Siento algo helado tocando mi pierna y con rapidez me muevo en la cama.
Es un susto que me estremece y me despierta por completo en cuestión de segundos.
Me enderezo y me cubro con la sábana pero su mano tira de ella y al final quedo frente a él tal y como me encontraba al dormir: con el camisón arrugado en mi cintura y mis bragas de encaje blanco acaparando toda su atención.
—¿Acabas de llegar? —pregunto con voz adormilada.
—Tuve un asunto importantísimo que atender —se acerca a mí, y se sienta a mi lado. No deja de mirarme y mientras me voy acostumbrando a la muy tenue iluminación de la lámpara portátil, aprecio el brillo de sus ojos y esa sonrisa que trae en la cara; una sonrisa diferente a la que muestra durante el día; esa sonrisa misteriosa que me ha llevado a sentir atracción por él.
—Es de madrugada —me acomodo sutilmente el camisón—. ¿Trabajo u otra cosa?
Su sonrisa se ensancha y su ceja tupida y oscura se alza.
—No me interesa engañarte con otras, Charlotte —la forma en que lo dice atraviesa mi cuerpo como una descarga eléctrica.
—No te voy a juzgar si lo haces
—Mis expectativas son demasiado altas y todas se enfocan en ti —se aproxima un poco más—. No pierdo las esperanzas contigo. Soy un fiel amante a los retos.
Tomo aire y lo suelto. Por la proximidad entre nosotros nuestros alientos se mezclan. El mío mentolado, el suyo con notas de licor.
—¿Estuviste bebiendo?
—Brindé con unos colegas —su mano toca mi barbilla, mi mejilla y mi cabello. Hunde sus dedos en mi pelo y llega hasta mi nuca.
—¿Trabajo?
Trago saliva al verle pasar su lengua por los labios.
—Un caso que vengo siguiendo desde hace años —hace silencio—. Pero no quiero hablar de eso ahora —su boca roza la mía y suspirando se separa de mí. Ya no toca mi cabello y lo que hace es enseñarme la botella de vidrio—. Champagne Pommery, nena: tu favorito.
—Jordan... Mañana tenemos mucho trabajo que hacer, y el despertador sonará en...
—Mañana nos vamos a Nueva York —interviene.
—¿Qué? —pregunto con asombro y cierto dejo de reclamo—. Íbamos a viajar el domingo. Madison tiene su último día de escuela y mis hermanos...
—Compré entradas para un espectáculo de Moana —vuelve a interrumpir—. Eso le fascinará. Podremos ir a algún parque de diversiones después. Aparte, tus hermanos ya están grandes. Liam estará en la casa, puede hacerse cargo.
Me pongo a dudar. Me tenso. Me inquieto.
Los cambios de planes a última hora jamás me han gustado. Siento que pierdo el control. Y si pierdo el control de una situación, flaqueo.
—No lo sé —digo para nada convencida.
—Vamos linda, déjate llevar al menos una vez —sin perder la cautela en su voz, destapa la botella de champagne que más me gusta y de la mesita de noche agarra una copa—. Déjame tomar las riendas sólo por esta vez —la llena y me la da—. Te prometo que luego, volverás a ser la sexy controladora que tanto me gusta —se sirve él y apoya botella en la mesa de luz—. Brindemos por un nuevo comienzo.
Antes de chocar mi copa con la suya, aún dudando de lo que dice, le observo con extrañeza.
—¿Nuevo comienzo?
—A partir de mañana, empezaremos de cero —brinda y bebe un trago—. Te voy a mostrar realmente el hombre que tienes al lado —toma otro y le imito, también le doy un sorbo al champagne—. Vas a conocer al Jordan que realmente es capaz de cualquier cosa por tenerte entera.
Me termino la copa y se la devuelvo. No quiero que esto vaya a más. Al menos no esta noche.
—Jordan, vamos a dormir.
Él deja la suya y se deshace el nudo de la corbata.
—Te voy a tener en cuerpo, en mente y en alma —se desprende los primeros botones de la camisa dejando a relucir sus pectorales y el vello que los cubre—. Al final vas a ser toda mía, Charlotte.
Se quita el cinturón, escucho que los mocasines caen en el suelo amaderado y como un felino viene a mí.
—Jordan, no —ignora mi negativa y cuando está lo suficientemente cerca, besa mi cuello. Trato de rechazarlo, pero su brazo aprisionando mi cintura y su mano apoyándose en el colchón no me permiten tomar distancia.
Trato de removerme pero su cuerpo me encarcela. Su lengua caliente recorre mi cuello y muevo la cabeza en dirección opuesta.
No quiero...
—No me rechaces —sujeta mi mentón—. Ya no sigas rechazándome.
Su boca toma la mía sin reparos. Su lengua me invade sin pedir permiso. Quiero seguir peleando por no tener sexo, pero al final me acuesto y él termina ganando.
Su mano en mi cadera, su brazo rodeándome, el peso de su cuerpo sobre el mío, su entrepierna abultada, su forma voraz de besarme.
Listo.
No quería...
Pero ahora sí quiero.
Sujeto con firmeza su nuca.
Hace calor, empiezo a sentirlo.
—Buena chica —me susurra, pasando la lengua por mi garganta y bajando por la separación de mis pechos, que se escapan por el pronunciado escote del camisón.
Explora mi carne sin detenimiento.
Jordan nunca ha sido romántico a la hora del sexo. Pero tal vez es eso lo que me atrapó de él. Que es como un hombre de dos caras. Un tierno e inocente cachorro durante el día, y un lobo por la noche.
Cierro los ojos cuando agarra mis senos. Sus manos se cierran en ellos, los presiona contra mí, los aprieta, los alterna en su boca.
Sus lengüetazos en mis pezones, endureciéndolos, me hacen arder.
Mis palmas se apoyan en su cabeza y tiro de su pelo castaño para que alce la mirada.
Me sonríe. Se acerca, me besa, me muerde.
Sus dientes van marcando mi piel, me hacen gemir cuando atrapan con una torturadora suavidad mis pezones.
A horcajadas de mí se endereza, desprende su camisa y se la quita.
Es guapo, es varonil, es enigmático, es otro Jordan en la intimidad.
Me excito sólo de ver cómo se desviste. Cómo desabotona su pantalón de traje, y lo baja al igual que el bóxer Calvin Klein que usa.