Sueños bajo el agua

Capítulo 26: "La verdad insuperable"

Los sonidos de la naturaleza frente al nuevo y restaurado paisaje empezaron a hacerse vigentes. Las primeras expresiones vinieron del chapotear del inmenso océano, después, llegaron los sonidos de los truenos, los cuales parecían querer azotar la tierra con una posible tormenta. Las posibilidades más tarde se volvieron hechos, pues una lluvia irracional cayó sobre ellos transformándose en copos antes de llegar al suelo, al parecer, la temperatura empezaba a volver a la normalidad en ese sitio, pero era algo que no les afectaba por los estatutos especiales que tenían en su poder.

—¿A qué te refieres con que estoy diciendo lo mismo? —a pesar de que el chico había hablado en voz baja, Dina pudo percibir su pequeño parloteo, el cual la llenaba de cierta preocupación.

—¡Tú no sabes nada de ella! —le gritó Abel, quien parecía un poco salido de sí. Sin embargo, la chica no sabía que tan normal era esa situación, pues estaba frente a un chico destrozado, que aparte se creía traicionado por una mujer a quien consideraba como su salvadora—. ¡No entiendo por qué Yamil, Misa y Talía, ¡se ponen contra nosotros para luego decir todas esas cosas sobre Seitán! —gritó de repente ahogándose un poco por la tormenta de nieve, pero al final siguió reprochándole a la morocha—. ¡Tú no entiendes que ella sólo quiere salvar nuestro mundo y a nosotros! —frente a las continuas e imparables palabras del rubio, la muchacha empezó cada vez más a fruncir el ceño; se estaba enojando, aunque más que nada era porque el rubio no salía de su evidente ignorancia.

—¡Deja de hablar un segundo! —frenó a su contrario poniendo su mano por delante; quería callarlo por ahora y tratar de razonar con él—. ¡Comprendo que creas que ella es tu salvadora, y que también sientas una gran admiración hacia esa mujer! ¡Pero no es lo que crees! —la zona en la que se encontraban comenzaba a llenarse de nieve, por eso pensó que era mejor trasladarse a otro lugar, y seguir con la discusión una vez estuvieran seguros—. Por ahora, vayamos hacia ese refugió, ya que allí podremos hablar mejor sin que la tormenta esté de por medio —la joven señaló un lugar lejos de ellos, el cual era un campamento abandonado, a continuación, tomó a los dos individuos, y se los llevó cargando a esa dirección. Respecto al accionar de Dina, Abel no se opuso, puesto que no tenía alternativa, a parte, ahora mismo no deseaba volver a la nave.

Al llegar a su refugio provisorio, Dina se adelantó para encender algunas calderas, y así, empezar a calentar el lugar, de paso, evitaría que la corriente que nuevamente se había establecido no dejara de funcionar.

—Por ahora estaremos bien con esto —se giró hacia los dos afectados y ayudó al que estaba consciente a acomodar al otro sobre unas mantas algo deterioradas—. ¿Ahora me escucharás?

—¿Acaso no te he escuchado ya? —respondió con otra pregunta. Era evidente que él no quería entablar conversación, y eso se debía a que deseaba ignorar la verdad, una verdad que implicaba a su heroína.

—Tarde o temprano lo aceptarás, y tendrás que vivir con ello. No digo que todo sufrimiento sea eterno, pero las personas suelen traicionarte, sea en menor o mayor medida —mencionó en lo que se sentaba junto al cuerpo de Alan, y Abel hizo lo mismo.

—Pero no entiendo porque… —el aire se le iba de los pulmones, impidiéndole así seguir hablando, y extrañamente, por primera vez, fue víctima de unos temblores; no, no era un terremoto, sino que él estaba tiritando debido al estrés. Al ver su reacción, llegó a entender lo importante que era Seitán para él y, en consecuencia, Dina posó una mano sobre el hombro de Abel.

—Quizás es algo que no está en sus manos.

—Un mundo en el que no existen los héroes —aquello se escuchó venir de alguna parte de la habitación como si fuera un murmullo, y no tardaron en darse cuenta de que aquello, provenía del morocho.

—¡Alan! —exclamó Abel con algo de euforia al ver que recobraba el conocimiento.

—Creo haber escuchado lo que hablaron —se sentó en su lugar y miró a la chica—. ¿En verdad Seitán nos ha traicionado? —Dina se veía tan decepcionada como ellos, por eso bajó la cabeza y asintió levemente.

—Sí, y creo que quiere que estemos todos muertos.

—¿En verdad le crees Alan? —preguntó un poco horrorizado el rubio.

—Bueno, también le debemos mucho a ella, y los relojes realmente no funcionan —le informó.

—Por eso es que no usaste tu reloj —musitó claramente impresionado, pues estaba ahora en un estado de shock.

—Respondiendo a lo que me dijiste. No, no podemos hacer nada, sólo seguir luchando. Está clarísimo que ella tiene más poder sobre nosotros, pero quizás encontremos una forma de salvarnos sí seguimos sus órdenes —asintió Alan ante estas palabras que ella les entregaba.

—Ya veo, entonces no queda otro remedio que seguirle el juego —mencionó. Poco después de decir esto Alan, Abel elevó su mano para accionar su reloj, al parecer, quería regresar a la nave.

—¡Abel! ¡No! —gritó Dina, sin embargo, no pudo detenerlo, y aunque Alan lo tomó de su muñeca fue transportado también de regreso a la nave.

Si bien Alan y Abel habían pasado por una amarga aventura, Yamil y Talía apenas empezaban con la suya, y esto sucedía mientras los otros dos muchachos habían pasado por esa situación.
Una vez más la arena regía debajo de sus pies, y el desolado mar de granos los recibía con un cuadro de moretones pantanosos.

—Nada alentador como siempre —se le escuchó decir a Talía.

—Bueno, no es para menos, estamos en un lugar poco agradable —aclaró el pelirrojo para luego empezar a caminar.

En esta ocasión, a los jóvenes les había tocado adentrarse en las desoladas tierras de Asía, más concretamente en Jordania. El territorio estaba cerca de la ciudad de Petra; se trataban de aquellas ruinas bien conservadas que fueron talladas hace dos mil años atrás, por lo que no se dieron cuenta bien dónde estaban parados; no hasta que traspasaron unos elevados pasillos de roca bien gruesa. La inquietud junto con las ganas de terminar su misión lo antes posible, no les permitía disfrutar de los detalles de tan maravilloso e indignante paisaje. Es así, como esquivaron los charcos venenosos, hasta llegar a lo que parecía un templo construido en la roca, y el mismo se conservaba bien a pesar de las terribles consecuencias de la guerra biológica.




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