Sueños escabrosos de las noches de agosto

Sueños escabrosos de las noches de agosto

El viento es fresco y va juguetón y suelto recorriendo las húmedas calles, revolviendo la hojarasca seca color ámbar. Las gotas de lluvia golpean la ventana y los borbotones entonan una melodía lóbrega pero serena e invitan a salir y contemplar la magia de agosto con ese peculiar olor a tierra mojada que devuelve la vida incluso al ser más monótono. ¡Está aquí! el otoño llegó.

 

He de admitir que a primera instancia no noté su existencia, que, bien pudieron ser algunos días o semanas y quien sabe, quizá toda una vida. Quizá esa sinuosa compañía aliviaba las penas de mi soledad y fue por eso que jamás le confronté, me bastaba con mirarle de reojo, con saber que estaba ahí.

No sé qué tienen las noches de otoño que son tan distintas a las demás, tan únicas en cualquier sentido, la noche sabe diferente, las horas de la madrugada avanzan distinto y se transmutan del placer al terror en cuestión de segundos.

Me había acostado a eso de la media noche, el clima fresco me hacía anhelar mis tibias sabanas y hundir mi cabeza en la almohada, ciertamente no esperaba un insomnio al filo de la madrugada, pero así fue y me envolvió en su misticismo nocturno aquella noche volviéndome suya como a la luz de la luna, entonces la quietud de la penumbra se esfumó y fui consiente de cada sonido, desde el ulular de un lejano búho hasta el lento crecimiento de la hierba en el jardín, cada vez los sonidos eran más claros y concisos, estaba siendo testigo de un mundo nuevo escondido bajo el manto de la noche.

Una rama del jardín rechinaba grácilmente, entonada y folclórica, tocaba la ventana una, dos, tres veces y me pregunto si el viento no ha dejado de soplar ¿Saldría de mi cama para contemplar? ¿Y si no es la rama y si es algo más? Una mano esqueléticamente huesuda, larga como las patas de una terrible araña ¿Podría ser un espectro demoniaco que al darse cuenta que no he dormido viene a alimentarse de mi insípida alma?

Voy a mirar, no; ¿o sí? Deslizo lentamente la sabana para apenas descubrir uno de mis ojos. El ruido en la ventana ya no me preocupa ¿Qué es aquello en el rincón? ¿No es ese el hombre del costal, el que se lleva a los niños cuando estos se portan mal? Y si lo es, ¿Qué hace aquí?

Las manecillas del reloj suenan aplastantes, pesadas y duras ¡plam! ¡plam! Todo ese ruido llamará la atención de cualquier criatura nocturna y entonces ¡ay Dios! Seré una presa fácil de devorar.

Ahora y justo ahora es que vienen a mi mente todas esas historias de horror que alguna vez olvidé y admito que la noche le brinda credibilidad a cualquier cuento alocado y absurdo. Con la noche de por medio puedo llegar a creer que sin duda en la bañera se esconde un monstruo viscoso y verde con escamas amarillentas y letalmente afilada. Sí, así es, el monstruo esta ahí. Ciertamente ahora las cosas toman sentido pues aquellos pelos grisáceos que noté en mi suéter de lana no eran sino el rastro que dejó un hombre lobo que buscando su próxima victima llegó hasta mi armario y al no hallar a nadie se marchó hambriento y decepcionado; ahora me doy cuenta que no era un calcetín bajo mi cama, sino que al fondo y en la estrecha oscuridad junto a los conejillos de polvo se oculta una viejísima momia, probablemente algún faraón del linaje de Tolomeo que se niega a ver su grandeza reducida al olvido y espera el tiempo en que llegue una luna mágica que en conjunto con un poderoso hechizo egipcio le devuelva su esplendor.

Debí darme cuenta que todos aquellos centavos que he perdido fueron hurtados por pequeños y avaros duendes de cabellos color zanahoria y trajecitos verdes que movidos por el brillo del dinero son capaces de abandonar sus cuevas y robar, quizá justo ahora alguno de ellos esté por llevarse las monedas que dejé en la mesita de noche o cínicamente se encuentra husmeando en los bolcillos de mi pantalón.

Todas estas criaturas se mueven a libertad protegidas por el manto espeso de la noche confiadas en que jamás serán descubiertas pues los mortales dormimos profundamente, pero esta noche el sueño me negó su favor y me vi obligada a descubrir sus artimañas pues cómo seguir ignorando el hecho de que ante la ausencia del sol las brujas entran por la ventana y al ver a las doncellas sumidas en profundos sueños iridiscentes toman sus cabellos mas hermosos entre sus manos arrugadas y sacando de sus ropas negras unas oxidadas tijeras cortan a su antojo finísimos cabellos que utilizan para sus rituales más secretos y maliciosos.

Todo, todo es posible y todo lo maligno y macabro, eso que nos roba el aliento y nos espesa la sangre, que eriza la piel del mas valiente y provoca el llanto de los pequeños se vuelve posible y real si es de noche, quizás coexistimos en armonía y sin darnos cuenta ellos viven sagazmente en las noches, probablemente siempre ha sido así o sencillamente es más fácil imaginar cuando las húmedas y frías noches de agosto han llegado.         




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