Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO VEINTIOCHO

Apoyo las manos sobre sus hombros y me enderezo. Mi espalda se curva y sus manos se deleitan en ella.

Las yemas de sus dedos van tanteando mi piel, erizándome de una forma indescriptible. Se metieron por debajo de mi camiseta y dibujan la línea que traza mi espina dorsal.
Mis pechos se aprietan contra su torso, su masculinidad roza mi entrepierna y su nariz toca apenas mi mejilla, haciéndome suspirar de deseo.

Siento su aliento en mis labios, escucho el sonido de su respiración tranquila y acompasada y me enloquezco poco a poco con sus manos recorriendo mi cuerpo por doquier.

Despacio; siempre despacio.

Por mi columna, por mis costillas.

Sus brazos se cierran en mi cintura y me presiona contra él.
Es una presión que enardece, que me excita aún sin proponérselo.
Es la dureza de sus músculos, de lo anchos que son sus brazos, su torso, o lo marcados que están sus oblicuos lo que me calienta.

Es varonil, ardiente y encantador.

—Me gusta tu perfume —murmura con su nariz recorriendo mi cuello—. Tu piel es demasiado suave. Me había olvidado que era un elixir tocar tus piernas —sus dedos en mis muslos se roban mis suspiros y sus ronroneos me hacen entrecerrar los ojos—. Eres como una pieza de colección —sus manos aprietan mi culo y no logro reprimir un leve jadeo—: invaluable, perfecta, lo que cualquiera mataría por contemplar —cegada por el placer de sus manos en mí, me levanto apenas de su regazo.

—Hablas demasiado —le susurro, con mi frente pegada a la suya—. Eres un seductor nato. Eso jamás va a cambiar en ti.

Amasa mis nalgas y estoy a punto de gemir pero me calla con un beso.
Con una mano en mi espalda, la otra en mi culo, y la presión de nuestros cuerpos pegados uno con el otro, su lengua entra en mi boca.

Me invade, me provoca, me domina. Sus labios se enfrascan en un beso delicioso y sus dientes rasguñan con delicadeza mi labio inferior.

No me da tregua. No puedo reaccionar. Correspondo con las ganas que tenerlo cerca me generan. Con frenesí y desbordado, casi desesperante deseo.

Nuestras respiraciones se mezclan al igual que su aliento y el mío.

Sus jadeos mueren en mis labios y mis suspiros extasiados y hambrientos en los suyos.
Es demasiado adictivo. Su beso tiene un sabor casi delirante.

Me muevo sobre él; despacio, en círculos. Mis pezones se endurecen con la fricción de mis senos contra su pecho y Nicolas se excita. Su miembro reacciona a mi movimiento.

Tira de mi pelo, echa mi cabeza hacia atrás y con su lengua recorre mi garganta. Desde mi mentón hasta el escote de mi camiseta.

Sube y baja varias veces, lamiendo mi piel y llevándome a un estado de inexplicable calentura.

Mis bragas se mojan tan sólo con su caricia y mi sexo late, porque lo necesita. Necesito follar con él.

Este hombre es mi adicción. Ha sido mi adicción desde que lo conocí y lo quiero completo.

A medias no.

Abro los ojos, empujo su torso con mi mano y lo separo de mí.

Me observa con excitación. Su mirada resplandece, su cara está sonrojada e intenta recuperar el aliento y el habla.

—Hoy —me acerco a su rostro y beso su mentón—. Hoy no... —mi nariz así como mi boca rozan su mandíbula, su mejilla y se quedan cerca de su oído—. Hoy no va a pasar nada —le doy un beso a su piel adornada de incipiente barba—. Es mejor parar antes de que esto se nos vaya de las manos.

Me muevo para levantarme y salir de su regazo pero sus manos apresan mis antebrazos.

—Estoy de acuerdo —su voz ronca y jodidamente sensual me atonta—. Pero va a llegar el momento en que no sólo se nos va a ir de las manos lo que nos pasa si estamos a solas; sino que se nos va a ir al carajo la compostura y yo no voy a poner freno a eso.

Me suelta, suspira y yo abandono sus piernas.

—Quédate... Quédate aquí —levanto el dedo índice—. Voy por abrigo para el sofá.

Paso por la habitación de Madi, la puerta está cerrada. La abro y veo que duerme profundamente, incluso en la misma posición de hace rato.

Gracias a Dios.

Voy a mi dormitorio y entorno la puerta. Recargo la espalda en el armario y pongo las manos en mi pecho.

Respiro profundamente.

Tomo aire, lo retengo, lo suelto y vuelvo a repetir el proceso.

¿Porqué mierda no puedo controlar mis putas hormonas con Nicolas?

¿Porqué pierdo la cabeza así, maldición?

¡Porqué, porqué, porqué!

Taconeo muchas veces. Mis pies descalzos descargan toda mi frustración, mi calentura y el enojo conmigo misma, impactando contra el piso.

Minutos después vuelvo a ser yo.
La Charlotte de piedra, de hielo, invencible que no se deja convencer por unos besitos y un toqueteo inapropiado.

Del closet agarro un acolchado y una almohada y regreso al living comedor.

Para mi sorpresa Nicolas se acostó en el sofá. Tiene los ojos cerrados, no se mueve y respira pausadamente.

Se durmió.

Lo noto en su boca ligeramente abierta, su semblante relajado y sus manos sosteniendo el lado derecho de su cara.

Reprimiendo una sonrisa miro al techo. No se puede negar que se ve adorable. 

Es como un niño grande. A veces bueno y dulce y a veces un reverendo cretino.
Ahora por ejemplo, aún con su porte sexy, el inmenso tatuaje de una virgen en su brazo y su ropa de bárbaro y matón, luce como lo primero: condenadamente tierno.

«Ay Diooos»

Desdoblo el acolchado, lo tapo y él se acurruca en el sillón al percibir el calor del abrigo.

Apago la única luz del living que estaba encendida, me regreso por el pasillo y prendo la veladora, por si a Madi se le ocurre ir a buscarme en la madrugada.
Jamás lo hace pero por si acaso.

Llego a mi cuarto, dejo la puerta entornada como todas las noches.
Me cepillo los dientes, tomo la píldora milagrosa que me evita el insomnio y me acuesto en la cama.




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