Suerte

5. ? Te tengo a ti.?

—¿Tu muñeca como sigue?

—Ya no duele tanto.

La verdad era que si bien estaba mejor, seguía doliendome, solo que preferí mentirle. Porque no quería que se siguiera sintiendo culpable por algo que no tenía su culpa.

Sus pasos siguieron siendo firmes sin tomarle la suficiente importancia a lo que había dicho. Supongo que estaba perdida en sus propios pensamientos. La dejé ahí sin decir nada más, solo por unos segundos.

Mi respiración se aceleró lo suficiente cómo para que mis movimientos se volvieran irregulares al notar que, si ella no se detenía, un vehículo la llevaría por delante por no haber mirado a los lados antes de cruzar.

Aún así, aceleré mis movimientos para tomar su muñeca y arrastrarla a mi lado, su cabeza choco con mi pecho al instante, eso la volvió a la realidad, supongo. Dió un respingo al enterarse de lo que estuvo a punto de suceder y que estábamos en un extremo de la carretera. La persona que manejaba el vehículo tampoco pareció notar aquello, así que cuando siguió de largo por nuestro lado, confirme una vez más que la sociedad era horrible y que por poco la perdía.

Por segundos ella no dijo nada, y yo tampoco me moví. Seguíamos siendo unos desconocidos que, aunque ella fuese más bajita que yo, compartían el mismo aire. El aroma a canela que desprendía su cabello se coló en mi nariz y me agradó. Sus hombros se encogieron en un suspiro y poco después sus pequeños brazos me envolvieron en un abrazo.

Me estaba abrazando.

Y yo no sentía nada más que paz.

En ese momento entendí que los pequeños gestos sí se sienten. Y que con ella siempre eran inigualables.

Sin embargo, ninguno de mis movimientos fueron los actos para corresponder aquel gesto de agradecimiento. La rubia se separó de mí y al alzar la mirada para verme, sonrió dulcemente antes de recordarme el desastre que eran mis sentimientos cuando estaba a su lado.

—Tu pecho acaba de acelerarse.

•••

Comprendí entonces, al verla fascinada con lo que tenía ante sus ojos, que no me había equivocado. Que las personas son maravillosas sin que ellas mismas lo noten. Comprendí que lo suyo era fragilidad y también un poco de oscuridad.

Que cuando sus ojos dieron con el primer cuadro que demostraba nostalgia, ella lo sintió como suyo. Que aquellas líneas oscuras en un lienzo significaban más para ella que para el resto.

También descubrí, que me gustaba verla, como sus ojos se deslizaban por todo el lugar con curiosidad, y que podría pasar tan solo minutos mirando un cuadro y luego ir a recorrer el otro. Que la sonrisa en algunos casos era difícil de borrar y en otros las lágrimas eran las piezas faltantes en aquel momento.

Una vez más supe que ella tenía mucho por dentro. Y que mi madre tenía razón, esperaba en algún momento ella pudiera contarme lo que sucedía. Que era inigualable entre el resto, que marcaba la diferencia.

Metí ambas manos en los bolsillos delanteros de mi jeans mientras la miraba suspirar lentamente ante un cuadro que reflejaba la dinastía familiar en su máxima expresión, y a su vez, seguía mirando de reojo el cuadro de la nostalgia. No supe por qué, pero tenía que hablarle.

—¿Te gusta? —pregunté, llegando a su lado. Había estaba dos pasos atrás todo el tiempo.

Su respuesta tardo en llegar, sin embargo, la esperé. Con la espinita de la curiosidad ahí, marcando el paso. Al final, ella negó con la cabeza y se alejo del sitio.

Es decir, buscaba la salida del museo con rapidez. No parecía encontrarla en una simple búsqueda, pareció desesperarse y a mí me pareció que aquello era mi culpa.

Entonces mirando a ambos lados, tomé su mano entrelazando sus dedos con los míos, mientras nos guiaba a la salida próxima.

Una vez que estuvimos afuera, ella tomó una fuerte bocanada de aire, parecía querer recomponerse de una fuerte caminata. Y la verdad, era que el pánico le había cortado la respiración.

Nuestras manos seguían unidas, y aunque ella estaba inquieta no parecía querer soltarse. Deslicé débilmente mi pulgar por su palma, en un pequeño, pero lindo gesto que me pareció muy personal. Sus ojos dieron con los míos, después de mucho, estaban brillosos por las lágrimas que habían salido de ahí. Le mostré una tierna sonrisa, que ella me devolvió mucho más pequeña.

—Gracias. —susurró.

—¿Por qué?

—Todavía no lo sé —desvió la mirada—. Por no dejarme sola, por ensañarme volver a sentir. Por demostrarme que no lo he perdido todo, porque te tengo a ti.

Mi respiración se relajó un poco y la suya se aceleró. Te tengo a tí.

Su mirada se perdió en otro punto inespecífico detrás de mí. Parecía a ver visto una de las mejores constelaciones del momento. Sin embargo, cuando giré la cabeza al mismo sitio que ella, el estómago se me revolvió.

—Vamos.

—Ni de coña. —solté, repentinamente nervioso.

—No te estoy preguntando.

—Yo tampoco te estoy avisando, no.

Su cara se relajó e hizo una mueca burlona en mi dirección antes de apoyar su mandíbula en mi pecho. No sabía cómo había hecho aquello, pero la verdad se veía preciosa.

—¿Detecto miedo?

Bastante. Eso era obvio.

—¿Que quieres hacer exactamente? —dije, sin embargo.




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