Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO QUINCE

Con osadía y descaro palmeo el hombro de Nicolas. Más que una, me va a deber unas cuántas.

—No necesito que pagues mi fianza.

¿Ah no?

Con arrogancia lo miro de arriba hacia abajo.

—¿Seguro? ¿No oíste bien lo que acabo de decirte? —agarro mi maletín y me acerco a él lo suficiente como para ponerlo nervioso.

Ya me di cuenta cuando me senté a su lado hace un rato. Mi presencia lo pone nervioso y eso es algo que pienso utilizar a mi favor de ahora en más.

—Lo escuché bien. Pero me las rebuscaré para pagarla yo mismo.

—¿En serio? —suelto una carcajada—. ¿Y cómo dentro de cuándo piensas pagarla? —vuelvo a reír. La verdad es que su orgullo más que fastidio, me genera diversión—. ¿Luego de que pase el juicio? Para ese entonces habrás estado un buen tiempo en la estación policial —lo miro desafiante—. No tienes un centavo y tus posibilidades se reducen a una sola, que soy yo por supuesto. Pero, si tanto te gustó estar en una celda pues bien —me encojo de hombros, en un ademán cordial saludo al Juez y me dispongo a marchar—: quédate preso entonces —le veo fruncir el ceño—. No voy a ofrecerte mi ayuda dos veces.

Muevo mi cabeza de un lado a otro para quitarme los bucles que caen por mis hombros y mi pecho. Me adelanto un par de pasos pero él toma mi muñeca.

Una corriente eléctrica me calcina por dentro cuando siento sus dedos en mi piel. Me quema sin proponérselo. Me hace desearlo con todas mis fuerzas. Me hace anhelar congelar el tiempo y rogarle que me bese, que me haga suya, que me...

¡Dios!

¿Qué estoy pensando?

¡No!

Trago saliva y como si nada me volteo hacia Nicolas.

—¿Se te ofrece algo? —pregunto, en apariencias sin inmutarme por su contacto.

—Está bien —murmura en un hilo de voz.

—Disculpa, ¿qué? —achino la mirada, poniendo cara de "no oí lo que dijiste"

—Ayúdame —eleva la voz—. Pero te voy a devolver cada puto centavo.

Eso seguro. Cada centavo y más. Le voy a cobrar ésto con creces.
Lo necesito, lo deseo. A pesar de que es un reverendo idiota sigo amándolo con la misma locura que hace ocho años... Así que voy a tomar sus palabras al pie de la letra: me va a devolver cada centavo, con intereses extra.

—Perfecto —sonrío. No oculto la satisfacción de que se rebele ante su carácter endemoniado—. Pronto estarás libre —mi frente se arruga ligeramente y no me voy de la sala, sino que retrocedo hasta quedar a pocos centímetros suyo—. Eso sí, tienes prohibido salir del estado antes del veredicto; lo que podría llevar meses —lo miro amenazante—. Si se te ocurre fugarte, te juro por lo que más amo, que me olvido que eres el padre de mi hija y así como me esmero por sacarte del pozo, te hundo sin contemplaciones.

Su Nuez de Adán sube y baja.

—Eso no va a pasar —dice con ronquera.

Frunzo mis labios y le sostengo la mirada—. Lo siento... Pero es que yo no confío en ti. 

—Te doy mi palabra —replica—. Eso no va a pasar. 

—Voy a estar en la oficina cuatro que me designaron para la audiencia —le informo a secas—. Un oficial te guiará si no la encuentras. Te espero allí en cuarenta minutos. Tengo un asunto privado que atender y luego, debo explicarte ciertos detalles importantes.

Muevo mi cabeza para un costado y para otro y mi nuca cruje.

Esta audiencia me trajo con los nervios de punta, aunque los oculté muy bien. Muy bien para ser mi primera vez.

Camino por el pasillo entre bancas y antes de llegar a las puertas de la sala, me detengo.

—Estuviste estupenda.

Sonrío—. Tengo un excelente asesor —Peter me ofrece la mano y yo la estrecho—. Gracias por haber venido.

Salimos de la sala de audiencia y caminamos despacio. Yo tengo que ir a la oficina que me asignaron a recibir el papeleo de la fianza y aparte la fecha de la primer audiencia en el juicio por homicidio que enfrentará Nico.

—Le plantee la situación a Mónica —es su esposa y mi antigua profesora de Ciencias Políticas en la universidad—. Creímos que lo más conveniente era trasladarnos aquí, al menos hasta que tú ya no me necesites.

—En lo que dure esto, siempre voy a necesitar de tus consejos, Peter —llegamos a la puerta de mi oficina.

—Va a llegar el momento en que tú vas a actuar por instinto, Charlotte —aprieta mi mano—. Como te dije el otro día, elegimos esta profesión. Y si la elegimos es porque la amamos. Amar tu trabajo es un placer celestial que pocos conocen —Inhala hondo, me suelta y mira su reloj—. Tengo que irme pero, hay un par de dudas que necesito manifestarte.

Agarro el pestillo, pero no quito la mirada de su rostro—. Dime.

—¿Vas a cobrarle tus honorarios?

Parpadeo y aprieto los labios.

—No, Peter —alzo mis dos cejas—. No le voy a cobrar por defenderlo.

—Espero que no cometas una equivocación. Es tu trabajo, merece una recompensa.

—Lo sé, pero no será monetaria. No quiero eso. Me interesa crear un buen vínculo entre él y mi hija. Si lo consigo, será un pago más que suficiente.

Peter abre los ojos y suspira. Sé que no está de acuerdo. Algo parecido me preguntó el domingo cuando nos reunimos y desde allí le dejé en claro que no iba a cobrarle un sólo centavo.

—Es tu decisión —recalca.

Aunque él tampoco lo hace por dinero. Él me asesora y no exige un pago por eso. Somos del mismo palo, porque en dos oportunidades me dijo que esto lo hacía para ayudarme y también para seguir sumando reconocimiento y experiencia.

—Por otra parte —añade—, ¿tienes noción de qué tribunal va a tomar el caso?

—Aún no. Lo sabré en unos minutos cuando reciba las fechas de audiencia y también voy a saber en qué grado va a acusar Jordan a Nicolas.

Peter asiente, palmea mi hombro y como despedida me recuerda—. Homicidio Involuntario. Ese es la acusación que la defensa aceptará y por la cuál se tomará el juicio.




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