El taxi se detiene justo frente a una casa color marrón. Está combinada con colores de tonos más bajos que la hacen ver muy elegante —mucho más que la mía—, frente a ella se encuentra un largo jardín que está esparcido de extremo a extremo en lo ancho de la casa. La segunda planta tiene un gran balcón que sobresale dejando ver una mesita con dos sillas de madera oscura. Es hermosa.
Después de bajar del coche camino sujetando el brazo de Alice. La niebla aún sigue ahí, esparcida oscureciendo cada vez más las pocas horas de la tarde.
—Es hermosa tu casa —digo mirando de un lugar a otro. Hecho un vistazo al gran jardín de rosas rojas y añado—: Tu jardín está en perfecto estado.
—Sí lo sé. Me empeñé en que mis padres compraran esta casa hace algunos años. Y el jardín lo hicimos juntos. Me refiero a mi familia y a mi.
Uff... Qué familia. Nosotros no tenemos un jardín y sé que tampoco lo haríamos de modo como lo hicieron ellos.
«La familia come, atiende sus negocios y satisface sus necesidades y para eso se necesita trabajar ¡No hay tiempo para tonterías!» casi escucho la voz de mi padre cerca de mi oído llegando de la oficina sin ganas de hablar con alguien.
Son las tres y cuarto. Y de las habitaciones solo una tiene la luz encendida. Toco el timbre dos veces y despues de unos segundos aparece detrás de la puerta una esbelta mujer: tiene un semblante alegre y una enmarcada sonrisa que a su paso muestra pequeñas arrugas en sus ojos.
—Alice, al fin volviste —la abraza y le da un beso en la frente—. ¿Quién es él? —dice estudiándome de arriba a abajo.
—Buenas tardes señora —digo tímidamente sin saber que decir—. Soy Robert, amigo de Alice.
—Mucho gusto —me saluda de beso aún sonriendo—. Soy Evelyn, su madre.
—Un gusto conocerla.
—El gusto es mio joven —nos conduce a la sala y deja a Alice en uno de los acogedores sofás—. Hacía tiempo que no traías amigos a esta casa Alice. Dime, ¿desde cuando se conocen? —Alice frunce el ceño y voltea los ojos.
—Mamá. Ya te lo dijo, Robert es un amigo y eso es todo.
Evelyn mira a Alice y luego a mí —¿Quieren un té?
—Sí por favor —digo después de que Alice asiente.
Comienzo a estudiar los detalles de la casa, es llamativa también por dentro. Me es similar a la casa de mis padres solo que esta tiene un poco más de elegancia. Una gran televisión en la sala, piso de mármol, tres grandes sofás elegantes de piel y las paredes blancas combinadas con azul marino. Por cierto, —muy parecido al restaurante—.
La señora Evelyn da unos pasitos y coloca una de las tazas en la mesita que está frente a nosotros y pone otra en las manos de Alice. —Toma cariño.
«Cariño» esa palabra me hace recordar a mi madre, que seguramente está comprando ropa o quizá esté diseñando un vestido en su trabajo.
—Y dígame ¿vive cerca de aquí? —dice Evelyn sacándome de mis pensamientos—. Su rostro no se me hace conocido.
Ni el de ustedes. No tenía ni idea de que existieran.
—Hace poco tiempo que me mudé aquí —respondo después de dar un sorbo al té que al instante provoca que mi estómago se caliente—. Mi familia vive en Richmond de ahí pertenezco.
«No creí que Evelyn me robara el puesto de preguntas. Maldición».
—Así que eres de Virginia —asiento con una sonrisa de boca cerrada. —Deberías venir más a menudo. A mi hija le hace falta salir un poco de estas cuatro paredes —Evelyn me guiña un ojo con complicidad
—Mamá —chilla Alice.
—Bueno en fin. ¿Quieren algo de comer? —propone Evelyn caminando a otra habitación: seguramente la cocina—. Ordené una pizza.
—¿No harás de comer?
—Lo siento cariño pero tengo que salir —Evelyn pone la pizza sobre la mesa mientras le da un beso en la mejilla—. Cuidala Robert, asegúrate de que coma. Volveré pronto. —Asiento, ambos escuchamos como Evelyn se aleja sonando sus tacones en el piso.
—Te lo advertí. Mi madre no tiene límites en saber de mis amigos.
—Si. Ahora entiendo —musito en voz baja.
Tengo hambre y no dudo en tomar dos partes de la pizza hawaiana. —Toma Alice, la pizza está exquisita —ofrezco al mismo tiempo que devoro una parte de ella entre mi boca.
«Lo siento. Quizá sea mi hambre».
—Robert, no me apetece probarla.
—Alice, tienes que comer. Pensándolo bien —digo acariciando mi barbilla—, me encargaron cuidarte y creo que debo obligarte a hacerlo.
—¿Y como lo harás señor encargado?
—Muy fácil —le hago cosquillas y al instante pongo la pizza en sus labios obligando a acceder.
—Eso es trampa —se queja mientras mastica la harina esponjosa entre su boca.
—Claro que lo es señorita.
Muestra una sonrisa en sus labios y vuelve a añadir: —¿es cierto que vives en Richmond?
—Si, es cierto. ¿A que se debe la pregunta?
—Hum, nada. Solo quería afirmar.
—¿A qué se dedica tu familia?
«Ahora me toca a mí cuestionar linda»
—Bueno —Alice se encoje de hombros y vuelve a añadir—: mi padre es chef, dueño de dos restaurantes y bueno; mi madre me cuida.
—Que bien. Eso suena excelente: tu padre chef y tu madre está contigo.
—Ambos están separados —exclama en seco dejándome mudo nuevamente.
«Tus preguntas son demasiado malas» me reclama mi subconsciente, «haces sentir mal a las personas»
—Lo siento.
—No es nada. Descuida.
Terminamos la pizza, sirvo un poco de zumo de limón que encontré en la nevera y ambos lo ingerimos en silencio.
—¿Es melancólica la tarde? —pregunta recargando su cabeza en mi regazo.
—Si lo es. Bueno, al menos un poco.
—Descríbela.
—Por tu ventana de cortinas amarillas puedo ver lo exterior nublado, con un poco de lluvia. Cada vez está más oscuro el atardecer. No sé exactamente desde cuando el reloj de la sala está detenido en las 2: 44 y de tus ojos a huido un lágrima.
—Es hermoso.
—Lo es —asiento pasando mi pulgar sobre su mejilla—. Tú eres hermosa.