La nieve caía sin cesar en aquella fría noche de invierno. El fuego en la chimenea chisporroteaba, calentando la amplia salade estar. La danza de las llamas hipnotizaba al pequeño Chance, quien se había quedado viendo las mismas con la curiosidad característica de un niño de 7 años. Le encantaba pensar que podía controlar ese fuego, haciéndolo subir y bajar, acercarse y alejarse, pero se decepcionaba cuando este no obedecía sus instrucciones.
En el sillón junto al niño, se encontraba su abuelo, aprovechando la calma de la noche para leer un libro, mientras cuidaba que su nieto no se quemara. Cada tanto levantaba la mirada de su libro, con una sonrisa calmada y orgullosa al ver al pequeño Chance tan concentrado en su descubrimiento infantil. El anaranjado brillo de las llamas se reflejaba en sus lentes, al tiempo que dejaba su pipa en la mesita a un costado.
- Vamos fuego, hazme caso – gemía frustrado el niño, intentando en vano que el fuego hiciera su voluntad.
- ¿Qué sucede, hijo? – preguntó el abuelo, dejando el libro junto a la pipa.
- El fuego no hace lo que le pido… Solo se mueve como él quiere…
La desilusión era evidente en el rostro del chico, quien se había cruzado de brazos, haciendo un puchero en protesta a la rebeldía de las llamas. La ternura de esa escena provocó que una pequeña risa escapara atenuada de los labios del abuelo.
- Ay pequeño, el fuego no entiende con palabras.
- Entonces, ¿cómo puedo hablar con él? – preguntó ingenuo Chance.
- Es simple, hijo, con música
El abuelo se levantó para caminar hasta el piano, al otro lado de la chimenea. Con un suave movimiento acarició la tapa de las teclas, había juntado algo de polvo por el desuso. La levantó, y al sentarse en el banquillo, comenzó a tocar. Tocaba una suave melodía, lenta y delicada, que atrajo la mirada del pequeño Chance hacia el instrumento. El fuego, antes salvaje y vivaz, se había vuelto calmo y delicado, moviéndose como una bailarina de ballet en el escenario de la chimenea. Al notarlo, los ojos de Chance se iluminaron, como si dos estrellas los hubieran reemplazado.
- ¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Mira! ¡Parece una bailarina!
Con una sonrisa de oreja a oreja, el abuelo siguió tocando, apresurando el ritmo. Un ritmo de foxtrot, y el fuego comenzó a moverse más agitado, más rápido, pero sin perder la elegancia. Chance miraba maravillado los pasos de las llamas al arremolinarse unas con otras, como parejas de baile. Un aumento de ritmo comenzó a alborotar a las llamas, que bailaban ahora con vibrante alegría. Este feliz soneto provocaba la risa de Chance, quien había empezado a bailar junto al fuego.
Pronto la música se detuvo. Chance se encontraba agitado, con una sonrisa tan grande como su rostro. Vio como el fuego había vuelto a su salvaje y descontrolado chisporrotear. Se acercó al mayor, abriéndose paso para sentarse a su lado, mirando las teclas pensativo.
- Abuelo, ¿puedo intentar yo? – preguntó el niño. El anciano le hizo un ademán indicando que podía tocar. No fue sorpresa que la mezcla de ruidos que salió del instrumento no tuviera ningún efecto mas que molestar al ya pobre oído el abuelo - ¡¿Por qué no puedo hacerlo?! – diría Chance en una rabieta en la que golpearía las teclas del piano, frustrado de no poder tocar como su familiar.
- Solo te falta práctica, Chance. Te apuesto a que, si sigues practicando, un día vas a poder tocar como yo – le respondería el abuelo, acariciando el pelo del chico, quien voltearía a verlo con ojos cristalinos y una sonrisa esperanzada.
- ¿Y podré hacer bailar al fuego como tú?
- Jajajaja, claro, pequeño. – el anciano le picaría el pecho con un dedo – Lo llevas en la sangre.