Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO DIECISEIS

MADISON

—¡EY! —le robo una pieza—. ¡Ey, enana tramposa es mi turno!

—¡No tía! —me río—. ¡Yo quiero ponerla!

Escucho que resopla muchas veces y al final me deja terminar de armar el puzzle.

—¿Qué es todo ese griterío? —la voz de mi abuelo desde el pie de las escaleras me hace chillar.

—La tramposa de Madison Henderson —se cruza de brazos y sus lindos ojos grises se achinan cuando me miran.

—A ver, a ver, ¿qué hiciste?

Me arrodillo en la alfombra de pelos largos y suaves que tanto me gustó desde que llegamos aquí—. Quería terminar el puzzle yo sola —observo a mi abuelo, que se sienta en el sillón que está cerca de mí.

—¿Ah si? —Christopher deja de usar la laptop y también me mira—. Estabas tramposeando, Madi. Yo te escuché.

—¡No es cierto! —me hago la enojada para no seguir riéndome.

—No me dejó jugar mi turno —la tía empieza a acercarse, con una sonrisa en la cara y las manos hacia adelante—. La malosa y tramposa Madison se robó las últimas piezas, y ahora —se queda quieta un momento—... ¡Ahora la voy a llenar de cosquillas!

Se lanza sobre mí y nos caemos en la alfombra.

Sus cosquillas me hacen reír mucho. Por mi panza, mi cuello, debajo de mis brazos. Mis ojos se mojan por la risa.

—¡No tía! —no me hace caso

—Ese es tu castigo pequeña niñita —sopla cuando para y se sonríe toda contenta.

Quiero vengarme pero me toco la panza y pongo cara fea.

—A- abuelo —tengo hipo—. ¿M-me das, e-el vaso? —me alcanza el vaso de princesas con jugo de naranja y me lo tomo todo. Espero un rato y me levanto como una ganadora cuando puedo hablar sin hipo—. Estoy bien —les aviso—, no se preocupen. 

Agarra mi mano y me invita a sentarme con él en el sofá. Es igual de suave que la alfombra, pero se parece a una nube. Me hundo cuando me siento. Aparte me encanta su color plateado.

—Mi princesita —me abraza fuerte y me da un beso en la frente—. ¿Te gusta esta casa? ¿Te sientes contenta de estar aquí o extrañas Nueva York?

Lola se sube a sus piernas para que le haga mimos en la cabeza.

—¡Me encanta esta casa! —exclamo—. Es como el palacio de la Princesa Sofía —se ríe—. Y no extraño mi otra casa. Pensé que iba a extrañar a mi papá Jordan pero tampoco lo extraño —lo observo, creo que se enojó por lo que dije—. ¿Abuelito estás molesto?

—No, mi tesoro claro que no —me aprieta contra su pecho—. Pero... Me gusta que no extrañes a tu papá Jordan.

—Mamá no sabe que los escuché pelear el otro día, antes de venirnos para acá —tomo aire y observo a mi tía, que se nos acerca igual que Chris—. Christopher estaba en casa. También los escuchó.

—¿Ah si?

—Sí. Le gritó y le dijo cosas muy feas —de nuevo me siento triste. Aunque quise olvidarme de lo que Jordan le dijo a mami, no he podido—. Le dijo que mi padre la había dejado botada peor que una bolsa de basura. Que no la quería.

Orianna agarra mi mano en las suyas. Está triste. Sé que se pone triste, porque cuando hablan de mi padre siempre lo hace.

—Eso no es así. Tu papá sí quería a tu mamá. Tu papá quería a tu madre tanto como los príncipes de las películas que ves, quieren a sus princesas —se le caen unas lágrimas y yo se las limpio con mis dedos—. Pero como en todos los cuentos siempre hay villanos, en tu historia también los hubo. Y Nicolas tuvo que irse. Se fue muy lejos. Él no las dejó. Tu papá Jordan, que ni papá es, es un maldito mentiroso.

Levanto mis cejas al ver que de la tristeza pasa al enojo.

Qué gracioso.

—Orianna —le advierte mi abuelo.

—Ese no es tu padre —se sostiene de mis rodillas mientras me habla—. Tu único padre se llama Nicolas. Y Nicolas no te conoce. No sabe que tiene una hija tan bella y tan idéntica a él, porque si hubiera sabido de ti, yo, que soy su hermana, te aseguro que no se te habría despegado ni un minuto.

—Orianna, cállate.

—Es cierto papá. Jordan lo único que hace es llenarle la cabeza de mentiras. Es un maldito cretino. Me encantaría empujarlo suavemente con mi auto —se pone de pie y camina por la sala de estar—. Hacerle una suave caricia con las llantas y quebrarle las piernas.

—Shhh —me tapa los oídos—. No le hagas caso —me dice el abuelo, regalándome una sonrisa—. La verdad es que todos nos equivocamos mucho. Y sería hermoso que algún día le dieras la oportunidad de explicarte cómo fueron las cosas.

—Es que yo no quiero verlo —le digo, muy seria—. Abuelo, yo no quiero conocerlo. Yo sé lo que me dicen ustedes, y lo que me dice mamá, y Jordan no me habla mal de mi padre pero... En mis películas, cuando los príncipes se separan de las princesas, al final ellos vuelven, y están juntos. Yo ya tengo siete y él nunca vino para estar con nosotras.

Me peina el pelo con sus dedos.

—Estás enojada mi cielo. Estás más grande y entiendes más algunas cosas, pero todavía estás muy chiquita para entender otras.

Arrugo mi frente y me cruzo de brazos—. ¡Yo entiendo todo! Ya sé que mamá va a trabajar para mi padre. Y sé que está en esta ciudad, pero no me importa —pongo trompa y miro a mi tía. No le gusta que hable así—. No me importa porque no quiero verlo nunca en mi vida.

La tía Ori va a decir algo, pero se calla cuando llega mamá y nos saluda.

—¿Qué pasó? —dice abriendo grandote sus ojos grises.

Mi madre le da un beso a ella, otro a Christopher, uno a la tía Alex que acaba de aparecer y a David.

—El juez permitió la libertad bajo fianza —deja su maletín en uno de los puf—. Diez mil dólares. Congelaron sus cuentas, no puede salir del estado e investigarán si tiene pasaporte para retenérselo. Ya salió en libertad. 

—Te daré un cheque.

—Ya la pagué, David, no te preocupes —se sienta a mi lado, pasa su brazo por mis hombros y besa mi mejilla muchas veces—. ¿Cómo estás princesa de mamá? ¿Te gustaron las donas de hoy?




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