No, yo no bebía, pero con un poco de alcohol las noches duelen menos, el blues ayuda, pero no me adormece demasiado. Es casi una locura que apenas cae el sol los fantasmas del recuerdo comienzan a rondarme, como una espesa y oscura nube de moscas, su ruido me perturba, busca llevarme al precipicio y obligarme al saltar y yo… ya no sé cuanto más podré aferrarme a la orilla.
Esta habitación en la que tantas veces hicimos el amor no da clemencia a mi dolor, pues no quedó rincón sobre el cual nuestra lujuria y pasión nos hicieron olvidarnos del tiempo. Brindo a tu salud, brindo por tu barba oscura, los lunares de tu espalda, tus manos toscas y el brillo de tus ojos, brindo porque el tequila en mi garganta quema menos que tu adiós.
Ambos sabíamos que esto era un juego dirigido por la pasión, uno donde los sentimientos o el romanticismo no formaban parte, un contrato bajo los términos de la lujuria y estaba bien, eso estaba bien hasta que echaste todo a perder…
Octubre es un mes frio lleno de lluvia y melancolía quizá eso influyó en ti, porque aun teniéndote sobre mi cuerpo me miraste con dulzura y me dijiste que mis ojos eran lo más maravilloso de todo el mundo, me besaste lentamente haciéndome añorar que aquel segundo fuera eterno. No te querías marchar, lo supe porque comenzaste a hablar sobre cuanto detestabas la lluvia mientras entorpecido abotonabas tu camisa. “Quédate” con esa palabra firme mi condena, tu sonrisa, y no esa sonrisa perversa que hasta entonces conocía me dijo que eso justamente era lo que querías. ¡Ay de mí! que si hubiera sabido todo lo que ese “quédate” desencadenaría, de haber sabido que hoy moriría de pena mi alma te habría obligado a irte y no volver nunca más. ¡Maldita sea! Esa noche debimos gastarla en sexo ¿Por qué diablos comenzaste a charlar y abrir mi corazón? Quizá debí haberte frenado en el momento justo en que me preguntaste cuales eran mis sueños, sobre mis miedos más feroces y todo eso que le ocultaba al mundo, quizá no debí creerte cuando me dijiste que cuidarías de mí, quizá no debí creerte cuando dijiste que me amabas.
Aún recuerdo con gran pesar la primera noche en que soñé contigo, luego de esa ocasión mi cama se sintió tan bacía cuando tú no estabas, las noches me resultaban frías y ajenas ¿Sería posible que el sentimiento fuese mutuo y yo también te hacía falta? Ciertamente dudo que eso ocurriera. Te fuiste de mi vida, pero no desapareciste, me dejaste tu risa resonando en mi cabeza, tus caricias aferradas a mi piel y esta estúpida esperanza de verte volver. ¡Maldita sea! se me desase en agonía el corazón mientras que tú ya me olvidaste, vas por ahí de cama en cama, fingiendo amar, haciéndote pasar por ese perfecto hombre que todas buscamos, ese que le presentaremos a mamá, ese que escucha nuestros problemas y espera hasta la tercera cita para robar un beso, el mismo que te hace anhelar despertar entre sus brazos un domingo por la mañana y oírlo decir: “Llevemos a los niños al parque”… contigo lo deseaba todo, contigo y solo contigo la respuesta a cualquier pregunta era siempre un sí.
La última vez que hablamos, ni siquiera me diste la cara, una llamada durante la madrugada fue todo lo que a tu parecer yo merecía, me dijiste que me amabas, que una vida a mi lado sería una vida perfecta, dijiste que nos mudaríamos a España y tendríamos el hogar que siempre soñé, mentiras… ¡todas fueron malditas mentiras! Luego de esa llamada fue como si nunca hubieses existido, me abandonaste sin previo aviso, sin consideración, sin mirar atrás, dejándome con el corazón repleto de sueños y esperanzas. Me siento tan estúpida, sabía que no debía confiar en ti, el instinto me advirtió y yo lo ignoré para entregarte todo de mí.
Hoy estoy aquí, entre ceniza y niebla del humo de tabaco, tratando de convencerme que no todos los hombres son iguales, que sí, fuiste un mal amor, pero que quizá en algún lugar exista alguien a quien yo…no, no puedo convencerme de algo que de ante mano sé que no es real, renuncio al idilio, renuncio al mor.