—¡Ey! ¡Eeey! —a paso rápido, casi al trote, sigo a Nicolas por las escaleras.
Esto salió peor de lo que esperaba.
Rememorar el asesinato de Erick ha sido terrible para todos nosotros, pero a Nico le afectó mucho más. Quedó claro.
Entre el tenso, violento y cortante reencuentro de padre e hijo, y el revivir una experiencia traumática, él se fue del departamento en un estado de desolación y tristeza sin igual.
Es que hasta de mí se está escapando.
Escucha que lo estoy llamando, que estoy bajando las escaleras casi pisándole los talones y que sólo aguardo porque se detenga pero hace caso omiso.
—¡Nicolas, por favor! —la escalera de servicio nos llevan al estacionamiento techado y es allí que empieza a aminorar la marcha.
—¿Porqué me sigues? —se da la vuelta y me mira.
Apoyo las manos en mis rodillas para recuperar el aliento que perdí al bajar diez pisos prácticamente corriendo.
—Porque quiero que te vayas bien —respondo de primera.
—¿Bien? —enarca una de sus tupidas cejas color caramelo—. ¿Cómo crees que puedo estar bien cuando me topé con mi padre allá arriba y cuándo tuve que detallar la muerte de Erick? La muerte de mi hermano por cierto —se toca el pecho—. Obviamente no estoy bien.
A diferencia de hace un rato, su manera de hablar no destila prepotencia ni inmadurez. Se oye lastimado, vacío, desorientado.
—Yo sé que no estamos amistados y posiblemente nunca volvamos a estarlo —me enderezo y voy acercándome sigilosamente—. Sé que estás enojado, que pasaron muchos años y que hay ciertos asuntos que aún no has podido superar, pero quiero ayudarte en la medida que pueda, a alivianar esa carga que tienes encima. Es difícil recuperar la confianza de alguien a quien quisiste y que al final no te pagó de la mejor manera, pero yo sigo estando incondicionalmente para ti, después de todo. Y si algún día me necesitas. Si necesitas a Charlotte y no a tu abogada, también voy a estar —aprieto los labios al apreciar su silencio sepulcral—. Entre nosotros no hay nada. Ya no hay nada. Pero tenemos una hermosa hija que requiere de ambos, así que por Madison tienes que poder empezar a afrontar tu dolor y tus demonios de una nueva forma. Una forma que no te envenene tanto el corazón, Nicolas.
—Viniendo de tu boca parece sencillo —vuelve a girar y camina hacia la salida del parking—. Aunque la verdad, Charlotte, es que mientras ustedes seguían con sus vidas, salían adelante, cumplían sus sueños, sus proyectos y sus objetivos, yo me atoré —para y respira profundo. Veo su espalda subir y bajar pausadamente—. No logro seguir. No sé cómo seguir. Mi vida se quedó atascada ocho años en el pasado.
—Porque estuviste solo —susurro acortando la distancia que nos separa a él—. Porque pintaste tus días de resentimiento y de odio. Y porque no hemos tenido la oportunidad de sentarnos a hablar como dos personas adultas que somos.
Se vuelve hacia mí. Ahí está otra vez esa cara llena de rabia, tensa, crispada, molesta. Reprimiendo miles de reproches.
—¿Qué tienes para decir que me haga dudar de lo que he estado sintiendo? —me observa con severidad.
—Que en parte has tenido razón —admito, sorprendiéndole—. Quizá yo también hubiese odiado a todo el mundo si hubiera sabido la verdad de la forma en que tú la supiste —me cruzo de brazos. Tengo frío y estoy sin ningún abrigo más que mi remera holgada de manga larga con el logo de Red Bulls—. Te enteraste de la forma más vil e injusta. Te dijeron una verdad a medias, disfrazada de maldad y nunca, el tiempo me dio la oportunidad de defenderme y explicarte que no todo fue como Rafael dijo —hago una pausa—. Todavía estás en duelo por la muerte de Erick y lo sé, no hace falta que lo digas. Es un dolor enorme, indescriptible, inimaginable. Pero también nos odias por algo que...
—¿Hicieron por mí? —concluye con sarcasmo.
—David lo empezó por ti, porque le asustaba ver el monstruo en que te convertías cada vez que te metías cocaína por la nariz. Yo lo empecé porque no tuve de otra. Porque él me embaucó a mí, para ayudarte a ti. ¿Crees que fue tan sexual, material y fabuloso mi contrato con tu padre? —niego y abre con desmesura los ojos—. Pues si lo crees te equivocas, ya que manipuló mi vida entera para que acabase entrando a su oficina, y rogara por su dinero. Me dijo que me quería como dama de compañía sin relaciones sexuales de por medio... Y yo confié en que era eso lo que deseaba; nunca descifré sus segundas intenciones hasta que descubrió lo que había hecho contigo en Napa, en aquella presentación de vinos.
—Te aliaste a él —espeta.
—No tuve salida al principio, y luego vi lo que eras tú —confieso—. Eras un desastre, Nicolas. No tenías rumbo, tu adicción era peligrosa incluso para ti mismo. Posiblemente ni lo recuerdes pero cuando estabas limpio lo único que anhelabas era ya no volver a consumir —me callo unos segundos—. Me enamoré de ti aún con todos tus defectos, y me presté a su plan porque supuse que era la única forma de sacarte de las garras de Rafael.
Se aproxima a mí. Tanto, que veo su nuez de Adán subir y bajar.
—¿Tuvieron sexo? —pregunta en un murmullo.
Su interrogante no me sorprende. Honestamente esperaba oírla en algún momento.
—¿Qué es lo que piensas tú? —replico.
—Charlotte...
—Estamos solos, teniendo la conversación que pensé que jamás tendríamos. A pesar de tu enojo y ceguera... Sabes que fuiste el primer hombre con el que estuve. Lo sabes. Sabes que no soy esa clase de mujer que te emperraste en idealizar. Y sabes que te amo; eso lo sabes a la perfección. Te di lo mejor que tenía de mí, te brindé el cariño de mi familia, mis consejos, mis abrazos, mi inexperiencia y hasta mi sacrificio —evade mi mirada por un instante—. Fui hasta el final por ti. No por David, por ti. Y sí sé que el método no fue el correcto, que todo se fue a la mierda y que quizá podrías haber abandonado el narcotráfico por tus propios medios, pero era tanta la desesperación de que algo malo te sucediera, que no pensamos en ello. Ni tu padre cuando lo orquestó, ni yo cuando acepté. He sido auténtica en cuanto a mis sentimientos, no fingí ni te engañé en eso —inhalo hondo—. Y si te olvidas un poco de lo enfadado que estás, te darás cuenta que estoy en lo cierto —me observa. Su mirada centella—. ¿Realmente piensas que tuve sexo con tu padre?