La pérdida de su hermana afectó más de la cuenta a Yamil, ya que su vivencia frente a lo ocurrido, fue más lenta y agonizante de lo que la misma Misa pudo haber experimentado en su propio papel, pues, lo que vio lo percibió todo en cámara lenta; tanta fue su impresión, que notó que su visión se tornaban cada vez más oscura, logrando así inutilizar ésta.
—Hermana, no… —su voz temblaba. El pelirrojo no quería reconocer que había perdido a su única familia. Ni siquiera tuvo la oportunidad de escuchar los últimos alaridos de aquella joven víctima, ya que su muerte fue muy rápida— no puede ser —ante el sonido de lo que parecía ser una lengua relamiéndose, sus ojos volvieron a sus alrededores, pero para su desgracia, eso sólo le permitió observar a la criatura que estaba frente a él, lo cual hizo que se avispara—. ¡Qué diablos! —ahora que estaba más atento, reconoció una fila de tentáculos rosados que salían de las innumerables “cabezas”; éstos parecían estar bailando con cierto aire de burla, y no tardaron tampoco en llegar a sobresalir unos dientes que dibujaban una sonrisa escabrosa en los múltiples rostros de la bestia—. Aléjate… ¡aléjate! —el pelirrojo, agitó el hacha de un lado al otro en lo que retrocedía, sin embargo, esa insignificante arma no le brindaría la suficiente protección, pues esa cosa se mofó de él y le demostró lo contrario a lo que Yamil creía, pues los lazos que salían de lo que parecía ser su inmortal cuerpo, lo atraparon de un brazo y del cuello—. ¡Suéltame! —vociferó; aun con esos ruegos, el abominable no le iba a dar ese placer, ya que tenía los planes de engullirlo también, así como lo hizo con su ser querido.
¿Ahora acaso ya no existía esperanza alguna para él? Había perdido a su hermana, estaba solo en un planeta completamente opuesto al que alguna vez conoció, el aire le empezaba a faltar, y el dolor en su cuello como en su brazo comenzaban a hacerse cada vez más vigentes. De pronto, los recuerdos iniciaron; cayeron sobre él como si se tratara de una película: los momentos pasados con Misa, el instante en que conoció a Abel y a los demás, e incluso, la situación en que se pelearon con Alan y el rubio en el pasillo; no podía olvidar cuan poderosa era esa amistad, tampoco podía dejar pasar su amor por su familiar. Unas lágrimas envueltas en tristeza se derramaron por sus mejillas, haciéndole creer que el tiempo iba igualmente en su contra, pues todo se volvía más lento y oscuro hasta quedar completamente envuelto en un frío color negro. “Este es mi fin, pronto estaré junto a mi hermana”, se dijo a sí mismo, pues no veía forma de escapar de esa situación. Sin embargo, entre las sombras, pudo escuchar un extraño sonido; era como si alguien lo hundiera en un mar, y a la par, le siguió un burbujeo que le llamó la atención junto con el eco inentendible de una voz; alguien cercano lo estaba llamando.
—¿Quién? —lo escuchó murmurar en su agonía la extraña bestia. La antes nombrada reflejaba tener consciencia, pues sus reacciones frente al estado del muchacho fueron de confusión, ya que le sorprendía que aún pudiera medir palabra estando en esa situación. Y sin saberlo, en la mente difusa de Yamil, la voz se volvía más clara: “Yamil, no te rindas… ¡no lo hagas!”. El chico no podía comprender quién le hablaba, aunque sí entendía que esa voz era cálida, y que esta entidad deseaba salvarlo de ese ser que quería atentar contra su vida. Allí todo tuvo sentido, pues sus ojos que estaban entre cerrados por la asfixia y que habían carecido de todo brillo, ahora se expandían al ver la figura de Abel quien le extendía su mano, “¡No estás solo! ¡Lucha!”, le gritó, y las burbujas que creía escuchar reventaron, al mismo tiempo, volvió en sí, lo cual desconcertó a la criatura, y esos ojos que casi carecían de vida se volvieron a encender.
—No… ¡voy a rendirme! —las manos del pelirrojo tomaron aquellos lazos oscuros que lo sujetaban, los apretó con fuerza, y tiró de ellos, pero sólo logró caer al suelo; no había hecho nada productivo contra su captor, no obstante, esto no terminó ahí. Sin sospecharlo, entre los forcejeos que provocaba el chico, la semilla cayó de uno de sus bolsillos para luego rodar hacia un pequeño y apenas húmedo estanque, una vez allí ésta se hundió en la tierra. Cuando Yamil se dio cuenta de lo ocurrido, pensó que había cometido un grave error. Esa semilla era importante, y dejar que se perdiera implicaba una falta enorme, más que nada por el esfuerzo que quizás le tomó crearla a su compañero, por eso, y con más desesperación que antes, quiso desenvolverse de esa situación, aun así, la escena anterior con Misa se estaba repitiendo, es decir, se asemejaba a cuando fue arrastrada dentro de la casa hacia las sombras. Sin embargo, el suelo empezó a temblar en aquel momento, al parecer, Yamil tenía la suerte de su lado, pues el ser demoniaco lo soltó por el temblor y se alejó, eso le dio la oportunidad de pensar en el reloj, aunque no antes de ver cómo aquella flor alcanzó a germinar en la zona purificando, una vez más, sus alrededores. Gracias al milagro que provocó la planta, el pelirrojo tuvo la oportunidad de probar una vez más el objeto que tenía en su muñeca, así que lo accionó, y finalmente, en esta ocasión funcionó. La teletransportación se activó, y ahora estaba nuevamente dentro de la nave.
En cuanto llegó sus pulmones se relajaron y comenzó a toser en busca de aire, lo que si no se esperó es que del otro lado de las puertas sus compañeros lo estuvieran esperando, y el primero en acercarse a él fue Abel.
—¡Aguanta Yamil! ¡Aquí estamos! —dijo el rubio tomándolo de los hombros para hacer que lentamente se incorporara.
—¿Qué diablos pasó? ¿Dónde está Misa? —preguntó Alan algo conmocionado, pues uno de ellos no había vuelto.
—Ella… ella… —no podía pronunciar palabra porque ahora las lágrimas le cortaban la respiración.
—Sabía que algo malo estaba pasando cuando no pudimos comunicarnos con ustedes apenas se fueron —aseguró Abel.