Sueños bajo el agua

Capítulo 32: "El último e inesperado punto"

Las esperanzas parecían renovarse con la vuelta a la nave, pero un giro en su destino, dio por hecho otro acontecimiento importante que los afectaría directamente. Su regreso no sería el esperado por ellos, ya que el reloj los envió a otro sitió determinado, el cual los dejó completamente desconcertados. En esta ocasión no se vieron afectados a nivel de consciencia respecto a su traslado, por eso no tardaron en darse cuenta en qué clase de lugar aterrizaron.
El paraje decidido por el objeto fue el siguiente: de entre las rocas, el árido suelo, sobresalían unas cabezas de piedra, algunas deformes, desgastadas y manchadas de esa violácea suciedad, que correspondían a formas humanas.

—No puede ser esto. ¿Estamos en otro continente? —dijo con un cierto tono de alarma Abel.

—Sí, creo que es la Isla de pascua —la suposición de Alan no era errada, estaba más que acertada, pues al dar un vistazo a sus alrededores, dieron por sentado que se trataba del lugar propuesto, eso, a pesar del nivel de deterioro que se marcaba profundamente en las rocas. Para esa altura, les tomó procesar la idea un instante (al menos al morocho). Ahora, con respecto a Abel, él lentamente fue consumido por el miedo, y aunque ese no era su deseo, se le notaba sobre la piel, ya que ésta se le volvió un poco pálida. En cuando el de ojos café notó el estado de su amigo, se giró y le preguntó lo siguiente con preocupación—. ¿Estás bien Abel? —le dijo al acercársele un poco para luego darle unas pequeñas palmadas en su hombro.

—Realmente no me siento muy bien —se encogió de hombros por el hecho de estar ahora en un lugar completamente ajeno a la nave, ya que le producía cierto terror que Seitán lo hubiera hecho adrede, y en teoría, con el gran motivo de entregarlos a ambos a los brazos de la muerte, sin mencionar, que Alan no estaba en las mejores condiciones. El rubio tenía la esperanza de poder llevar a su amigo a la cámara de recuperación, a la cual no se le dio la valiosa oportunidad de acceder, así que, temía en gran parte por la vida de ambos—. ¿Qué vamos a hacer si nos atacan? —volteó a mirar al que tenía los ojos marrones.

—Nos defenderemos como podamos —aunque era evidente que estaban en una gran desventaja, aún contaban con el sol a su disposición, o al menos eso creía Alan.

—Dices eso, pero ya está anocheciendo. Probablemente esa cosa venga en cualquier momento —era sabido que la bestia conformada por sombras estaba al acecho de sus corazones latentes, y que deseaba devorarlos con una gran devoción, por lo que, al conocer las intenciones de la bestia, tendrían que apresurarse, de ahí que la única opción que se presentaba era simplemente chocar contra la misma respuesta. Así fue como se vieron obligados a no confiar en su reloj, y a tomar la decisión ellos mismos sobre hacia qué dirección deberían encaminarse.

—Es verdad, nos queda poco tiempo. Entonces vamos para otro lado, y no confiemos en nuestros relojes porque ya sabemos los resultados —ante su propuesta Abel asintió, pero antes de que el otro se le adelantara, lo tomó del brazo.

—Espera, quiero hacer algo, así que siéntate —le ordenó. Alan no entendía bien su petición, no obstante, acató de todas maneras, aunque antes de eso, evitó tocar alguna de esas cosas gelatinosas que decoraban el suelo, por lo que después de que se acomodara, el rubio se acercó a su amigo y se rasgó algunas vestiduras para crear un vendaje provisional, el cual, a pesar de ser decadente, cubriría algunas de las más notables heridas del muchacho—. Al menos espero que esto te sirva de algo —se puso de pie y a su vez lo hizo el otro.

—Gracias —se miró ahora los vendajes improvisados, y luego observó el estado de su compañero—, aunque no era necesario; ahora pareceres un pandillero —sonrió, pero Abel frunció el ceño.

—No hagas esa clase de bromas en una situación como esta —le reprochó y simplemente su contrario suspiró.

—Lo siento, era sólo para animar un poco el ambiente.

—No te preocupes, yo lo siento más, ya que estoy algo nervioso por lo que pueda llegar a pasar —le informó, y al mismo tiempo empezaron por fin a caminar.

La zona que recorrían, expresaba que la isla, a pesar de no medir más de cien kilómetros a la redonda, la población que allí llegó a subsistir, fue bastante numerosa, sin embargo, ahora nada más había restos de lo que se decían eran casas, en donde algunos caminos derretidos por la mohosa sustancia violácea, apenas eran reconocibles.

—Nunca pensé que este lugar fuera tan terrorífico; hasta ahora sólo había escuchado y visto algún que otro documental de este lugar —le dijo Alan.

—Yo tampoco. Realmente no sé cómo hace la gente para vivir en semejante sitio —por ahora todo parecía verse bastante tranquilo, lo que levantaba ciertas sospechas, aun así, eso no llegó a ser evidente, debido a una distracción que sufrieron frente a una especie de piscina natural que rodeaba una de las costas: tenía forma redonda, las rocas negras se pegaban a sus bordes y había un pequeño espacio por donde rompían las olas e ingresaban como salían del hueco enorme. De no ser porque la vista estaba arruinada por esa desagradable sustancia que marchitaba las piedras y el agua, se vería realmente impresionante.

—Que increíble —se le escuchó decir sorprendido a Alan, quien luego avanzó un poco hasta llegar casi al lado de la superficie maldita, la cual no se movía para nada, pues carecía de vida.

—Yo no me acercaría tanto ahí Alan —le advirtió.

—No te preocupes, no es como si fuera a meterme dentro, aunque está curioso, ¿no crees? Si mal no recuerdo, éste es un punto turístico —le dio la espalda a la pileta natural al extender sus brazos, más tarde procedió a volver con su compañero. Su estadía hubiera sido más tranquila de no ser porque empezaba a verse al otro lado el final del día, lo que les permitía volver a llenarse de sombras de no ser por la luz de la luna que empezaba a hacer acto de presencia.




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