Sueños que tuvimos de niños

Un cementerio en casa

Despertar en una casa enorme y vacía puede estar relacionado a situaciones muy diferentes entre sí. Puede ser el despertar de un millonario soltero, o el de un viudo con sus hijos fuera de casa. El despertar de un adolescente cuyos padrastros han salido temprano, o, como era mi caso, el de una joven con toda la familia muerta.

Así fue mi despertar al día siguiente de haber sido la única sobreviviente de un robo a mano armada a mi casa.

Lo normal sería que ese día despertase en el hospital, siendo atendida por enfermeras amargadas y doctores mediocres, como era la mayoría del personal de salud de este pueblo. O en la comisaría, con una oficial haciéndome preguntas sobre lo ocurrido mientras me cuenta chistes para hacerme entrar en confianza con ella. O, quizás lo más lógico tras esa situación, en alguna cama de cualquier habitación de un hotel que estuviese cerca de la comisaría, con oficiales esperando fuera de ella, a que despertara y estuviese lista para ir a hablar con una psicóloga especializada en traumas infantiles.

Pero no. Eso es lo que ocurre en la tv, o en las grandes ciudades, pero en un pequeño pueblo olvidado las cosas son diferentes.

A día siguiente de la masacre, desperté en las piernas de mi madre; quien estaba junto a las escaleras que daban al segundo piso de la casa; ella aún conservaba los ojos dilatados, y la boca medio abierta. Pero la sangre que le salía por el orificio en su pecho ya se había secado por completo. Al despertar y ver que era mi madre, en un pequeño momento de inconciencia, dije eufóricamente:

– Buenos días mamá. – Con una falsa esperanza puesta en que me iba a responder, acariciando mi cabeza y haciéndome cosquillas, como lo hacía cada mañana tras haber pasado la noche con ella.

Las primeras horas luego de despertar, las utilicé para reconocer y asimilar todo lo que había ocurrido en la casa la noche anterior. E intentando entender porque había pasado todo eso justo en mi familia.

Mi mamá. Mi padrastro. Mi hermano gemelo. Y mi niñera que, aparte de que llevaba dos años cuidándome, no tenía más nada que ver con nosotros. Todos asesinados cruelmente, una noche que parecía que iba a ser tan tranquila como todas las demás. Con el frío de la tarde atacando desde temprano, y teniendo así que encerrarnos a dormir desde antes de las nueve de la noche.

La primera fue la niñera. Ella fue quien le abrió la puerta al par de asesinos. Siempre, al acostarnos todos a dormir, ella se quedaba unas horas más viendo la tv. Inconscientemente ignoró la regla de la pareja de mamá, la cual era no abrirle la puerta a nadie a tan altas horas de la noche… Al parecer el asesino le quebró el cuello, o la asfixió, pero no le vi marcas o moretones más que en su cuello; seguramente era un hombre corpulento, y resistirse no valdría de nada.

El segundo fue mi padrastro, quien para el momento de su muerte estaba en el baño. Buscando algo en los cajones. Tal vez era esa pastilla azul que se tomaba cada noche, según él, eran para dormir mejor. Aunque raro fue conseguir esos sobres con globos de forma extraña tirados en el suelo. No sé qué iría a hacer con ellos. Él también acostumbraba a ver la tv por un rato luego de cenar; luego iba a mi habitación, a darme un beso de buenas noches o, si estaba despierta, a arrullarme y dormirme. Mi padrastro sí hizo forcejeo, quizás logró resistir un poco, pero eso no cambió el hecho de que al final recibiera una puñalada en el abdomen. El asesino fue tan cruel que, luego de apuñalarlo, giró el cuchillo para abrir más la herida.

Mi madre y mi gemelo fueron los últimos en morir. Mi gemelo murió asfixiado con una almohada. Tenía, al igual que yo, apenas once años, no podría resistirse mucho que se diga. Mamá fue la más maltratada. Fue forzada a ver cada uno de los cuerpos en la casa, a empujones y patadas, golpeándola cada vez que intentaba hacer algo que no quisiese el asesino. Luego, el asesino procedió a romperle cada uno de los dedos, quizás porque mamá era fisioterapeuta en un hogar de ancianos. Finalmente fue asesinada de la misma manera que la niñera, con una rompedura de cuello.

Al ver toda las escenas de los crímenes ocurridos en la casa, entendí una cosa, nadie sintió la presencia de un asesino en la casa porque todo fue muy silencioso. Quizás mamá fue la única en gritar por ayuda, pero para ese momento ya no había nadie quien la ayudase.

Esa mañana había junto a mi cama una nota:

“Querida hija, las cosas que en esta casa estaban ocurriendo me estaban colmando la paciencia. Tu mamá trabajaba muchas horas al día para poder mantenerlos; a ti y a tu gemelo, a su pareja, y a la niñera. Ese hombre engañaba a tu mamá. Tú gemelo solía hablarnos mal de ti, a tu mamá y a mí, intentando que te castigáramos sin razón. La niñera nada tenía que ver en todo esto, o bueno, ella sólo estaba siendo utilizada por tu padrastro. Por todas estas razones, decidí acabar con todos. Menos contigo, porque eres lo más preciado que tengo. Sé que ninguna de estas muertes te afecta realmente, naciste sin la capacidad de amar, eres una psicópata, al igual que tu padre. Por eso necesito que limpies mi desorden. Entierra cada uno de los cuerpos en el jardín, como últimamente ha llovido seguido, la tierra estará blanda y fácil de excavar. Por ultimo. Tienes dos opciones: O mueres junto a tu familia, o te vienes a vivir conmigo. Recuerda que te amo hijita, con cariño, papá”

Y, como él dijo, no reaccioné de gran manera, sólo solté un pequeño suspiro.



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En el texto hay: casa abandonada, cementerio, amor

Editado: 28.04.2021

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