Sugar Baby Libro 2

CAPITULO UNO

—¡Feliz cumpleaños a ti! —voy caminando hacia el patio con cuidado. Pongo el enorme pastel sobre la mesa y la miro con los ojos empañados—. ¡Feliz cumpleaños a ti! ¡Feliz cumpleaños querida Madi... —me paro a su lado, me agacho y paso mi brazo por sus pequeños hombros, mientras ella con emoción se prepara para apagar sus siete velitas—. ¡Feliz cumpleaños a ti! 

Toma mucho aire y sopla. El jardín se llena de aplausos y gritos, y yo la lleno de besos por su frente, sus mejillas y la abrazo. La abrazo con la misma fuerza y amor que la primera vez que la tuve contra mí. 

—Feliz cumpleaños, mi reina.  

Acaricio su pelo largo, ondeado, de brillante color caramelo y le regalo una enorme sonrisa. 

—Gracias, mami. 

Le pasa el dedo a la crema del pastel y cuándo estoy por reprenderla, me regala una mirada divertida y se va a recibir besos del resto de los invitados. 

Agarro el cuchillo y antes de empezar a cortar el pastel, me la quedo mirando embobada.  

Es hermosa. Una niña dulce, inteligente, brava si se lo propone. Es mi luz, mi razón de sonreír, mi auténtica felicidad. 

—Cada día se le parece más —Orianna se para a mi lado y toca mi brazo—. No puedes negar que tienen un parecido increíble. 

Inhalo hondo al verla reír con su abuelo. 

—No quiero negarlo —le susurro—. Es su hija. Y aunque ha heredado rasgos de tu hermana, en su personalidad y su carácter, siempre creo estar frente a él. 

Madison es sin lugar a dudas, mi más vivo recuerdo de Nicolas Henderson. 

—Es igual de traviesa que Nico a su edad —comenta. 

—No sé cómo era él de pequeño pero sí sé que ella a veces es indomable. 

Sirvo en pequeños platos su torta decorada de Rapunzel. Porque por muy increíble que suene, a mi niña le fascina esa princesa. La misma princesa por la cuál su padre solía llamarme. 

Le entrego un par de porciones a Orianna y yo sostengo otras. Recorro el jardín y empiezo con la repartición. 

—No quiero, Charlie —mi hermana rechaza con su mano el postre. 

Ruedo los ojos—. Alex... Es sólo pastel. 

—¿Sólo pastel? —se escandaliza—. ¿Sabes cuántas calorías tiene eso? 

Demonios. 

La adolescencia la está poniendo bastante difícil, pero estoy aprendiendo a entenderla, a aconsejarla y también a controlarla. 

Es una etapa compleja para nosotras, las mujeres y sin la ayuda correcta a futuro puede ser letal. 

—Si no te alimentas bien tu pelo dejará de brillar, esa cara tan bonita que presumes en la prepa se te va a arrugar y no podrás animar al equipo de fútbol porque estarás demasiado agotada.  

Me regala una mueca asustada y horrenda, y rápido acepta el plato que le ofrezco. 

Me felicito por dentro y besándole la frente me alejo de ella. Un beso que por supuesto de ninguna manera quiere que le dé en público. 

Mis tres hermanos han crecido y las cosas cambiaron muchísimo con ellos. Todavía me cuesta acostumbrarme. 

—¡Esto es muy poco! —ahí está el extremo. Christopher, que mide cuál de las porciones que cargo es más grande, para quedársela. 

Mi glotón favorito dentro de dos meses cumplirá diecisiete años y es el más destacado en su clase. Diecisiete años y mi cerebrito ha sido seleccionado para una competencia estatal de matemáticas. 

Un geniecillo. 

—Deja de quejarte —me las rebusco y le doy un suave cachetazo en la cabeza. 

—Me quedo con este —tal y como imaginaba, agarra el trozo más grande y me enseña su cara de triunfo. 

Se da la vuelta y se va con su grupito. Al igual que Alex, me preguntaron si podían invitar adolescentes y no me negué. Conozco su círculo de amistades, ya son parte de la familia así que... Obviamente son bienvenidos. 

Ay Dios... Mis renacuajos pegaron el gran estirón en todo sentido. 

Chris, con sus rizos marrones, sus pestañas largas y su mirada picarona ya trae a varias en su clase pretendiéndolo. 

Alexandra a pesar de su corta edad comenzó a desarrollar sus atributos físicos y no lo niego. Entre su pelo cobrizo, su cara de muñeca de porcelana y su cuerpo alto y esbelto ha despertado varios suspiros en el vecindario. 

—Char, no —Ámbar también rechaza la torta pero a ella no se lo discuto—. Estoy a dieta. Estricta dieta. 

Enarca una ceja y me regala un giro completo. Para Ámbar la vida continuó llena de sabor, de azúcar, de lujos y de amores pasajeros hasta hace un año. 

Después de aquello que juré jamás volver a recordarle, abandonó el mundo de las sugar babies, audicionó para modelar y ahora, luciendo una figura de pasarela, el cabello largo y dorado y un rostro envidiable, es la cara de una agencia de moda y aparte, la prometida de Adam, un cantante pop no muy popular. 

Se quieren con locura y doy fe de eso. Ámbar no deja de hablarme ni un solo instante de él. 

—¿Volverás a viajar? —le pregunto con curiosidad. 

—Adam saldrá de gira el mes que viene. Irá con el grupo a Barcelona. Quiero ir con él pero mi compromiso con la agencia no creo que me lo permita.  

—Tal vez puedas negociar. 

—En eso eres buena tú —enarca una ceja—. Yo no —palmea mi espalda y tensándose de pronto, se acerca a mi oreja y susurra—. Voy a la cocina. Hay personas que prefiero evitar cruzarme. 

Da media vuelta y entra a la casa. Alguien toca mi brazo, volteo y enseguida entiendo el porqué de su actitud. 

—Espero que tanto murmullo no te esté agobiando, viejito —me burlo. 

—Lo tolero —me abraza fuerte—. No puedo creer que ya tenga siete. 

—Los años se pasan rápido, David —nos separamos y acaricio su rostro. De todos, y pese a su amargura y sufrimiento es al que menos le ha afectado el correr del tiempo.  

Tiene alguna arruga más y canas; muchas canas, pero sigue siendo un hombre condenadamente atractivo. 

Si las cosas no hubieran acabado tan desastrozamente mal entre Ámbar y él, seguro ella sostendría el dicho de que es como el vino. Mientras más años se mantiene añejo, mejor se pone. 




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