Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO DIECINUEVE

Llevo más de cuarenta y cinco minutos en la autopista. Avanzando diez metros y quedando diez minutos estancada entre tanto tránsito.

¡Uff! 

Apoyo la frente en el volante mientras espero para poder seguir y me enderezo cuando el coche de atrás me toca un bocinazo.

—¡Ey, ¿vas a moverte? No tengo todo el día! —me grita por la ventanilla.

Piso el acelerador y ocurre lo mismo. Avanzo apenas unos metros y de nuevo freno.

—¡Ey! —vuelve a gritar el muy pesado.

—. ¡¿Qué?! —saco la cabeza por la ventana del conductor—. ¿Quieres que mi auto despliegue alas y salga volando?

El sujeto pone cara reprobatoria y hace gestos al aire con la mano. De seguro ha de estar insultándome, pero me importa un rábano, ni que yo fuera la culpable del embotellamiento.

Del maldito embotellamiento.

Dios... Qué tedioso es esperar así.

Recargo mi espalda en el asiento, de la guantera agarro mi celular y lo prendo.
Tengo varios mensajes de Orianna, de Ámbar que está en el aeropuerto de Seattle, de Peter, de Leslie, de la secretaría del condado y aparte, de Nicolas.

Todos me interesan. Todos me estresan de igual manera. Todos son importantes.

Pasaron veinticuatro horas luego del acontecimiento... Mejor dicho, encontronazo de Madison con Nico en mi departamento, y las cosas parecen haberse vuelto un maldito embrollo.

Se agitó todo de tal forma que parece que un tsunami hubiese arrasado con la tranquilidad de los Henderson.

Orianna que le dio refugio a Nicolas en su departamento, después de habérselo encontrado vagando en los suburbios.
David que está a punto de arrancarse el cabello de la inquietud, al saber que tiene a su hijo cerca pero que no debe acercársele.
Madi; mi chiquita, que todavía está como perdida con la noticia de su padre.
El mismísimo Nicolas Henderson, que pasó el martes entero llamándome cada una hora para preguntar por ella, por la audiencia, por lo que voy a hacer, por cómo pienso proceder. Él también está desorientado; se percibe. 

Por otra parte. Ese lado que no es emocional, que no es una montaña rusa sentimental que te eleva y te desploma sin contemplaciones y de la cuál nunca te puedes bajar, me está volviendo histérica.

No quiero describirme así pero hoy a la mañana era precisamente la palabra que me definía: histeria.

Lo meramente laboral. El juicio de Nicolas y todo el rollo de la primer audiencia el lunes, me están poniendo los pelos de punta.

Ayer me reuní con Peter en mi departamento mientras Madison estaba en casa de David. Comenzamos a trazar una línea, una estrategia y una agenda que me permita organizarme, recabar toda la información pertinente y no enloquecer en el proceso.

Lo primero que hice fue pagar el costo de los trámites, tanto para conseguir los exámenes forenses en tiempo y forma, como los honorarios de cada documento que voy a presentar en la Corte Superior. Y ahora, tras pasarme la mañana entera en vueltas no sólo me encuentro atorada en tránsito y pensando en un montón de asuntos a la vez, sino que también estoy rezando porque Leslie atienda a mis llamadas.

Estoy a punto de retroceder ocho años en mi historia y necesito de mi terapeuta para luego poder hacer frente, emocionalmente, a lo que se viene.

—¿Nerviosa? —la voz grave de Peter hace que gire la cabeza hacia él un momento.

—Muy —suspiro, apoyo el teléfono en mi regazo y cuando el tránsito comienza a fluir, acelero—. Estoy muy nerviosa pero lo puedo controlar.

Me concentro en la carretera, me arreglo el cinturón, y vuelvo a suspirar.

—Tienes que controlarlo —replica con dureza.

—Ya sé. Pero es que no es fácil cuando lo sentimental y lo laboral se mezcla.

—Por eso mismo. Porque si no empiezas a dominar tus nervios, y ese notable estado de ansiedad que te hace morder la piel alrededor de tus uñas cada dos por tres, te aseguro que Hayden no vacilará en usarlo a su favor.

Por fin tomo la autopista 123 y cuando la voz del GPS me dice que doble en Whestporth, me tenso.

Ésta era la ubicación del bodegón. Desde lo alto de la carretera incluso veo la estructura. Desde lejos aprecio con escalofríos el escenario de mis peores recuerdos y pesadillas.

Allí sigue ese maldito lugar de mierda.

—Charlotte —Peter me habla pero no puedo ponerle atención. Mientras miro al frente, no logro evitar mis ojeadas de soslayo a las viejas, oxidadas y lúgubres bodegas en dónde ejecutaron a Erick.

—¡Charlotte, estaciónate aquí! —otra vez me llama, elevando el tono y obligándome a actuar en acto reflejo a su orden.

—Lo siento —aparco unos metros calle arriba, después de la estación de policía—. Me distraje, lo siento.

Desabrocho mi cinturón y Peter hace lo mismo. Sin embargo cuando estoy por bajarme del carro, sus manos sujetando mis hombros me frenan.

—Mírame —dice con autoridad—. Mírame bien.

Trago saliva un par de veces.

De vez en cuando solía distraerme en sus clases y sus llamados de atención me daban un poco de miedo.

Peter como profesor era exigente, pero como mentor lo es el doble.

—Lo tengo controlado —miento, entornando la mirada.

—Si no vas a poder con esto, renuncia —la severidad en su voz me estremece—, pero no trabajes a medias. No eres mediocre. Enfócate. Concéntrate. Un ser humano puso su libertad o su condena en tus manos, tienes la responsabilidad de ser cien por ciento eficiente. No un ochenta, no un cincuenta; sino un cien por ciento.

—Tiene razón —me suelta—. Tiene razón. No voy a renunciar. Vamos.

Hago un ademán para girar y salir, pero al ver su dedo índice levantado, me retracto.

—Te voy a hacer una pregunta —su mirada dura como piedra me deja chiquita—. ¿Te habrías sentido más segura, si hubiese venido uno de los Henderson a acompañarte?

Mi garganta se seca. Su pregunta es capciosa. Y yo sé qué es lo que debo responder.




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