saber el pelirrojo.
—No lo sé. ¿No tienen alguna idea? —preguntó Alan.
—Creo que tengo una —por lo que levantó su reloj Talía, y lo programó para crear un rastreador con éste—. Si usamos un detector creo que podemos dar con el sitió indicado.
—¡Muy buena idea Talía! Así no importará mucho que tengamos que ver o no —asintió la castaña feliz de ser de utilidad, y Alan se quedó tranquilo al saber que ellos ya podrían continuar con su travesía.
—Bien, entonces por ahora ya no me necesitan. Sigan con su viaje amigos, y suerte —la comunicación terminó, y una vez el aparato estuvo listo, se pusieron en marcha.
Mientras tanto, Misa y Abel, se encontraban con el problema de cómo lograrían traspasar el terreno. Debido a que ellos estaban muy lejos del punto a donde tenían que llegar, al rubio se le ocurrió la idea de hacer un vehículo, aunque no salió como lo esperaban; de todos modos, lo usaron para trasladarse. El transporte (que era una motocicleta) tenía forma de un plátano; sí, una banana. Quizás la idea se le atravesó a Abel en el momento menos esperado, o tal vez en ese instante tuvo algún antojo en especial; no se sabría decir a ciencia cierta.
—Quien diría que hasta los genios se equivocan de vez en cuando —la sonrisa de Misa se veía distribuida de lado a lado, mientras esto sucedía, se sujetaba con ambas manos a la cintura del conductor en lo que se acomodaba sobre la moto.