Como si fuera una hermosa melodía de piano, el tiempo marcaba un son, dando quizás a entender que pronto llegaría el final de estos dos jóvenes, ¿pero en verdad llegaría? ¿Serían devorados o más bien arrastrados al olvido como ha pasado con Misa? Sea cual fuere la realidad de esta situación, la única verdad estaba debajo de ellos. Un ser monstruoso, el mismo que había atacado a Yamil y a su hermana, ahora estaba detrás de sus vidas.
—No vayas a soltarte Alan, ¿entiendes? —para fortuna de Abel, su amigo estaba sobre él, es decir, sujetado a unos pocos pasos más arriba.
—¡Ni creas que lo haré! —se le escuchó decidido. Definitivamente, el pelinegro no mostraba el más mínimo interés en rendirse. Sin embargo, lo que sea que estaba atentando contra la existencia de ambos, tampoco pensaba detenerse. Ahora era cuando necesitaban un plan, pues aquel ser estaba haciendo el ademan de querer llegar a ellos, no obstante, en lo que estiraba su brazo, la luz que apenas entraba en ese territorio parecía impedirle llegar a donde estaban, y claro, enseguida Abel se dio cuenta de esto, por lo que se le vino algo a la cabeza.
—Voy a ayudarte a subir, así que más te vale salir de aquí y plantar la semilla —le advirtió a su compañero, quien se mostró un poco confuso.
—¿Qué vas a hacer? —giró su cabeza lo más que pudo para ver al rubio, e inmediatamente sintió como lo levantaban, al parecer, el de ojos esmeralda lo estaba empujando desde abajo.
—¡Sube! ¡Apúrate y no me dejes todo el trabajo a mí o ambos caeremos! —no era una amenaza, era algo que podría suceder si Alan no se avispaba, de modo que el joven reaccionó a tiempo, y finalmente, subió. En cuanto llegó al otro lado, no pensó en lo que el otro le había indicado, si no que fue a buscar a su amigo y le extendió su mano.
—¡Ven! —le ordenó, pero la tierra tembló y, por lo tanto, tuvo que retroceder o si no caería dentro del hueco antes que Abel.
—¡Idiota! ¡Te dije que te fueras! —le reclamó el otro—. ¡Sí caes ninguno de los dos se salvará! —la única posibilidad que había se encontraba en aquella semilla, o al menos eso pensaba Abel; quizás purificando todo lograrían salir de ésta con vida.
—¡Pero…! —ahogó sus propias palabras, y las abandonó al entender lo que él le había dicho; probablemente tenía razón, así que, ya decidido, se puso de pie, pero como no sabía sobre el plan del muchacho, se fue con otro objetivo: buscar algo que le sirviera para sacar al rubio de aquella situación. No obstante, los temblores no cesaban, y para colmo, su cuerpo resbalaba sobre la superficie—. ¡Maldita sea! —apenas logró ponerse de pie fue a tratar de activar su reloj; casi olvidaba que lo tenía. Sin embargo, en cuanto intentó hacerlo nada sucedió, lo que hizo que se desconcertara—. ¡No puede ser! —se quejó estando a unos pocos metros de Abel. En aquel instante le hubiera gustado poder usarlo para ayudarlo, y en lugar de eso tuvo que conformarse, de modo que debió buscar otra opción.
Mientras tanto, el ser oscuro tenía la idea de llevarse a ambos, y dada su manera sádica de proceder, esperaba que en cualquier momento Abel se soltara gracias a los temblores, pero esto no sucedería de un momento a otro, porque pese a los movimientos, se aferraba con recelo a los bordes, e incluso clavaba sus uñas en éstos.
Alan volvió a sucumbir, y empezó a meditar sobre que sería inútil seguir escapando, aun así, para su fortuna, una soga que estaba atrapada entre el hielo morado empezó a descubrirse. No supo que tan grande fue su suerte en ese momento, no hasta que el suelo que lo sostenía tanto a él como a su amigo se desquebrajó de nuevo; se partió dividiendo el piso en una línea entre la cuerda y él. Aun contra todo pronóstico, el pelinegro sujetó el cordón antes de empezar a deslizarse con extrema rapidez. No obstante, sus manos empezaron a quemarse por la fricción, y al mismo tiempo, Abel ya no resistía, por lo que se soltó. Al notar que su amigo empezaba a caer, y con el dolor en sus manos (el cual lo motivaba a arrojarse también), recordó lo que el rubio había hecho por él, así que se empeñó más en sujetar la cuerda logrando mantenerse aferrado, e incluso, aprovechó la velocidad para llegar a la altura de su compañero, y justo en pleno aire, lo sujetó de la cintura con un brazo.
—¡Agárrate a mí Abel! —le exclamó con su voz algo quebrada, pues el suplicio que estaba pasando era aberrante. El otro asintió, y finalmente se abrazó de su cuello, aunque aun así se deslizaban por la cuerda debido al peso. Más adelante, Dios volvió a sonreírles, ya que al final de la soga había un nudo, el cual hizo que se detuvieran de un tirón.
—¡Ah! ¡Eso ha sido muy peligroso Alan! ¿Acaso no pensaste en usar el reloj? —le interrogó en lo que ahora miraba hacia abajo, después de todo, ellos apenas estaban a unos pocos metros de la terrible criatura—. ¡Diablos! —gritó un poco asustado Abel, pues nunca había estado tan cerca de las garras de la muerte como ahora.
—Lo hice, pero no sirvió. Aun así, no sé cuánto pueda resistir —le informó—. Espero que puedas pensar en algo rápido —de los ojos de Alan caían algunas lágrimas, y no era para menos; soportar ese ardor, era realmente terrible, y aunque adoraba a su amigo al igual que su propia vida, no se sentía con las suficientes fuerzas como para lograr mantenerse en esa situación por más tiempo.
—¡Dime dónde está la semilla! —le dijo apresuradamente.
—En mi bolsillo izquierdo —una vez que contó con esa información, Abel se mantuvo agarrado a él con uno de sus brazos, y con su otra mano hurgó el bolsillo que le había dicho. En cuanto encontró la semilla la arrojó contra la bestia, la cual abrió sus fauces que se encontraban justo en medio de lo que aparentaba ser su torso.
—Si esto no funciona… ¡será nuestro fin! —recalcó mientras el ser sobrenatural digería la semilla. Por unos instantes pesaron que realmente no lo tragaría, sin embargo, sus dudas se disiparon cuando escucharon claramente cómo pasaba por su “garganta”. Ante esto, y la falta de efectos, ambos pusieron una cara de angustia.