Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO TRECE

Muevo mi brazo y lo saco de sus garras. 

—Muero por saber quién arderá primero —lo miro con la misma arrogancia que él imparte y me pongo a la par de Bianca, dejándolo rezagado. 

Camino con ella por el pasillo, bajamos las escaleras y cuando llegamos a las salas de interrogatorios, Baker se detiene. 

No volteo a ver si Nicolas está detrás, si quedó atrasado o si lo escoltan policías. No le demuestro ni una sola pizca de interés porque si lo que pretende es destratarme y amenazarme, yo puedo hacerle frente perfectamente. Sin miedo. 

—Puede tomarse todo el tiempo que necesite para hablar con su cliente, abogada —del juego de llaves busca una en particular y abre la primer puerta—. Habrá un oficial haciendo guardia. 

Afirmo en un ligero asentimiento y entro al salón. Es un cuarto pequeño, gris en su totalidad, provisto de una mesa cuadrada, dos sillas, un espejo y dos cámaras de seguridad. 

Estoy al tanto de que el espejo es falso y que fuera de la sala el guardia podrá supervisar uno a uno nuestros movimientos. Sin embargo y para mi tranquilidad, también sé que las salas de interrogatorios por ley, se insonorizan cuando se da un encuentro entre abogado y cliente. 

—Muchas gracias, Sargento —a desgana Nico entra, mira el lugar sin ocultar su desagrado y se desploma en una de las sillas. 

Su actitud es terriblemente masculina y sexy. Mi yo alborotado y muerto de excitación no puede ignorar el hecho de que las ganas tenerlo entre mis piernas son enormes. Más aún cuándo se sienta así: con las piernas extendidas hacia adelante, la nuca apoyada en el respaldo de la silla, los brazos cruzados sobre su pecho y su cara de "me importa una reverenda mierda lo que está pasando acá". 

Aunque por otra parte, me da una rabia gigantesca que se comporte como un idiota inmaduro. Su actitud tan borde me colma la paciencia y la buena predisposición con que vine. 

—Cuando la reunión culmine, haga gesto al espejo. El guardia destrabará la puerta —antes de salir del cuarto, Bianca le dedica una mirada de reprobación a Nicolas porque claro, su comportamiento tan maleducado y grosero se nota a leguas de distancia. 

La puerta se cierra y entonces quedamos él, yo y un silencio realmente tenso. 

Rodeo la mesa y lo enfrento, con la madera separándonos. Ignoro su escrutinio silencioso o la cara de pedante con que me mira y abro mi bolso. Del interior saco una carpeta que pongo en la mesa y de la cuál retiro una hoja. 

—Bien —rompo el hielo con indiferencia y el profesionalismo que he venido practicando mentalmente—. El lunes a las ocho, tienes audiencia en la Corte de Arraigos —agarro la hoja y empiezo a leerle los cargos por los que se le acusarán. Evito reparar en su rostro porque aún con su actitud reprochable, sé que mencionar a su hermano moviliza todas sus fibras sensibles. Peor si se trata de una acusación en primer grado que lo enfoca como el asesino del mismo—. Voy a solicitar fianza para que puedas... 

—¿Está tu marido allá afuera? 

Su pregunta que absolutamente nada tiene que ver con ésto, me obliga a levantar la vista y centrarme en él, que muy serio e interesado me observa. 

—¿Perdón? 

En sus facciones se dibuja un esbozo de sonrisa. 

—Que si tu marido, el fiscalito de Nueva York está afuera —masculla en un tono despectivo.  

—Eso... —sonrío igual que él— No te incumbe. 

Mi respuesta le molesta tanto que ni sus muecas llenas se hastío y ganas de fastidiarme logran disfrazar lo que siente. 

—¿Qué le viste? —insiste, con el mero propósito de poner en tensión la reunión. 

—Como te dije —vuelvo a enfocarme en la hoja—, voy a solicitar libertad bajo fianza. Si el juez fija el monto y puedes pagarla, quedarás libre hasta que el jurado dicte sentencia. 

—Te pregunté qué fue lo que le viste a ese fiscal. Qué tiene de interesante. Parece un muñeco de pastel de bodas cuando le conviene. 

Enarco una ceja y acorto mi distancia con él, parándome a un lado de la mesa. 

—¿En serio quieres saber porqué me fijé en Jordan? ¿A ti en qué te beneficia, Nicolas? —se encoge de hombros, como si su contestación fuera irrelevante—. ¿Acaso a mí me interesa tu vida personal? 

—Probablemente no —dice a secas, con indiferencia—. Y a mí tampoco me importa la tuya —enfatiza, como un puñal directo a mi pecho—. Lo que sí me genera curiosidad es... Cómo tuviste el brío de meterte con tipo que está tan... Mal de la cabeza. Que es tan "bueno" y tan hijo de puta al mismo tiempo. 

Por dentro confieso que sus últimas palabras me perturban bastante. Y con bastante me refiero a que está en lo cierto. Sin conocer a Jordan, la acertó con su definición. 

—Saciando tu curiosidad te diré que Jordan ha cumplido altamente mis expectativas —le miento—. Es apuesto, adinerado e inluyente. Es una persona honesta, que me ama y ama a mi familia —por un instante su fachada altanera y soberbia se fragmenta. No sé si es mi anhelo o realmente no le gusta lo que le estoy diciendo—. En resumidas cuentas, por casi ocho años Jordan ha sido el hombre perfecto para mí. 

Dejo la hoja y desde mi altura le sostengo la mirada. 

Bajo ninguna circunstancia voy a desmentir el chasco de Jordan, mis problemas con él y menos que menos, voy a dar mi brazo a torcer, aceptando que es verdad lo que vaticinó: que es un hijo de puta sin escrúpulos. 

—¿Ocho años? —se ríe—. Vaya... Me superaste bien rápido. 

Hago caso omiso a su comentario y relamo mis labios. 

Realmente no estoy de ánimo para ésto. No quiero entrar en una discusión adolescente que lo único que tiene como objetivo es competir, a ver cuál de los dos ha tomado mejores decisiones con el correr de los años. 

—En la audiencia, voy a exponer que tu exilio se debió a las amenazas del narcotráfico —le informo con frialdad—. Jordan va a tomar el caso aquí en Washington y seguramente te presentará como un prófugo de la justicia al cual desconfiarle. Querrá negar tu posibilidad de fianza como sea. 




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