Sueños guardados bajo llave

~Las dos realidades~

El parque estaba desierto, estaba sentada en un columpio oxidado, pateando con tranquilidad la tierra que estaba bajo mis pies. Era un lugar silencioso, lo único que escuchaba era mi propia respiración y el rápido movimiento de las hojas de los árboles, que se movían al ritmo del viento. Estaba en paz, pude escapar de mi mente unos segundos y sentirme completamente tranquila. Los minutos pasaban mientras observaba con mucha calma mi entorno.

En el otro columpio se sentó una chica de lentes, alta, con cabellos ondulados y pelirrojos. Sus rasgos bien marcados y mirada fría la hacían ver hermosa. 

Estaba cayendo la tarde, el sol se ocultaba tras la montaña y en el cielo unos hermosos tonos cálidos aparecieron. Miré con curiosidad a aquella mujer, que se encontraba en la flor de su juventud. La chica giró su cabeza, nuestras miradas se cruzaron, pero luego la joven volvió a ver al frente ignorando mi presencia.

-¿Qué haces aquí?-cuestioné.

-Solo observo el paisaje-su tono de voz era tranquilo, casi susurrante-¿Te gusta venir a este lugar?

-Por supuesto. Vengo aquí después de la preparatoria-la pelirroja asintió varias veces y sonrió a la nada. El silencio nos rodeaba-Nunca te había visto por aquí.

-Es la primera vez que vengo al pueblo, es bastante pintoresco-me dedicó una sonrisa cálida y luego soltó una risa nerviosa.

-Entiendo-fingí una sonrisa antes de volver mi vista al frente.

-Ahora que estamos hablando de todo un poco, te voy a dar un consejo-sus ojos viajaron por todo mi rostro, observando con calma mi expresión antes de volver a hablar-No es recomendable que te encierres en tu burbuja de soledad, morirás ahí dentro si no ves más allá de ti misma-murmuró con un tono sádico.
Me quedé atónita, mis cejas temblaron en un tic nervioso. Ella alzó la comisura de sus labios y se giró nuevamente, para ver hacía el cielo. Me puse de pie y tomé mi mochila, nadando en mis pensamientos.

Dejarla sola me ocasiona cierta incomodidad.

La tarde había caído por completo, el viento soplaba con muchísima más fuerza que antes, mi cabello castaño andaba por toda mi cara y no podía ver bien por dónde iba. Las personas, ajenas a todo lo que no fueran ellas mismas, caminaban con prisa por la calle suspirando y quejándose. Nadie parecía ir de buen humor. "No te encierres en tu burbuja de soledad" las palabras de la pelirroja hicieron eco en mi cabeza, ¿Quién era ella para saber sobre mi vida?

Mi casa no estaba demasiado lejos, pero tampoco me agradaba tener que caminar para llegar a ella. La misma tenía una fachada descuidada, como todas las demás a lo largo de la cuadra. Pintada con un color desteñido por el tiempo y moho acumulado por la humedad. Saqué las llaves de mi bolsillo, abrí la puerta sin esperar a tocar para saber si había alguien en la vivienda. 

-Hola cariño- saludó mi madre, con una sonrisa.

-Hola mamá.

-¿Dónde estabas?

-En el parque, como siempre-contesté arrastrando las palabras.

-Carol...-Mi madre siempre tenía una cara de agobio, no sé si era por ser prácticamente madre soltera (a pesar de tener esposo) y tener que cuidar a dos adolescentes y dos niños o si era por una razón externa, relacionada a su vida privada.

Su rostro siempre era un poema indescifrable, había intentado en varias ocasiones hacerla reír a carcajadas o verla al menos alzar la comisura de sus labios, pero lo único que recibía era una ligera y falsa risa.

-Dime-conteste, ladeando la cabeza.

-Olvídalo, ve a descansar.

Me encamine a mi habitación, vagando nuevamente en el pensamiento de que le sucedía últimamente a mi madre. No creía que estuviera relacionado con que casi no pasaba tiempo en casa. Aunque era una de las muchas opciones.

Ignorando el tema anterior, quería hablar sobre mi habitación. Un espacio pequeño donde había una cama individual. Al otro lado había un escritorio de madera, el cual estaba siendo carcomido por las termitas. Encima del mismo estaba un viejo computador y un par de libretas. La ventana, que siempre pasaba cerrada, quedaba directamente al frente de la puerta. El color cian de las paredes estaba cubierto por varios pósteres y calcomanías.

Tiré la mochila en un rincón del cuarto. Observe unos instantes la estancia. No había mucho que hacer, me acosté en la cama y cerré los ojos. Me permití perderme en mis pensamientos, hasta que mi padre gritó mi nombre. Abrí los ojos de golpe y solté un suspiro cansado. Caminé arrastrando los pies hasta el marco de la puerta.

-¿Cómo vas?-le pregunté.

-¿Cómo te fue en el colegio?-su voz ronca como de costumbre estaba teñida de decepción.

-Bien supongo-contesté alzando los hombros.

-Llamó tu orientador-dejó la afirmación en el aire, esperando que supiera de qué me estaba hablando.

-Okey... ¿Entonces?-papá quitó la vista del televisor, y se quedó mirándome inexpresivo.

-Estás castigada, una semana.

-¿Qué? ¿Por qué?-cuestioné haciendo un mohín.

-El celular-exigió extendiendo su mano. 

Rodé los ojos y entre a mi habitación a buscar mi móvil, dejé en posesión de mi padre un dispositivo con la pantalla un poco rota y una funda que, en sus mejores años, tenía una imagen de un grupo de música. Claro que ahora, el estuche solo tenía una imagen irreconocible, borrada por la suciedad y el tiempo.

Estaba de pie delante de la puerta, esperando que me dijera algo o que me explicara por qué el castigo, pero no dijo ninguna palabra, así que no tuve más remedio que volver a entrar en la oscuridad de mi propia miseria. Me sentía fatigada, como nunca, los últimos días habían sido demasiado repetitivos. No quería hacer nada por nadie, ni siquiera por mí misma. Al parecer la chica aquella tenía razón, vivía en una burbuja de soledad, pensando solo en mí misma. ¿Era egoísta? Si, y mucho. ¿Me importaba? No, nunca me fijaba en eso, nunca nadie me lo dijo, así que no tenía forma de saber que mi forma de pensar y actuar era completamente narcisista.



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En el texto hay: aventuras, criaturas miticas, magia blanca y negra

Editado: 15.07.2022

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