Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO DIEZ

Prendo mi celular y escribo un mensaje de texto.

Rápido, abreviado y con alguna que otra falta de ortografía por culpa de mis dedos y el auto corrector.

*Disculpe la hora, soy Charlott Donnovan. Quisiera tomar un café con usted manana en la mañana si es posibe.

Tengo la oportunidad de tomar un caso.

Ys la única persona que va a poder ayudarme.

Sin detenerme a reelerlo siquiera se lo envío. Me quedo un instante mirando la pantalla, esperando porque me conteste y cuando lo hace, mis hombros se encogen.

*¿Un caso?

Interesante.

¿Mañana a las nueve en el Starbuck's de Belmont y Yale está bien?

Qué alivio.

Gracias a Dios.

*Sí, excelente. Muchas gracias Peter.

Peter fue mi profesor cuando estudiaba derecho en la universidad. Jamás había conocido a un hombre tan sabio, tan inteligente y tan astuto como él.

Cuando obtuve mi maestría, fue Peter quien me aconsejó seguir estudiando y especializarme en el derecho penal. El próximo año obtendré mi diploma junior y no puedo sentirme más satisfecha por alcanzar mi meta.

Tanteo mi teléfono contra la palma de mi mano. Todo va a salir bien.

Lo guardo en el bolsillo de mi pantalón deportivo, salgo del cuarto y voy directo a la habitación de Madi.

Después de su crisis necesito consolarla. Necesito darle otro abrazo. Decirle que mamá la ama con el alma y que jamás hará nada con el propósito de herir sus sentimientos.

Lentamente abro la puerta y miro el interior por el rabillo.

La habitación está en penumbras, apenas la ilumina su lámpara de bailarina de ballet. No se escucha llanto, ni grito, no se escucha nada.

Entorno de par en par y hago una mueca de susto cuando veo a Liam palmeando la espalda de mi hija mientras le tararea una canción.

Entre gestos me explica que se ha dormido, así que con cautela cierro.

No me gusta que se haya quedado dormida angustiada. No es que sea sobre protectora pero, luego va a tener pesadillas. Ya le sucedió varias veces.

Mierda.

Estoy pésimo.

Mierda, mierda y mierda.

Con la sensación de estar haciéndolo todo mal, en lo que a mi niña se refiere, marcho al living comedor.

—¿Char qué pasa? —Alex viene corriendo hacia mí y me toma de los antebrazos.

Es muy regañona, insoportable y caprichosa la mayor parte del tiempo pero si me ve mal, es la primera en acercarse, cuestionarme y apoyarme.

—Vamos a la mesa —suspiro—. Voy a preparar café, ¿quieren?

—¿Café? —se extraña Vanessa—. ¿Pero a esta hora?

Chris se rasca la frente y me mira con el ceño arrugado.

—Esta noche me la voy a pasar en vela —digo, de camino a la cocina—. Tengo trabajo.

—¿Qué eran esos gritos de Madi? —por encima del hombro observo a mi hermano, que confundido no me quita la mirada de encima.

Pongo agua a hervir y busco en la alacena el café instantáneo.

Estoy por responderle, aún de espaldas a ellos pero escucho que la puerta principal chirria y de inmediato me tenso. Mis músculos se contraen, mis puños se cierran de manera instintiva y mis dientes rechinan para reprimir la tensión.

—Hola muchachos —acaba de llegar el descaro hecho hombre.

—¡Jordan! —Alex lo saluda, también Christopher y Vanessa.

Respiro profundo. Tomo tanto aire que mis fosas nasales se dilatan. Apoyo las manos en la mesada y cierro los ojos.

Nunca pensé que de un momento a otro fuese a desagradarme tanto el tono de su voz.

Por dentro cuento hasta diez.

Jordan se ríe por algo que comentó mi hermano.

Vuelvo a contar. Es eso o estrangularlo.

—Charlotte —ya se me acercó lo suficiente. Su mano roza mi brazo y rechazo su contacto sin dudarlo—. Charlotte nos debemos una conversación.

Muerdo mi labio inferior, paro, vuelvo a morderlo y me enderezo.

—No tengo nada qué conversar contigo —doy media vuelta y me topo con su cara. Su atractiva, seria y despreciable cara—. Y no deberías estar aquí —trato de pasarle por al lado pero se interpone y me lo impide.

—Vamos, no seas infantil.

—¡No me toques! —elevo la voz.

Alexandra se sobresalta, Christopher nos observa sin entender nada y él trata de hacerme callar.

—Charlotte no te pongas así.

—¿Que no me ponga así? —repito en tono de pregunta, perdiendo con rapidez la pizca de paciencia que me quedaba.

—Estás enojada porque te oculté la verdad, pero tampoco me crucifiques. Merezco explicarte las cosas.

Evito reparar en él, en silencio me concentro en la puerta de la heladera, hasta que sin más remedio acepta y se hace a un lado.

Voy hasta el final del pasillo y me meto al cuarto. Avanzo sin razonar al lugar dónde me dirijo. Estoy tan envenenada, tan enojada y tan rabiosa que sólo pienso en cómo descargar todo el coraje que siento.

—Nena —me siguió.

Está en la habitación.

Hablándome como si nada. Como si yo fuera la loca dramática que le agregó intensidad al asunto.

—Me mentiste —giro y lo enfrento.

Jordan se apoya en la puerta cerrada y guarda sus manos en la chaqueta de traje.

—Lo siento —dice—. Lo lamento.

Niego varias veces. Estoy a punto de perder el control de mí misma.

—Tú no lo sientes —mascullo—. Me engañaste por años. ¡Por años! —grito—. ¿Y vienes a decirme que lo sientes, luego de que yo te descubrí? ¡Cómo tuviste el atrevimiento! —grito de nuevo.

—Shh —me calla con calma—. Vas a despertar a Madi.

Abro la boca, anonadada por su actitud.

—¡No seas tan cínico, Jordan! —le apunto con el dedo—. ¿Porqué no me dijiste que Nicolas estaba aquí? ¿Por qué lo estás tratando como un vil criminal si sabes que no lo es? ¡¿Porqué te callaste siendo que yo estaba desesperada por encontrarlo?!




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