Sueños bajo el agua

Capítulo 22: "Palabras engañosas"

Como si hubieran sido absorbidos por la lucha que llevaban a cabo, ambos personajes (Alan y Abel), tomaron la innegable decisión de permanecer un momento en la absoluta nada después de la situación que vivieron junto a sus allegados, quienes eran ya de por sí muy pocos.

—Debemos seguir avanzando, sea con o sin ellos —mencionó al final el rubio, y aun a pesar de que quería sonar lo más convincente posible, muy en el fondo de su ser, su alma se desquebrajaba en pequeños trozos. El pelinegro, quien estaba a su lado por lo general, con el tiempo había aprendido a interpretarlo, por lo que desde luego sabía que su amigo no era tan fuerte como se describía, pero también tenía en cuenta que se esforzaba mucho más que otros. ¿Quizás era por responsabilidad? ¿Obligación? ¿O simplemente no lo podía evitar? Este chico no comprendía a ciencia cierta el porqué, sin embargo, y aún con la tristeza en el ambiente, apoyaría a su compinche, e igualmente, si al final terminaba por dejarlo atrás también, o inclusive tuviera que tomar la decisión de llegar al extremo de comportarse con rabia y malestar sólo para sacarlo de su profunda angustia, así lo haría.

—Sé bien que quieres parecer fuerte, Abel, pero no está bien que te sobre esfuerces, ¿sabes? Además… no fue tu culpa —le hizo un pequeño gesto para indicarle que sabía cómo es que se sentía, después de todo, había experimentado en primera instancia las diferentes facetas (por no decir caretas) que tenía la traición de quienes te rodeaban.

—Estoy bien Alan, no es como si no pudiera con esto —un intento de sonrisa surcó por los labios de Abel, quien parecía tratar de brindarle un poco de calma a quien consideraba ahora como su hermano. Y por parte del morocho, quien no comprendía por qué no bajaba la mirada y derrochaba lágrimas, le dejó de insistir por ahora y lo llevó consigo a hablar a su habitación para plantearse un poco lo sucedido. Quizás no era la mejor idea, aun así, no quería desistir en ayudarlo, por eso, es que el joven lo “secuestraría” para poder llevar a cabo sus planes.

Mientras tanto, Talía, estaba tratando de encontrar a Yamil, quien no deseaba formar ya parte de esa ridícula idea de transformar el mundo. Tuvo que ser paciente, pues pasó alrededor de unos veinte minutos hasta que por fin lo encontró. Aquel muchacho, había proclamado como su territorio un gimnasio que estaba instalado en la nave; sí, también contaba con ese tipo de instalaciones, después de todo eran humanos, y necesitaban cuidar su salud, y por lo que se veía a simple vista, Seitán había pensado en todo.

—Yamil, necesito hablar contigo —ella apoyó suavemente su mano sobre el marco de la entrada, y desde allí esperó por su respuesta.

—¿Qué es lo que quieres Talía? —dejó un par de pesas que tenía en sus manos caer al suelo—. Si vienes a convencerme de que Abel no tiene la culpa de nada, te advierto que no estoy de humor para tener esa conversación —la observó de reojo con una expresión un tanto amenazante.

—No es eso, quiero saber por qué dices eso de Abel.  Sé que hemos pasado todos por muchas cosas, en especial tú, así que quiero escuchar tu versión —se acercó a él y se paró a su lado dispuesta a oír su historia. Su contrarió volteó el rostro a otra parte, pues no poseía pruebas con respecto a lo que él decía, pero no podía dejar de creer en su hermana, quien ahora estaba muerta.

—No tengo tales pruebas, sólo sé las cosas que hizo Abel —mencionó cerrando los ojos—. Puede que no me creas, pero yo vi cómo apareció frente a mí cuando estaba en peligro. Sin embargo, él no hizo nada para ayudar a mi hermana —y agregó con cierta tristeza—. Él hasta ahora se ha comportado como un héroe, además, es sabido que un héroe no es uno si no salva a todos.

—Quizás en eso último tengas razón, pero… Abel estuvo con nosotros —esa respuesta hizo que Yamil apretara los labios y volteara hacia ella con una mirada llena de furia.

—¡Tú tampoco me crees! ¿Entonces para qué has venido? —le gritó, y naturalmente Talía se encogió un poco de hombros, no obstante, tomándose de la valentía que había adquirido como experiencia le dijo.

—¡Yo te creo! Tampoco me cuadra que él haya podido saber cómo es que esa inyección iba a funcionar contigo. Es cierto que él me dio el valor para salvarte, aun así… tampoco confió ya mucho en él, en especial después de lo que dijiste respecto a tu hermana —unas lágrimas cayeron por los ojos del pelirrojo y se las limpió con su antebrazo.

—Yo sólo tenía a Misa, el resto de mi familia murió en nuestro planeta; Seitán dejó que murieran —el joven sentía cómo su lengua se estaba enredando, por lo que tragó un poco de saliva—. Por eso es que no puedo creer que en verdad nos haya salvado. Esta nave es tan grande, y tiene tantas habitaciones… simplemente no me cabe en la cabeza tanto dolor, y no puedo dejar pasar lo que ven mis ojos, tampoco puedo borrar el recuerdo que dejó mi hermana —tomó algo de airé para seguir desbordando sus sentimientos—. ¡Fue tan horrible! Lo único que quedó de ella fue su brazo y algunos dedos que esa cosa le cortó —ante estas últimas declaraciones, Talía se acercó a consolar al pobre de Yamil, quien tenía el corazón partido en dos, porque por más que sonara ciertamente irracional sus ideas, ella las interpretaba como lo más coherente del mundo, ya que, como él bien expresó, no era el único que quedó sin familiares, además… ¿quién en su sano juicio aceptaría una misión suicida sin miramientos? O, ¿quién podría apoyar a semejante monstruo? Hasta ahora, Abel había aceptado la misión y arrastrado consigo a los demás, o al menos así lo veía Talía. Después de escuchar ese relato, ahora la de lentes tenía sus razones para culpar a Abel de todos sus males, o por lo menos, una parte de ellos.

—No te preocupes Yamil, todo esto terminará en algún momento, y como dije antes, definitivamente te creo —insistió. El muchacho levantó la vista para poder ver los ojos cafés de la chica, y con un gran brillo en sus hundidos parpados, se llenó de alegría de alguna forma.




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