Sueños bajo el agua

Capítulo 28: "Desconcertados"

Las sorpresas iban y venían, dando como resultado, un cumulo inaudito, inafrontable e inaceptable. Nuevamente la situación se repetía, e incluso, escapaba de sus manos: las confusiones, las traiciones, como así también las especulaciones, florecían al igual que las rosas en plena primavera, para luego producir un gran impacto en sus espectadores. En cualquier caso, no se permitieron deslumbrar por semejantes sentimientos, por lo que en primer lugar decidieron que era mejor llevar a Yamil a la recamara para que pudiera recuperarse, y no sólo a él, sino que también a Alan. El pobre, estaba realmente herido, y había quedado peor después de enfrentarse al hermano de Misa.

—No era necesario que hicieras eso —le reprochó Abel.

—Sí que lo era, él quería matarte, y tú no lo podías detener. Así que fue necesaria mi intervención, admítelo —le exigió en lo que el rubio lo ayudaba a recostarse en una de las camas.

—Bien, lo admito —sonrió con cierta pesadez, y luego se alejó un poco de su amigo.

—No pongas esa cara, de algún modo… todo pasa por algo —le dijo con cierta tristeza.

—No necesariamente tiene que pasar algo por algún motivo, a veces sólo pasa —le respondió.

—Pero es mejor pensarlo como te lo he dicho —refutó con algo de diversión.

—Sé que lo dices porque lo consideras como una especie de consuelo, pero al mismo tiempo es algo cruel. Creo que existen otros caminos —le aseguró.

—Sí, eso no te lo puedo negar Abel —invadidos ambos por la tristeza, dejaron que el humo que producía la recamara lo ayudara a curarse al morocho, y en lo que pasaba esto, saltaron a otro tema.

—Las cosas se pusieron difíciles. Ahora Yamil asegura que yo le he dicho que he matado a su hermana y a Talía.

—Sé que no fuiste tú. Pasamos la mayor parte del tiempo juntos y, además, yo te conozco bien. No eres capaz de hacerle daño a nadie, más que a ti mismo —las heridas de Alan empezaban a cerrarse lentamente, y eso hasta cierto grado provocaba algo de dolor, sin embargo, sabía sobrellevarlo.

—A veces él me hace dudar; todos me hacen dudar —aclaró con angustia.

—Cuando alguien te acusa tantas veces de algo que no hiciste, terminas por creértelo. No dejes que esto te afecte Abel. Sé firme, y recuerda que yo te estoy apoyando —a pesar de que Abel contaba con Alan, las presiones ajenas se veían más avasallantes que las buenas vibras que le transmitía su amigo. La luz directamente no estaba entrando por la ventana aun a pesar de que estaba ahí, y de eso el rubio estaba consciente, pero no podía encontrarla, y por lógica, se salía de sus parámetros. A estas alturas, ¿quién podría ayudarle si no era Alan?

—No me siento firme en estos momentos, y menos con lo que dijo Dina —le aseguró, y pronto se retiró de la habitación ya que no tenía nada que hacer ahí, puesto que no estaba herido, además, no aguantaba más esa charla. Sentía que por más que lo hablara, no obtenía ningún resultado, de modo que no lograba confortarse.

Luego de que Abel se fuera, Alan decidió que era mejor echarse una pequeña siesta hasta que terminara de curarse. Por parte del chico de ojos color esmeralda, él se fue a la habitación compartida y se recostó sobre la cama improvisada, así que una vez allí, el rubio se quedó pensando en miles de situaciones, es decir, en todo lo que había sucedido hasta el momento, ya que esas experiencias le carcomían el alma. Por lo visto, las malas lenguas habían logrado perjudicarlo de tal manera, que no era capaz de ver lo que él mismo había logrado con su esfuerzo, su valentía, y especialmente, con su amor. Contrariamente a lo que él esperaba respecto a esa meditación que estaba llevando a cabo, algo le llamó la atención, y eso era una especie de grillo metálico que se había subido sobre su cama. Se veía tal cual, como un insecto, incluso tenía un tamaño semejante, pero sus ojos, los cuales eran rojos, brillaban y parpadeaban como los de un robot.

El bicho saltó y fue hacia Abel, pero éste logró atraparlo en el aire, y para su sorpresa, era tan delicado, que con sólo apretarlo un poco hizo que éste se rompiera.

—¿Qué diablos es esto? —se preguntó, e inmediatamente cayó en la cuenta de que podría ser otra de las maniobras del enemigo, por eso es que se levantó y fue inmediatamente a buscar a su compañero. Apenas abrió la puerta, chocó contra algo, allí entonces notó que no era un algo, sino un alguien, y ese alguien era nada más y nada menos que Alan—. Estuve a punto de salir a buscarte. ¿Ya te encuentras bien? —le preguntó, y el morocho sonrió con normalidad, al parecer, no le había pasado nada, lo cual aliviaba al chico.

—Estoy bien Abel. ¿Por qué estás tan alterado? —le planteó aquello, y el muchacho enseguida le mostró su hallazgo.

—Encontré esto sobre mi cama, y casi me cae encima —le enseñó el insecto robótico—. Pero antes de que llegara a mí, logré aplastarlo —esto evidentemente hizo que Alan mostrara una expresión de preocupación, ya que estuvo durmiendo por un rato, así que si esa cosa lo hubiera atacado quizás no se hubiera dado cuenta. Sin embargo, tenía que esperar lo mejor, puesto que no estaba seguro si algo le había pasado como temía Abel.

—Bueno… lo cierto es que dormí un poco, así que no sé si me atacó o no —le informó. Ahora las inquietudes de su compañero iban en aumento gracias a lo que había dicho Alan.

—¡Eso evidentemente no es bueno! ¿Qué tal si se te metió en el cerebro y ahora intenta controlarte? —le dijo alarmado. Probablemente exageraba con la idea, pero todo hasta este punto era posible.

—No te preocupes, tengo una voluntad de acero —Alan era muy fuerte, muy convincente, y hasta cierto punto se parecía a Abel. No obstante, también era por ese motivo que el otro chico se preocupaba.

—Sí que tengo razones para alarmarme —ante las insistentes inquietudes del poseedor de ojos esmeralda, el pelinegro creyó que lo mejor era cambiar enseguida a otro tema.

—Sería mejor que fuéramos a hablar con Seitán respecto a lo que está pasando con Yamil, y hacer que ella aclaré todo este asunto —le aconsejó, y antes de que obtuviera una respuesta de su compañero, lo tomó de los hombros y se lo llevó arrastrando a la sala donde comúnmente sostenían las conversaciones con aquella extraterrestre. No es como si realmente esperara que ella lograra calmar el océano de males que los acechaban, sin embargo, era una buena excusa para hacer que Abel volviera en sí. Obviamente, el comportamiento de Alan era un poco extraño para nuestro protagonista, aun así, quizás la experiencia del insecto sólo iba dedica a él, y simplemente le estaba dando demasiada importancia.




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