Sueños de Madrugada

IA del Sol

Ese fue un día oscuro. No porque las eternas nubes cubrieran el Sol, ya que la torre de la IA fungía como el perfecto sustituto. Sino debido a aquella cabina de curación en la enfermería del palacio, donde yacía el cuerpo sin vida del príncipe. Una enfermedad degenerativa, que solo afectaba al 1% de la población, fue la culpable de la oscuridad que ese día se cernió sobre la ciudad.

Devastados, los reyes mandaron a descargar su conciencia en un cerebro artificial. Pero cuando estaban por colocarlo en un nuevo cuerpo, dudaron. Dudaron porque en su cultura las máquinas eran consideradas seres divinos. Pero también dudaron, porque esas mismas máquinas eran tratadas como algo ajeno, algo extraño, algo no humano. Que un humano tuviera alguna parte robótica era considerado tabú. Aún peor sería tener un cuerpo totalmente mecánico. Pero en ese caso, ¿podría todavía ser considerado un humano?

Dudaron por años, atesorando la conciencia de su hijo junto con sus más valiosas posesiones, en su alcoba. Ya se acercaba el cuarto aniversario de su partida. Todos en el reino se reunían para elevar sus condolencias a los reyes. El joven príncipe había sido amado por todo el reino tanto antes de su muerte, a sus 16 años, como también después. No habían sido los reyes quienes propusieron esta deprimente conmemoración, sino su pueblo. Pueblo el cual rumoraba sobre la preservación de la mente del príncipe, y esperaba su vuelta.

***

- Ya están aquí – un guardia se asomó a los aposentos del Rey –. Ya llegaron sus súbditos, Su Majestad.

- Hágalos pasar a la Sala del Trono – ordenó el Rey. Su voz ronca denotaba a la perfección su avanzada edad –. Bajaré en un momento.

El Rey, un hombre de mediana edad, pero que aún conservaba el vigor de sus años de gloria, ya se encontraba arreglado, vestido con sus mejores ropas negras. Pero no se dirigió a la puerta por la que había desaparecido el guardia. Él le dio la vuelta a su enorme cama y se acercó a la gigantesca compuerta cromada que adornaba la pared principal de la habitación. Un láser se disparó hacia su ojo, un escáner de retina, y la puerta se abrió.

- Bienvenido, Rey Xendrix III – una voz artificial le dio la bienvenida al Rey, quien entró en la habitación llena de procesadores y cables. Y una gigantesca ventana circular que ocupaba la totalidad de la pared opuesta.

- Buenos días, P.H.A.R.O. – le contestó el Rey a la IA, al tiempo que se acercaba hasta una consola ubicada en el centro del lugar –. Por favor mantente brillante para iluminar este día tan oscuro – y empezó a escribir un par de comandos en la consola.

- Esa es mi única función parece – el tono monótono de la IA pareció transmitir molestia.

- Es la primera vez que te oigo hablar con sarcasmo – comentó el Rey mientras terminaba de tipiar sus directivas para aquel día.

Tras decir esto, el Rey se retiró de la habitación. La cámara, que cumplía la función de ser los ojos de la IA, llegó a captar al Rey inspirando coraje para salir, antes de que las gigantescas puertas metálicas se cerraran.

"Correr análisis de todas las unidades robóticas en el área", comandó P.H.A.R.O. al sistema, "853 unidades operando con normalidad", le respondió el sistema de control robótico. P.H.A.R.O., Principal Hegemonic and Automatic Robotic Organizer, era el programa responsable del control de las unidades robóticas que eran desplegadas por todo el reino. Una mente de colmena que conectaba con todos los robots existentes en el reino. La luz que emanaba de su cúpula central podía llegar a iluminar la capital entera incluso durante la noche más oscura.

P.H.A.R.O. apuntó su cámara por fuera de la gran ventana circular. Su capacidad de acercamiento y altura privilegiada le permitían ver cada rincón de la ciudad, aunque sin poder abandonar su confinamiento a esa perdida habitación en la cima del palacio. Pudo ver a la multitud agruparse a las afueras de la entrada principal. Pudo ver a la gente emocionada al momento en que se abrían las puertas, pero también ver el dolor que cargaban, coronado con sus atuendos negros. P.H.A.R.O. se conectó al audio de uno de los comunicadores de uno de los guardias y pudo escuchar lo que decía la multitud. Escuchó a la gente hablar de las "grandes obras" que había realizado el príncipe en vida. Sobre como una vez el príncipe ayudó a una señora en el bazar con sus compras, de cómo, en otra ocasión, el príncipe había ayudado a un niño a encontrar a sus padres, cuando este se perdió por las calles del reino, o como la vez en que el príncipe ayudo a bajar a un gato que se había quedado atorado en un árbol. P.H.A.R.O. no podía comprender porque tantas personas adoraran al difunto príncipe por cosas tan banales como esas, cosas que sus más de 800 unidades robóticas realizaban a diario.

"Correr análisis de todas las unidades robóticas en el área", comandó P.H.A.R.O. al sistema, "853 unidades operando con normalidad", le respondió el sistema de control robótico. P.H.A.R.O. recorrió el sistema del palacio. Ubicó al Rey y la Reina en la gigantesca Sala del Trono, sentados a la espera de la llegada de sus súbditos. Sentados allí, llorando por cuarta vez la pérdida de su "maravilloso" hijo (como si no pudieran hacer otro). Un corte lo devolvió a su ubicación central.

"Correr análisis de todas las unidades robóticas en el área", comandó P.H.A.R.O. al sistema, "852 unidades operando con normalidad", le respondió el sistema de control robótico, ¿852?, "ATENCIÓN, la unidad 398 está siendo atacada". ¿Atacada? P.H.A.R.O. buscó con sus cámaras la unidad. Esta estaba siendo atacada por un grupo de niños en el patio del palacio, dos la estaban golpeando mientras un tercero miraba nervioso. "Conectar a audio de la unidad 398":

- ... ¿Ves? – dijo uno de los chicos volteando a ver al que solo miraba –. Los robots no son dioses. Solo son chatarra...

La última patada que el chico le dio a la unidad terminó por desactivar el receptor de audio. P.H.A.R.O. solo pudo ver como los chicos dejaban tirada a la unidad al ver que se acercaba un adulto. Este último solo se limitó a ver el cuerpo averiado de la unidad al pasar. (humanos insolentes). Otra vez el corte.




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