Sueños de Humo

2.- Impertinencia

El lugar era pintoresco, tal y como Julian se lo había prometido. 

La hermosa casa decorada con acabados de madera, tapices dorados y cortinas que combinaban con los colores en cada habitación. Las ventanas habían sido hechas de manera que toda la casa contara con luz exterior y no la de las lámparas, por lo cual solamente las usaban durante la noche. 

Los jardines eran maravillosos, y el lago frente a la casa le daba un aspecto casi mágico. 

Incluso al descansar sobre la ventana podía escuchar las olas del mar chocar contra el acantilado que se encontraba cerca de la casa. 

Se preguntó si los Vasco Avellaneda habían elegido ese lugar porque era el más apartado del pueblo o porque el risco no permitía que alguien se acercara sin que se dieran cuenta de ello. 

Charles se recargó sobre el marco de la ventana, observando como los niños jugaban frente al lago mientras la luz del atardecer aún les favorecía para tal acto. 

Extrañaba la hora del té, pero no podía exigirle a esa familia que se adaptaran a sus costumbres. Dio una calada y vacío la pipa con un par de golpecitos contra la pared. Se encontraba esperando que lo llamaran a cenar, debía estar en su habitación pero no podía soportar el encierro, más porque estaba escapando de uno. 

Casarlo. Su familia quería casarlo. 

Era un soltero deseable de veintiocho años con una vida de aventuras por delante, no iba a comprometerse con una mujer sumisa que lo único que deseaba era vestir de blanco y ser la señora de una casa. Eso no era para él. Pensó en su amigo Julian, a quien conoció en un carnaval cuando eran jóvenes. Juntos se metieron en problemas y juntos salieron de ellos. Nada como una pelea con franceses para establecer  lazos  con un amigo.  A él no le había  molestado comprometerse y casarse, a pesar de  que  habían  hablado  sobre  vivir  esas  aventuras  juntos,  subir  a  un  barco,  o  a  un  caballo  y llegar  hasta  donde  el  sol  tocaba  el  horizonte. 

 No  podía  culparlo  por  renunciar  a  eso,  pues Mireya  lo  había  cautivado  en  cuanto  la  conoció  en  aquel  baile,  se  casaron,  tuvieron  hijos  y Julian  parecía  no  caber  dentro  de  sí  mismo  de  tanta  felicidad.  Incluso  hizo  que  Charles  se planteara  la  idea  de  casarse…  no  con  una  mujer  elegida  por  su  familia,  si  no  por  alguien  de carácter  firme,  como  su  amigo  describía  a  las  españolas. Aunque  la  única  española  que  conocía  fuera  de  Mireya,  era  la  hermana  de  Julian,  la  cual  le habían  presentado  esa  misma  tarde.  Con  quien  trató  de  ser  amable  y  terminó  siendo llamado  cuervo.   

Sacudió  la  cabeza  y  se  levantó,  guardando  la  pipa  en  la  bolsa  interior  de  su  chaleco.  Él  no estaba  ahí  para  conseguir  una  esposa,  Charles  había  pedido  refugio  a  Julian  para  escapar  de su  familia  aristócrata.   

Escuchó  como  los  llamaban  para  cenar,  así  que  bajó  las  escaleras,  haciendo  un  molesto ruido  con  sus  zapatos  que  a  su  madre  hubiera  sacado  de  sus  casillas.  

Entró  en  el  comedor  y observó  como  la  mesa  se  encontraba  ocupada  por  Julian,  Mireya  y  sus  tres  hijos.  Había  dos sillas  vacías  pero  con  los  platos  puestos  al frente, como si alguien pudiera  llegar en cualquier momento a  mitad  de  la  cena.   

―Buenas  noches― saludó Charles  y  tomó  asiento  frente  a  Julian,  al  lado  de  los  niños.  

 Uno  de  los  sirvientes  se  acercó  a  servir  vino  en  su  copa,  mientras  que  veía  como  Julian  se inclinaba  sobre  Mireya  y  besaba  su  mano.  No  temían  mostrar  su  afecto,  como  en  su  propia familia. 

―Espero  que  te  guste  la  cena,  Charles―  comentó  Mireya.

―Estoy  seguro  de  que  será  deliciosa.  

 Estuvo  a  punto  de  agregar  otras  palabras,  cuando  las  puertas  a  la  cocina  se  abrieron  y salieron  los  sirvientes  con  el  platillo  principal.  Era  una  clase  de  sopa  que  Charles  no  supo reconocer,  pero  dejó  de  importarle  al  disfrutar  el  sabor  y  la  textura.   

Levantó  la  cabeza  de  observar  su  cena,  para  dirigir  su  atención  a  un  ruido  en  la  entrada.  

 ― ¡Úrsula!―  gritó  una  voz  masculina. 

Julian  se  puso  de  pie  y  se  dirigió  a  las  escaleras.  Poco  después  regresó,  acompañado  por  un hombre  muy  parecido  a  él,  de  cabello  entrecano  y  un  traje  que  esa  mañana  debió  haber estado  limpio. 

―Charles―  dijo  Julian  con  reservada  actitud,  el  hombre  se  apoyaba  en  él―.  Permíteme presentar  Don  Alberto  Vasco  de  Avellaneda,  mi  padre. 

Se  puso  de  pie  casi  de  manera  inmediata,  una  práctica  que  no  podría  olvidar  aunque volviera  a  nacer. 

―Es un honor conocerlo― comentó Charles. 

― ¿Dónde está  Úrsula?―  preguntó  Don  Alberto,  sin  siquiera  mirar  en  su  dirección. 

―Ha  viajado  para  ayudar  a  Catalina  con  su  hijo―  explicó  Mireya―.  El  nuevo  niño  en  la familia. 

―Si…― murmuró Don Alberto. 

Y  se  marchó  en  dirección  a  las  escaleras,  el  mayordomo  se  acercó  para  ayudarlo. 

Charles  apostaría  su  ridícula  fortuna  a  que  el  hombre  se  encontraba  en  estado  de  ebriedad. 

Escuchó  a  los  niños  murmurar  algo  y  a  Mireya  mandarlos  callar.  Después  de  eso,  la  cena pasó  sin  mayor  contratiempo.   

Mientras  se  encontraban  en  la  sala,  bebiendo  vino  y  disfrutando  del  postre,  una  segunda persona  interrumpió  la  conversación.   

―Lamento  no  haber  estado  en  la  cena―  dijo  Catarina  y  se  acercó  al  lado  de  Mireya,  para tomar  de  los  pequeños  pasteles  de  limón.   

Julian  le  dio  una  mirada  divertida. 

―Es casi un acto de misericordia que decidieras acompañarnos durante el postre― exclamó él. 

―Me  temo  que  los  he  librado  de  una  mala  compañía.  El  cuervo  de  esta  tarde…―  dijo, mirando  en  dirección  a  Charles―  ¿Por  qué  lo  han  dejado  entrar  en  la  casa? 



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En el texto hay: familia, romance

Editado: 08.06.2021

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