—Mamá, me aburre mucho hacer la tarea así —deja el lápiz sobre la hoja y cierra la laptop.
—¿Porqué? —alejo mi taza de té y recargo el mentón en la mano—. ¿No te gusta ver a tus compañeros?
Hace cara de espanto.
—¡Sí pero no así!
Pone los ojos en blanco. Detesto cuando pone los ojos en blanco.
—Madison... No hagas eso —le apunto con el dedo.
Entiende perfectamente lo que le digo.
Se ríe y pestañea.
—¡Pero es que, mamá, soy una niña rara! No quiero ir a la escuela por computadora —hace un mohín—. Quiero sentarme en una banca y saludar a mi maestra —vuelve a poner los ojos en blanco—. No verla por aquí y contigo al lado.
—¿Te gustaría volver a Manhattan?
—Desde el domingo que me preguntas lo mismo —apunta.
—¿Y eso está mal?
Le acaricio el pelo.
—Es raro —gira en la silla y me mira—. Estás muy extraña.
—Quizá lo que ocurre es que extraño nuestra casita. Estoy un poco melancólica y nostálgica —le pellizco la barriga hasta que lagrimea de risa—. ¡Y por eso te hago la misma pregunta cien mil veces!
—¡Está bien! —exclama a las carcajadas—. ¡Está bien mami, para ya!
Arqueo una ceja cuando se aleja de mí, se arregla la camiseta y se pone seria.
—Me gusta estar con el abuelo y las tías pero también ya quiero regresar a casa. Quiero volver a la escuela, jugar con mis amigos y dormir en mi cama de princesas.
Lo que dice me enternece y me llena el alma de miel.
Esa es mi niña. Es dulce, caprichosa, enojona y un osito tierno que me comería a besos.
—Entonces vamos a hacer lo siguiente —me pongo de pie y ella hace lo mismo.
Le ofrezco su abrigo y se lo prendo.
—¿Qué?
Cuando el cierre sube hasta su cuello, se va a buscar a Lola. La mete en su casita de viaje y vuelve a reparar en mí, esperando por mi respuesta.
—Nos quedaremos una semana más. Yo podré organizar algunas cosillas. Vamos adaptando al abuelo al hecho de que regresaremos a Nueva York y el fin de semana volamos a Manhattan. ¿Vale?
La sonrisa que surca su cara es genuina. Desborda felicidad.
Es el más claro indicio de que ya es hora de volver. De que ya nada nos ata a Seattle. De que nada de lo que me hizo estar aquí, en un principio, me obliga a quedarme.
Hay una investigación abierta a Jordan y él lo sabe. Sabe que no se puede acercar a mí. Que al mínimo riesgo que corramos Madison y yo, él va de patitas a la cárcel.
Sabe que está caminando por la cuerda floja. Que la Corte Suprema lo citó a una auditoría por las acusaciones de corrupción y malversación de las arcas del Estado que están manchando su apellido y su reputación dentro del sistema.
Jordan es mi mayor temor pero sé que no tiene salida. Se metió en un buen lío y no va a poder huir de él.
Madi necesita recuperar su antigua vida o parte de ella. Y mis hermanos tienen que regresar a casa.
Es hora.
—Amo esa idea —me dice—. Pero, ¿y Jean? ¿Jean va a venir con nosotras?
Su pregunta me pone a salivar.
Martes.
Hoy es martes.
Domingo, lunes y martes.
Tres días pasaron desde lo del hotel. Tres días de mierda. Tres días que los estoy pasando de lo peor.
Tres días y no volvió. Ni siquiera me llamó.
—No, nena. No va a venir con nosotras —también me pongo mi abrigo.
—¿Entonces sí se fue?
Me ha venido haciendo la misma pregunta desde el domingo a la tarde.
Se suponía que él la iba a visitar ese día, pero no lo hizo.
—Creo que sí —me encojo de hombros y hago una mueca de resignación.
Ya me cansé de mentirle. De trazarle un camino fácil a Nicolas para que pueda acercarse a Madison. Me harté de pintarle al príncipe ideal a mi hija cuando en realidad, lo único que hizo fue demostrarme que no nos merece. Que sobramos en su vida.
Que cuando Madison empezó a dejarlo entrar, sólo se fue.
Sin explicaciones.
—¿Estás enojada con él? —curiosea, poniendo su mejor cara de cachorro desolado.
—Son cosas de grandes, Madi.
—Pero sí estás enojada —cuando me agacho a atarme los tenis, ella se me acerca y toca mi frente—. Se te arruga aquí si te enfureces.
Esbozo una suave sonrisa—. Estoy un poco molesta, sí. Pero ya se me va a pasar.
—Yo no estoy enojada. Yo me siento... —piensa la respuesta—. Tú dices esa palabra cuando crees que la caja de cereales viene llena pero sólo trae la mitad.
Me río—. ¿Decepcionada?
—¡Sí! ¡Eso! —chasquea los deditos—. ¡Decepcionada!
Ruedo los ojos y paso mi brazo por sus hombros.
—Estás muy chiquita para andar de decepciones.
Me tiende la cajita de Lola y se apresura a abrir la puerta.
Orianna le prometió ir al mall, de compras y casi no ha dormido pensando en la salida de chicas que nos depara la tarde.
Todo sea para aligerar la tensión que la cobarde huida de Nicolas nos generó.
Todo sea por Mad.
Cierro con llave y llamo al elevador.
—Mami.
Las puertas se abren y entramos.
—Dime.
Marca el botón del lobby y se recarga en el espejo.
—¿Volveremos a ver a Jordan?
Levanto el mentón y respiro profundo.
—Si Dios quiere y las cosas salen bien, no hija. No lo vamos a volver a ver nunca más.
—Mejor.
De reojo la observo. Luce decidida y satisfecha.
El ascensor llega al lobby. Ahí nos espera Orianna, que se inclina para abrazar a su sobrina.
Está de malas. Se le nota en su expresión. Aunque tratamos de evitarlo por Madi, desde la llamada que le hizo Nicolas, hemos tenido varios roces.
—¿Nos vamos? —me pregunta.
—Buenos días Orianna. Buenos días Charlotte. ¿Cómo estás? Estoy muy bien, ¿y tú? Bien —tomo aire—. Genial, vámonos entonces.
Se contiene de mandarme a cagar. Lo sé por la dureza con que me mira.