Sueños bajo el agua

Capítulo 15: "El club de los secretos"

La noche comenzaba a caer en aquel planeta desolado, y sus compañeros empezaban a preocuparse por la tardanza de sus allegados. Era normal que Talía y Yamil estuvieran tomándose su tiempo respecto a la plantación de la semilla, ya que el suelo era más duro que el acero, y al muchacho no se le daba para nada bien imaginar algo que rompiera dicho elemento.

—A este paso no llegaremos antes del anochecer con los demás Yamil —advirtió la castaña.

—¡Cállate! Ya sé que no llegaremos. ¡Esto es difícil! —gruñó el joven pelirrojo. A pesar de que había imaginado varias cosas diferentes, tuvo que sufrir varios fracasos.

Los objetos utilizados sucumbieron ante la tierra, ya que éstos apenas provocaron rasguños contra el firme suelo, y así fue como obtuvieron una pila de chatarra detrás de ellos, la cual estaba conformada por las creaciones del chico. Talía, al ver los reiterados fallos, se giró sobre sí para echarle un ojo a los desperdicios, y finalmente sugirió.

—¿Quieres que lo intente yo? —preguntó con cierta piedad hacia él, pues veía como el estrés inundaba el alma de su pobre acompañante.

—Bueno, ¿qué se le va hacer? Hazlo tú, a pesar de que ya creaste el agua hace media hora —se quejó, pues se sentía inútil frente a la situación.

—Está bien —y así lo hizo. De alguna forma, se le facilitó un poco más a ella crear dicha herramienta, aunque, aun así, tardó un poco más. Lo cierto era que la muchacha había avanzado mucho en sus tácticas con el reloj, logrando marcar una gran diferencia en el antes como en el después—. Listo. Creo que esto servirá —le dijo.

Un poco más tarde, probó la nueva herramienta, y empezó a penetrar el suelo. La facilidad con la que lo hacía era simplemente impresionante, por lo que ahora podrían plantar la semilla. Sin embargo, la noche ya estaba sobre ellos.

En la nave: Alan, Abel y Misa, se encontraban observándolos desde el pequeño monitor en su reloj.

—Parece que se les ha complicado demasiado —se le escuchó murmurar a Misa.

—¿Qué tal si va uno de nosotros Alan? —preguntó el rubio, pues claramente estaba preocupado de que estuvieran aún ahí a esos horarios. Nunca hasta ahora se habían arriesgado a pisar el planeta entre tinieblas, pues temían que algo los atacara o cualquier otra cosa pasara, y que eso estuviera fuera del alcance de ellos.

—Pero ya están por terminar, así que, no te preocupes tanto Abel —le aseguró más que confiado el chico, pues tan sólo les bastaba con enterrar la semilla para regresar, así que no era necesario enviar a nadie más.

—Está bien —respondió con cierto tono de inseguridad.

—Espera… ¿qué es eso? ¿Por qué la cámara se mueve raro? —preguntó Misa señalando la imagen, y los otros dos hombres allí presentes giraron hacia ésta.

El segundo grupo por fin había terminado de plantar la semilla: hicieron el agujero, colocaron la misma, y finalmente, vertieron el agua. Ahora volvía a temblar el suelo, y después de crearse la majestuosa flora, escucharon unos ruidos inquietantes tanto detrás como delante de ellos.

 —¿Qué es eso? —expresó alarmado Yamil.

—¡Más bien qué son esos! —señaló detrás de la misma enorme rosa que recientemente se había formado.

Entre las sombras, podía distinguirse unos cuantos meneantes ojos amarillos que se incrustaban sobre los dos integrantes del segundo equipo, y que, a su vez, provocaron que ambos soltaran unos gritos aterrados, e incluso, logró que el par se aferrara el uno con el otro. Afortunadamente, aunque también, a duras penas, Yamil activó su reloj para ser trasportados de regreso a su fortaleza. Mientras tanto, los chicos que observaban, se quedaron completamente perplejos, pues la cámara se movía a los lados, mostrando así los rostros aterrados de sus amigos, y, además, vieron como ahora desaparecían en el rayo trasportador. ¿Qué era lo que estaba pasando?

Los tres que estaban en la nave se miraron entre sí, y salieron de su calma para ahora levantarse presurosos hacia la cámara de trasportación. Al llegar, vieron salir a las corridas al segundo equipo, y éstos no dejaban la histeria de lado. 

—¡Chicos ustedes también lo vieron! —exclamó Yamil.

—¡Eran horribles! ¡Eran las criaturas más aterradoras que jamás he visto! —dijo la de lentes.

—Tranquilos, tranquilos, por favor. Lo más importante ahora es que no están heridos —afirmó Alan con un cierto toque de nerviosismo; él no podía actuar como siempre debido al extraño fenómeno recientemente vivido.

—¡Eran ojos que se balanceaban de lado a lado! ¡Todos amarillos! ¡Parecían bestias! ¡Y su pelo era negro como la misma noche! Te juro que si hubieras estado allí entenderías el horror que sentimos —le explicó de una forma precipitada, pues quería dar a entender lo que habían visto lo antes posible—. ¡Yo no voy a salir más de aquí! ¡Ese planeta es aterrador!

—Pero tenemos que ir Yamil, eso, si queremos volver a nuestras vidas normales —Abel quiso hacer entrar en razón a su allegado por la decisión precipitada que estaba tomando, pero el otro lo detuvo en el acto.

—¡Cállate! ¡Tú eres el único idiota que confía en esa mujer! ¡Bah! ¡Ni siquiera sabemos si esa es su forma real! —le reclamó el de ojos dorados al de orbes amatista.

—¡Ya basta! —gritó Misa, pues, el aparente ambiente de: angustia, recelo, y furia hacían que perdiera la paciencia—. No creo que Abel tenga la culpa de que estemos en esta miserable situación, así que cálmate hermano —el chico resopló por el resiente regaño, y luego bajó un poco los humos; la intervención que hizo su familiar fue un éxito—. Pero es verdad… lo que pasó hace un momento me dejó a mí también con los pelos de punta —se llevó una mano a la barbilla, y se acarició levemente ésta, lo cual indicaba que se había quedado pensando en algo.

—¿Creen que esas criaturas tengan que ver con lo que pasó con la cámara? —preguntó Abel a duras penas, pues tenía un nudo en la garganta, y se había guardado las ganas de contestarle a Yamil por lo que había dicho de él, aunque claro, la chica de ojos de oro le ganó de ante mano.




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