Los movimientos del rubio empezaron a disminuir a medida que Alan lo sostenía, hasta que, pasado un rato, el chico por fin decidió calmarse y guardar silencio. Unos momentos después, el morocho aflojó el abrazo, y apenas lo hizo, el otro comenzó a tomar una ligera distancia en lo que se limpiaba las lágrimas de su rostro.
—¿Ya te has calmado Abel? —le preguntó a su compañero. La realidad era que Alan no sentía la más mínima empatía por ese sujeto, es decir, por Yamil; quizás muy en el fondo lo hacía, pero por ahora no lo percibía así. Sin embargo, eso no quitaba que se preocupara por su mejor amigo.
—¿Cómo puedes preguntarme eso después de lo que pasó? —le reprochó con un tono suave, pues no tenía las energías como para seguir gritando descontroladamente.
—¿Acaso no es normal hacerlo?, eres mi amigo, y te recuerdo que él no ha sido alguien que nos haya pintado el camino con rosas —le informó para luego agregar—. Aunque puedo admitir que quizás muy adentro de mí haya movido algo —después de hacer ese comentario, el rubio recordó la sugerencia de Yamil, por lo que tomó con ambas manos el rostro de Alan, lo cual sorprendió al otro.
—¿Qué haces? —le preguntó un tanto nervioso, pues estaban demasiado cerca.
—Solo quédate quieto —le ordenó. No es que tuviera alguna idea insana, aunque por la expresión que tenía el otro en ese instante, podía mal interpretarse, logrando que su contrario pensara en algo ridículo, y quizás en esa circunstancia… poco probable. Saliendo de las locas ideas de Alan, Abel agitó la cabeza del morocho, y de ésta saltó de su oreja uno de esos grillos que había visto en su cuarto—. ¡Lo sabía! —inmediatamente se sintió de alguna forma alegre por su descubrimiento, luego a este sentimiento le siguió el alivio y, por otro lado, más tarde le acompañó la molestia—. ¡Te lo dije! —lo regañó, pues le había advertido anteriormente, aun así, él le había hecho caso omiso.
—Tranquilo —tomó las manos de su amigo para detenerlo, pues ya se sentía un poco mareado de tanto que agitaba su cabeza, y se le quedó mirando a sus ojos esmeralda—. Estaba muy cansado, sabes… por eso pensé que tomar una siesta sería buena idea —cerró los ojos un momento esperando sentir el viento, sin embargo, no pudo hacerlo, eso le recordó que aún no habían plantado la penúltima semilla—. Es verdad, aún no terminamos la misión Abel —que el rubio hubiera mostrado preocupación por él, no significaba que se hubiera olvidado de Yamil, por eso respondió lo siguiente.
—¿Aún piensas en eso? —estaba algo desconcertado. Después de todo lo vivido, le parecía increíble que él aún esperara terminar con su trabajo luego de haber perdido a uno de sus camaradas. Mientras que, por parte de Alan, ante sus palabras volvió a mirarlo. Quizás el rostro del chico estaba demasiado calmo, no obstante, era más que nada porque Abel no había caído, así que tenerlo sano y salvo, hacía que su estado permaneciera incorruptible, además de que no sabía bien cómo actuar frente a esta situación, puesto que este caso no se parecía a los anteriores, después de todo, hasta ahora, sólo tuvieron que sufrir muertes indirectas, no desde primera fila.
—Sé que quizás suena irracional —iba a dar la misma respuesta de siempre, pero se abstuvo, y por esta vez, no quiso responderle.
—Tampoco pienses que he pasado por alto lo que has dicho antes —dijo bajando la mirada.
—Sólo dije lo que sentía. Creo que es normal no tener empatía hacía alguien que te ha hecho tantos males —ahora sí empezaba a adquirir una expresión más angustiada. El pelinegro no deseaba que su amigo se enojara con él, sin embargo, eso era algo casi inevitable por las circunstancias. En cuanto al rubio, inmediatamente terminó de separarse de él y le dio la espalda, luego empezó a caminar por las viejas escalinatas para seguir adelante, y en lo que lo hacía, le hablaba.
—Quizás tengas razón, aunque me molesta un poco —él sabía que estaba en lo correcto, aun así, tampoco era justo dejar morir a alguien de esa forma según su juicio—. Al menos tendríamos que haber intentado ayudarlo. Se dio cuenta de que estaba mal y se disculpó; yo creo que merecía una segunda oportunidad —los pies del muchacho sonaban contra la hierba y tierra seca, provocando sonidos ahogados en lo que avanzaba, mientras que el otro joven lo seguía detrás reproduciendo los mismos ruidos.
—Aunque le hubiéramos dado esa segunda oportunidad, seguramente Seitán no nos hubiera permitido salvarlo. Recuerda que ella tiene control sobre: nuestras cosas, sobre los relojes, sobre nuestras vidas —le hizo saber, y entonces su contrario se detuvo.
—¡Deja de justificarte! —le gritó encogiéndose de hombros y casi al borde del llanto.
—No es que esté justificándome —ahogó un poco la voz frente al tono elevado de su acompañante. Abel entonces negó varias veces con la cabeza y dejó caer unas cuantas lágrimas.
—¡Diciéndome eso cómo esperas que salgamos de esto! ¡Sólo me hace pensar que no hay forma de escapar! ¡Que no hay forma de seguir! ¡Que estamos atrapados! —ante la aflicción del chico, Alan buscó desesperadamente unas palabras para animarlo, como lo haría cualquier buen amigo; deseaba transmitirle sus esperanzas a pesar de todo lo que alguna vez dijo, y sólo había una manera de hacerlo: rectificándose.
—¡Aún podemos ser los héroes de nuestra historia! —gritó queriendo tapar sus males con su propia voz.
—Es irónico que digas eso después de decir tú mismo varias veces que en este mundo no existen los héroes —sin dudas eso era demasiado contradictorio, y levantaba una cierta nube de confusión en sí mismo. Si bien, Abel tenía razón, Alan siempre encontraba las palabras correctas, y esta no sería la excepción.
—Después de verte tratando de salvarlo, estoy seguro que existe al menos uno; definitivamente, tú estás más capacitado que yo —una agradable sonrisa se extendió por el rostro del que poseía aquellos ojos cafés—. Pero no me refiero únicamente a ese detalle, ya que incluso te has arriesgado a salvarnos a todos muchas veces, y sin pensarlo; sin siquiera titubear; eso te hace un héroe —el rubio finalmente se volteó hacia él, aunque ya con una expresión que lo caracterizaba más. En su faz, las gotas seguían viajando de sus ojos esmeralda atravesando así también sus mejillas, a continuación, siguieron su recorrido hasta caer el borde de su barbilla, en donde decidió finalmente limpiarlas, para así regresarle el gesto.