Dentro de esa majestuosa construcción hecha de hierro y metal, no se podía apreciar lo que les regalaba la noche en su planeta. Las estrellas estaban muy lejos, y encontrándose en altas profundidades, ninguno de ellos lograría tener el deleite de observarlas. Sin embargo, aquello a lo que ellos llaman “base”, se dedicaba a cubrir sus necesidades, y no podía hacer excepciones con respecto a su sueño. Por eso, para fingir un poco lo que era ese ambiente que les ofrecía la tierra, las luces bajaban su intensidad, y en el techo de las habitaciones, brillaban pequeñas estelas de luces que fingían ser unidades galácticas, o más bien astros. No olvidemos tampoco los sonidos nocturnos: los característicos grillos, o las ranas de estanque, entre otras criaturas de la noche que hacían acto de presencia en campos o pequeñas ciudades, ya que éstos tampoco faltaban en la madrugada.
—Aún no me acostumbro a dormir con todas estas cosas —declaró Alan.
—Yo creo que es un bonito intento de hacernos sentir como en casa —sonrió a ojos cerrados el rubio mientras ayudaba a hacer la cama que habían improvisado entre ambos; por supuesto, se las arreglaron usando algunos colchones de otras habitaciones.
—No lo sé, igual terminemos de hacer esto —mencionó, y una vez finalizado el trabajo, cada uno se duchó. Alan lo hizo en su habitación, mientras que Abel fue a hacerlo en su anterior cuarto. Ambos habían decidido proceder de esta manera para no perder demasiado tiempo, y una vez listos, cada uno ya con su respectivo pijama, se trasladaron a la cama que le correspondía. Luego de acomodarse, por alguna razón el de ojos esmeraldas no podía conciliar el sueño, en consecuencia, decidió que era mejor hacer una pequeña charla con su amigo.
—¿Ya estás dormido Alan? —preguntó al aire, pues no sabría si le respondería o no.
—No, aún no —le aseguró.
—Creo que no puedo dormirme —soltó esa pequeña queja en lo que se llevaba la almohada al rostro, eso hizo que su voz se escuchara un poco menos entre tanto ajetreo de sonidos.
—No te escucho bien. Quítate la almohada de la cara —le sugirió—. Yo tampoco puedo hacerlo —ratificó. El muchacho al parecer hizo caso de la petición de Alan, y se quitó la almohada para que lo escuchara mejor.
—Extraño mi vieja vida… es decir, sé que no era muy buena, pero al menos no tendría que pasar por esto —mencionó con cierta tristeza, y Alan, que se limitó por ahora a escucharlo, le dijo lo siguiente.
—¿Cuáles eran tus planes antes de llegar aquí? —la voz del morocho parecía estar en calma.
—Quería terminar la escuela, trabajar, y con el tiempo… crear un pequeño negocio con el cual pudiera sustentarme. Quizás una cafetería o algo así —informó—. ¿Y tú Alan? —aunque no lo pudiera ver por la diferencia de alturas en las camas, él volteó a hacia su amigo.
—Veamos —se puso a contar con los dedos—. Creo que son muchas cosas.
—Bueno, tenemos tiempo, así que cuéntame.
—Está bien, una era declararme a alguien, estar en pareja, casarme, y quizás estudiar algo que me permitiera trabajar en algún tipo de editorial —le señaló.
—¿Tenías a alguien que te gustaba? —ante esta pregunta, Alan se encogió de hombros para luego permanecer en silencio—. Lo siento, no debí haber preguntado.
—No te preocupes —un suspiro salió de entre los labios del chico y con gran melancolía observó el cielo artificial—. Sabes… yo también.
—¿Tú también qué cosa?
—Yo también deseo volver a casa aún con todos sus defectos —e inevitablemente una lagrima cayó por el rostro de Alan, pero enseguida se la quitó; si se ponía a llorar ahora estaba seguro de que no se detendría y le dolería; le dolería demasiado el corazón, pues aún no aceptaba que estaba solo, y sin familia. Aunque no llegó a tener amigos en ese devastado planeta, contaba con el apoyo de aquellos que tenían su misma sangre, y eso lo apreciaba demasiado, en verdad lo hacía, sin embargo, ahora ya no estaban.
—Bueno, al menos nos tenemos a nosotros, ¿no? —le dijo el joven rubio, y al parecer esas palabras motivaron al otro para que se asomara desde la orilla de la cama.
—Lo haces sonar comprometedor —bromeó un poco Alan.
—¡No lo decía en ese sentido! —le arrojó la almohada en la cara a su amigo, y así se empezó a librar una batalla entre ambos, en la que terminaron completamente agotados, y finalmente, cayeron rendidos ante un mar de sueños.
Al día siguiente, cuando llegaron al comedor, se dieron cuenta de que el ambiente estaba lúgubre, no en si por su apariencia, aunque sí por el desagradable silencio que inundaba aquel espacio; apenas se escuchaban chocar algunos tenedores, cucharas y algún que otro elemento.
—Parece que no ha sido una buena noche para ellos —le susurró Alan a Abel mientras aún se encontraban a una distancia notable del resto de sus compañeros.
—Será mejor que simplemente no digamos nada —le sugirió por lo bajo, y entonces ambos simplemente se acercaron para poder servirse lo que había disponible en la mesa.
Extrañamente el incómodo silencio permaneció por un largo rato más, hasta que finalmente, Yamil como Talía se retiraron ignorando a ambos. ¿Qué era lo que ahora planeaban? Si bien ayer estuvieron discutiendo con el pelirrojo, y también tenían el tema de que podría estar de luto por su hermana, no había razón para que los ignoraran a ambos, bueno, por lo menos no tenía razones Yamil para ignorar a Alan, y mucho menos las tenía Talía.
—¿Crees que hemos pasado algo por alto? —preguntó el pelinegro con cierta sospecha de la situación recientemente vivida.
—Quizás… pero no sabemos qué puede ser —le dijo un tanto preocupado Abel. Aun cuando se tomarán el tiempo para meditar lo que esos dos se traían entre manos, no era tan fácil como pensar en Misa y Yamil juntos. Esto se debía a que Misa era como un libro abierto; ella siempre decía lo que pensaba y el pelirrojo le seguía la corriente, sin embargo, ahora las cosas poseían otro tinte, y el enigmático comportamiento después de la muerte de esa chica, hacía las cosas más difíciles. Aun así, Alan poseían las sospechas de que ahora Talía estaba también contra ellos, y eso a él no le agradaba.