Sueños guardados bajo llave

~La Orden de la Llave~

Escuché pasos acercarse a mí, estaba aún tirada en el piso, preguntándome cómo y por qué. Una joven casi de mi edad se sentó a mi lado, me dio unas palmaditas en la espalda y comenzó a hablarme.

-Una de las formas más originales de vengarse es luchar a nuestro lado.

Me senté, la miré y le contesté enfadada

-Eso no cambiará nada.

-No, sé que no cambiará nada, pero, vengaras a tu abuela. Ella se lo merece.

La chica se puso de pie y me ayudó a pararme. Junto con los soldados de la orden de la llave, volvimos al lado sur. El camino fue largo, esta vez, iba en el asiento del copiloto en una carreta de madera. Dejamos la ciudad y entramos de nuevo al bosque, la vegetación se fue haciendo cada vez más clara conforme nos acercábamos a nuestro destino.

El viaje fue muy tedioso, nadie decía nada más que "a la derecha" y "sigue por aquí". Todos sabían que iniciar una conversación, llevaría tocar detalles y temas muy delicado para mí.

Me dormí y no recuerdo nada de la última hora de ese viaje. Llegamos al comedor principal de los elfos, el cual aún estaba dañado por los disparos del otro día. Los soldados se separaron en busca de los elfos, que aún no estaban a la vista.

Me quedé sentada acomodándome mis burros cuando sentí una delicada brisa pasar por mi espalda, me di la vuelta y hay estaba él, con sus orejas puntiagudas y su cara pálida. No me dio tiempo de saludar cuando me tomó de la parte arriba de mi abrigo y me llevó a unas escaleras de madera, que llevaban hacia lo que parecía ser un bunker.

Una vez abajo, yo aún seguía forcejeando para que me soltara, pero no lo hizo sino hasta después de amarrarme a una silla de metal. Abajo había mucha comida enlatada y botellas hasta el tope de bebidas. Muchos elfos de distintas edades estaban ahí, mirándome como una completa criminal, escuchaba los pasos de los soldados arriba de mi cabeza, deseaba gritarles que estaba aquí abajo, pero me lo impedía una mordaza.

- ¿Trabajas para ellos? - me preguntó el elfo, mientras agitaba en su mano derecha un pequeño frasco con un contenido de color morado.

Tienes que quietarle eso de la boca Carl. Una mujer elfo de unos cabellos blancos, me quitó el pañuelo de la boca y ahora si pude contestar.

-No, ellos vienen a hablar con ustedes sobre- fui bruscamente interrumpida.

- ¿Cómo podemos confiar en ti? - el elfo, Carl, había abierto la pequeña botella, y sirvió el líquido morado en un vaso de vidrio.

-Hubiera gritado, y los hubiera delatado- dije sin más, esperando que eso ya fuera suficiente.

-Desátenla- Carl, dio la orden y entre dos elfos me ayudaron a quitarme las sogas de las manos y pies.

-Gracias- dije mientras, observaba todos los rostros de los presentes en la habitación.

Carl, me pidió que le explicara todo lo que había pasado. Les hice un pequeño resumen de nuestro viaje, y los nuevos descubrimientos sobre Dixie. Durante todo mi relato, lo único que hizo fue mover su cabeza de arriaba abajo en son de entendimiento. Al final, los elfos y yo, subimos al exterior a tener una conversación civilizada con los soldados, quienes estaban dispersos por todo el pueblo del sur. La conversación fue muy larga, hubo falta de entendimiento y muchas confusiones, pero al final Carl y el jefe soldado se pusieron de acuerdo con un fuerte apretón de manos.


 


La noche cayó, y todos, elfos y soldados convivían haciendo los planes para el futuro ataque a Dixie. También se discutieron los temas de como formar el equipo encargado de reclutar a los demás individuos que habitaban el diario de mi abuela. Las hadas empezaron a hacer los trajes de batalla para todos nosotros, yo aún seguía sin creer que la guerra entre los pueblos sería una realidad, pero todas las señales ya habían llegado a mí. Pasadas las 10 de la noche, según mi reloj interno, la mayoría de los elfos ya estaban descansando en sus casas flotantes, ahora en la fogata solo quedábamos Carl, varios soldados y su jefe y yo. Comimos malvaviscos y nos reímos juntos, yo les contaba historias que no estaban en el diario, y ellos me contaban las aventuras que habían vivido en ese fantástico mundo. Por primera vez en años, me había sentido cómoda en un lugar, estaba rodeada de desconocidos y ya los consideraba mi familia.

-Vamos a prepararte- me dijo con mucha seriedad el jefe de los soldados.

-Los centauros y los lobos dorados te ayudaran con tus entrenamientos- contestó Carl, haciéndole segunda al jefe.

-Esperen un segundo ¿dorados? -dije mirando con mucha extrañeza a los soldados, uno de ellos me contestó.

-Son una manada de lobos con un color muy similar al dorado, por eso recibieron ese nombre, dicen por ahí que son los más sabios del bosque- me dijo guiñándome un ojo.

-Okey, ah... ¿Cuándo voy a empezar?

-Mañana en la mañana Carol, se paciente- Carl me dedicó una dulce sonrisa, y me ayudo a ponerme en pie.

Todos nos fuimos a nuestras respectivas carpas, una al lado de otra. El lugar donde nos habíamos colocado era hermoso, el lago pasaba justo enfrente, y los árboles eran grandes y llenos de hojas de muchos colores, era un lugar simplemente mágico. Dormí acompañada del sonido de los grillos y el ligero danzar del río, ese día, recuerdo haberme soñado con mi abuela, cuanto la extraño.

En la mañana, me quedé sentada en el frío colchón. Estaba pensando muchas cosas, demasiadas en realidad, cuando alguien abrió ligeramente la cremallera de la tienda de acampar, me quedé esperando que alguien apareciera, pero nada, lo único que dejaron fue un gran paquete con una pequeña estampilla que decía: Frágil. Lo abrí sin pensarlo mucho, adentro había unos increíbles jeans rotos, una blusa negra de manga hasta los codos, había también una chaqueta de color negro y unas tenis altas de cordones. Me cambié la ropa y me puse la que había en el paquete, me quedaba genial, salí muy feliz de mi tienda, afuera ya estaban casi la mayoría de los soldados, pero no veía ni a Carl ni al jefe.



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En el texto hay: aventuras, criaturas miticas, magia blanca y negra

Editado: 15.07.2022

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