Decenas de relucientes naves adornaban aquel lugar de aparcamiento, frente a ese establecimiento de mala muerte. Ether no solía frecuentar lugares así, pero la nota en su bolsillo le pedía que fuera a aquella taberna, montada en el lado iluminado de un solitario asteroide.
Ether se encontraba indeciso, sin poder apartar la mirada de la brillante puerta cromada del lugar, que generaba un molesto reflejo en el visor de su casco. “¿Qué debía hacer?”, pensó cerrando su puño sobre el holopad en su bolsillo, “¿esperaría a su hermana? ¿o entraría solo a confrontar a quien le mandó ese mensaje?” Cuando se dio cuenta, ya estaba caminando hacia el descuidado establecimiento. Pronto, las puertas cromadas se abrieron frente a él, revelando una pequeña cabina, con otra compuerta en el extremo opuesto. Dio un paso al frente, y las puertas se cerraron tras él. Las boquillas dispuestas en las paredes llenaron el reducido espacio con aire respirable. Se sacó el casco tan pronto como se abrió la segunda compuerta.
El local se abrió ante Ether, con una atmósfera cálida, pero inundada por el olor del alcohol. La mayoría de las mesas se encontraban vacías, pero los pocos presentes se encargaban de llenar el lugar con sus potentes voces, y desagradables sonidos. Ether se aproximó, esquivando algunas meseras, a una mesa en el otro extremo del lugar. En ella se encontraba una mujer, rondando los cuarenta años. Un robusto collar de plata adornaba su cuello. La mujer no apartaba la vista de los papeles que habían quedado desparramados por toda la mesa entre las botellas de licor. En ellos podían apreciarse fórmulas y diagramas, que no lograban sino solamente confundir a todo el que los viera al pasar. El chico se sentó enfrentado a la mujer, quien tardó unos minutos en notar su presencia. Esta levantó la vista hacia él, con una sonrisa cansada dibujada en su rostro.
- Así que aceptaste mi invitación – dijo la mujer escudriñando al chico hasta donde la mesa le permitía ver. Se bajó un shot de aquel brebaje, que había estado tomando, antes de continuar –. Has crecido mucho desde la última vez que te vi. Pero eso fue hace cuanto, ¿cinco años?
- Diez – la corrigió Ether –. Fue hace diez años que te fuiste y nos dejaste solos a mi hermana y a mí – la rabia que cargaba desde que llegó al lugar, le dio a su voz un tono áspero no acorde con un muchacho de 17 años –. Ahora dime, ¿para qué me has llamado aquí?
- Estrellas, ¿Así saludas a tu madre después de tanto tiempo? – sus ojeras parecían haberse tragado la indignación que en ese momento quería expresar.
- ¡¿MI MADRE?! ¡¿La que me abandonó cuando tenía siete años? ¿La que me dejó a cargo de mi hermanita? – Ether trataba de aguantar el quiebre de su voz - ¿Y todo para qué? Veo que aún no has logrado terminar tu estudio.
La mujer bajó otra vez su vista a los papeles desperdigados frente a ella. Era verdad. Tras la muerte de su esposo, ella se había enfrascado en su estudio de “La desviación cuántica, y su aplicación en los viajes interestelares”, pero en todo ese tiempo no había podido comprobar su teoría. Se veía cansada, derrotada, sin una gota de esperanza de que algún día pudiera completar su estudio. Aquella reunión parecía un intento de volver a entrometerse en la vida de sus hijos. Pero, aun así, ella no dejaba ir los papeles con fórmulas y resultados que hacían parte del informe de su investigación.
- Si, se que he hecho mal en abandonarlos – dijo la mujer jugando con el pequeño vaso de metal entre los dedos –. Pero eso ya pasó – apoyó con fuerza el vaso en la mesa –. No he llegado a ningún lado con esto – su mirada se encontraba oculta por su larga cabellera negra, que se había tirado para adelante cuando bajó la cabeza. Y creí que, tal vez… podría volver… que tu hermana, tu y yo podríamos ser… una familia de nuevo…
Su voz se había vuelto frágil. Ether casi podía oír el golpeteo de sus lágrimas contra los papeles que parecían funcionar de mantel, pero no dijo nada. El silencio que se había formado en aquella mesa parecía opacar los gritos y chistes de los demás presentes.
En eso, Ether percibió una voz familiar en el ruido de fondo. Una voz aguda y femenina. Volteó de golpe. Cerca de la entrada, su hermana se encontraba forcejeando con un hombre que la triplicaba en tamaño. El chico se paró y fue a socorrerla. La madre, al notar esto, levantó la cabeza, y simplemente se quedó allí sentada viendo la escena.
- ¡Ya suéltame, gordo estúpido! – gritó la hermana de Ether, tratando de soltar su brazo del agarre del hombre.
- Oh, vamos, ¿por qué otra razón entraría una chica como tu a un lugar de mala muerte como este, sino para buscar a alguien con quien pasar un buen rato? – dijo el ebrio hombre con una mirada lasciva.
- Ya suelta a mi hermana – saltó Ether, pegando una patada al brazo del hombre, quien soltó su agarre –. ¿Estás bien, Alia?
- Si, bien – respondió esta frotándose el brazo –. Gracias.
- Bien – agregó más relajado Ether, mientras le tendía a su hermana el libro que se le había caído cuando el hombre la agarró –. Vámonos.
Ether la ayudó a parar. Alia dirigió su mirada a atrás de su hermano, a la mujer con quien él estaba hablando cuando llegó. Creía haberla visto antes, pero no podía recordar cuando ni dónde. Estaban por salir del lugar, pero se detuvieron al oír un clic a sus espaldas. Al voltear vieron al hombre de antes, quien les apuntaba con un arma.
- Zigahn energética – dijo el hombre al notar que las miradas de los chicos se encontraban sobre el rifle –, diseñada para hacer agujeros en el casco de naves de suministros. Me pregunto que pasaría si le disparara a alguien con ella.
Las miradas de los chicos se habían llenado de temor. El hombre jaló el gatillo, pero Ether logró tirarse con su hermana al suelo antes de que el disparo les diera. En cambio, este impactó contra la pared tras ellos, una de las paredes exteriores del establecimiento. El agujero que había hecho debilitó la estructura de esta, haciéndola colapsar. La gravedad artificial del lugar falló, y todo en el interior de la taberna empezó a ser arrastrado hacia afuera, al vacío del espacio.