Sugar Baby Libro 2

CAPITULO DOCE

Despacito voy abriendo las puertas de cada habitación de mi casa.

Primero la de Madison, que duerme toda destapada aferrada a esa muñeca que ama con locura. Después la de Alexandra, que también duerme destapada, de brazos y piernas extendidas y una sonrisota en la cara. Sigo por la de Christopher, que a diferencia de mis dos chicas, ronca con una frazada hasta el cuello. Y al final, no me detengo en el cuarto de Liam. No cuando comparte cuarto con su novia y yo no soy una indiscreta.

Llego al living comedor, luego de dejar las puertas de los más chicos apenas entornadas y me pongo la chamarra. Me acomodo el pelo, me abrocho el cinturón de los vaqueros y saco de mi bolso mi agenda de apuntes y un bolígrafo.

Tuve que salir temprano, estoy trabajando. Regreso a mediodía.

Los ama, mamá Charlotte.

Corto el trozo de papel con mi pequeña nota y la dejo encima de la mesa del comedor.

Son las siete de la mañana y aunque es probable que vuelva y sigan durmiendo, por si acaso les aviso.

Tiro de la valija azul y me río en voz baja.

Cuando no es día de semana y ninguno de ellos tiene clases, duermen hasta tarde. Y como tarde me refiero a pasado el mediodía.

Salgo de casa, cierro con llave y voy hasta el garage.

Se me hace un nudo en la garganta cuando guardo la maleta en la valija del auto. Es la valija que voy a dejar en recepción, para Jordan. Son todos sus trajes, su ropa, sus perfumes. Todo lo material que le pertenece está aquí y aunque no quise flaquear, mientras empacaba, se me salieron unas cuántas lágrimas.

Yo quería a Jordan.

Una parte de mí, a pesar de la rabia y la decepción, todavía le quiere.

Me ha cuidado, me ha protegido, me ha amado con todas sus fuerzas a pesar de no ser correspondido. Ha sido mi amigo, y mi maestro.

Trago saliva y cierro con fuerza el maletero.

Ha sido alguien demasiado importante en mi vida pero me traicionó, jugó con mi lealtad, me mintió, y eso... Eso no se lo voy a perdonar nunca.

Nunca.

Me acomodo frente al volante y prendo el automóvil. Retrocedo despacio y salgo a la calle que me conecta con la avenida y la avenida al puente.

Sin excederme en la velocidad, conduzco lo más rápido que el límite me permite. Quiero llegar al edificio dónde tiene su despacho de fiscalía, dejar sus cosas e irme. Deseo desde lo más profundo de mi alma no cruzarme con él.

Se lo ruego a Dios.

Miro las aceras, las pocas personas que circulan y los pocos carros que transitan. Se me hace sencillo llegar a la plaza. Demoro menos que las últimas veces que lo visité aquí, en este edificio dónde se reúne con detectives y policías a diario.

Estaciono en el parking de la torre, salgo del coche y saco la maleta.

El vigilante del estacionamiento me saluda de lejos y le devuelvo el gesto con un asentimiento de cabeza.

Un conserje me abre la puerta de vidrio y sentada frente al mostrador de recepción está Esther, que me mira entre alegre y perpleja.

—¡Charlotte, tanto tiempo sin verte por acá! —se levanta del asiento giratorio, rodea el mostrador y se acerca a mí para abrazarme.

Siempre igual, de mediana estatura, retacona, con sus pronunciados escotes mostrando el monte de sus senos grandes y esas faldas tubos más arriba de lo habitual, que moldean sus muslos anchos.

Esther no cambia, provocativa como la primera vez que la vi. Una morena llamativa, guapa, de las que los hombres siempre voltean a ver dos veces.

Desde que la conozco me ha dado la impresión de mostrar cierto interés por Jordan. Jamás se ha extralimitado, al menos no que yo sepa, pero entre mujeres, se percibe cuando un tipo le atrae a una.

—Me agrada verte —digo estrechándola en un abrazo que aún siendo abrazo, mantiene nuestras respectivas posturas: la de dos extrañas con un mismo hombre en común: el jefe de ambas.

—Estás linda —dice, haciéndome una radiografía completa—. Estás preciosa. ¿Cómo está la chiquitina? No la vi esta semana por acá.

Pongo cara de póker y por dentro me hago un monólogo.

No traigo maquillaje, tengo ojeras, los ojos abiertos como platos gracias al exceso de café en la madrugada, mi ropa es la más informal que tengo, y mi pelo está enmarañado.

Definitivamente eso de "estar hermosa" fue un cumplido por obligación.

—Madison está muy bien, gracias por preguntar —le sonrío—. Sabes estoy limitada de tiempo —adelanto la maleta—. Quisiera saber si puedo dejarte ésto. Es para Jordan.

Ella me observa sin disimular la curiosidad. No hay que ser demasiado listo para darse cuenta de lo que significa, ¿no?

—Eh... Este, Jordan está en el despacho. Estuvo toda la noche aquí por lo que me dijo el conserje, si gustas puedo llamarlo para...

—No, no —corto—. Yo te la entrego y que él se haga cargo de ella luego.

—¿Tampoco un café? —insiste, con su más que evidente anhelo de averiguar cosas.

Palmeo su hombro y sin perder la sonrisa retrocedo—. Gracias, Esther pero no. Llevo prisa.

Me saluda con la mano y yo me vuelvo por donde vine. Voy hasta el parking, me subo a mi auto y me dispongo a conducir.

Tengo una cita importantísima con Peter que pude adelantar para más temprano y no quiero llegar ni un minuto después de la hora acordada.

                                     ***

—Independientemente de lo que me cuentas, Charlotte, te toca enfrentarte a un hueso muy duro de roer.

Tanteo mis dedos en el vaso térmico de capuchino que pedí. Mi estómago resiente tanto café, pero lo necesito para afrontar el resto del día sin quedarme dormida por ahí.
                            
—¿Usted cree que será mi contrincante en los tribunales de Seattle?

—Conozco muy poco a Hayden, pero sí pongo atención a lo que se habla sobre él. Se dice que es un hombre obsesionado por su afán de condenar criminales. Es impensado para mí, que acepte que se delegue a otro representante del Estado un caso que él se encargó de armar. 




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