—Lo... Lo voy a pensar —me giro, para seguir a Madi.
—Si la oferta llega... No te demores demasiado pensando.
Sus palabras hacen que voltee cada dos segundos, mientras mi pequeña a los tirones, me guía.
—No lo haré.
Las sonrisas que me dedica me agitan por más que no quiera.
El calor de su mueca, divertida y sensual contrasta con la frialdad que emanan sus dos perlas azules.
—Que tengas un bonito día.
Le devuelvo la sonrisa y finalmente me alejo.
—¿Quién era ese señor, mamá?
Madi se detiene y yo la imito. Estamos de nuevo en la sección de niños.
—Un compañero de trabajo.
La expresión en su rostro refleja que no le convenció en lo absoluto mi respuesta.
—¿Un compañero así como Jordan?
La segunda pregunta, viene de ella con tintes recriminatorios.
—No, mi cielo —quiero acariciarle la frente pero me rechaza, separándose—. Ese hombre es sólo un compañero de trabajo. Estábamos conversando y ya.
—Me parece perfecto —expresa con determinación—. Porque la verdad es que ya estoy cansada de tener que estar acostumbrándome a padres distintos todo el tiempo.
Se da la vuelta y finge estar interesada en los perfumes de chicas.
—Nena...
—No mamá —me interrumpe—. Ya no quiero más padres en la casa.
—Nunca te haría algo así —me arrodillo a su lado.
—Gracias —sus respuestas secas y tajantes me dan a entender que está molesta.
Si la situación me tiene desorientada, abrumada y enojada, a ella le debe pasar y peor.
Hay muchísimas cosas que todavía no es capaz de procesar, a pesar de su inteligencia.
—Madi, mi cielo —sujeto su rostro y la obligo a que me observe—. Ahora somos tú, Alex, Chris y yo.
La desconfianza poco a poco se difumina en su cara.
—¿Y el tío Liam?
—El tío Liam también.
Arquea una ceja.
—¿Y Lola?
—Por supuesto.
—Entonces —sus ojos se iluminan—, ¿me compras una hamburguesa? Este sitio no me gusta mucho.
Me pongo de pie y le choco los cinco.
¡Esa es mi chica, carajo!
A la mierda Prada, vamos por unas hamburguesas.
—Claro, ven conmigo.
Agarra fuerte el collar de Lola y camina a mi lado.
—¿Invitamos a la tía?
Miro por los pasillos. La ubico en la parte de calzado.
Parece una completa desquiciada. En una bolsa de la tienda carga ropa que ya tiene decidido comprarse y en las manos, compara zapatos.
Mejor dicho... Alaba zapatos. Los venera. Los mira con tanta fascinación que no me extrañaría si los besa.
—Orianna —la llamo en tono moderado—. Oorianna.
—¡Mira ésto! —me enseña un tacón rojo—. Dios, esto es la octava maravilla del mundo.
Levanto apenas mi dedo índice.
—Ori... Vamos a ir por una hamburguesa, ¿vienes?
—Por supuesto que no —me regala una ojeada casi asesina—. ¿Estás loca? Hay descuentos en zapatos y sombreros. Vayan ustedes que yo las alcanzo luego.
Miro a Madi con asombro.
—Yo sigo queriendo mi hamburguesa —murmura.
Hundo los hombros y nos echamos a andar.
Salimos de Prada, y con la misma indiferencia con que entramos al primer local, pasamos por las fachadas de Fendi, Gaultier, Calvin Klein, Armani, Gucci, y Scada.
Por cada maniquí que observo, repito en mi cabeza las palabras de Ciro.
Aceptar un posible empleo acá sería todo lo que deseo y a su vez todo lo que quiero evitar.
Necesito trabajo, ingresos, experiencia. Necesito hacer algo que me guste porque para eso estudié derecho.
Pero también creo que necesito irme. Necesito devolverle a Madison la estabilidad de un hogar, un colegio, una rutina.
—¿Mamá? —el sinchón en mi mano me pone a pestañear varias veces—. ¿Te gusta?
La observo de inmediato. Con cara de asco está enseñándome la vidriera que me quedé viendo, mientras mi mente volaba.
—¡Ay, no! —le pongo cara de horror.
Funko Pop's.
Todavía sigo sin entender cómo existen chicos a los que les gustan esos muñecos con caras de alienígenas y ojos de lentejas.
¡Peor!
Cómo hay adultos que los coleccionan.
¡Peor, peor!
Cómo es que a Chris le fascinan esos macacos espantosos.
—Deberíamos comprarle uno al tío —dice, con un gracioso cántico en la voz.
—Sobre las cuencas de mis ojos, cielo —le agarro la mano y seguimos el camino al Burger que está fuera del mall—. Sobre las cuencas de mis ojos voy a entrar a comprar esas cosas horrendas.
Salimos del centro comercial, entramos a Burger King y hacemos la larga pero rápida fila de órdenes.
Madi detesta las cajitas sorpresas que para ella son más tristes que felices.
Cuando la traigo aquí o al Mc, no escatima con su estómago. Si no es un doble cuarto de libra en un combo con patatas agrandadas, es una whopper con bacon y cuatro carnes.
Se lo devora.
—Mami, lo mismo de siempre —me advierte, taconeando a mi lado—. Mientras pides, ¿puedo elegir una mesa?
Estoy por acceder, pero veo el lugar tan repleto de gente que me retracto.
Apoyo la mano sobre su hombro y niego.
—La fila avanza rápido. Quédate aquí, conmigo.
No pasan ni quince minutos que ya tengo los dos combos, los vasos de refresco y las servilletas en mi poder.
—Después de comer... —se engulle un pedazo de hamburguesa que le salpica ketchup por las mejillas— ¿Qué... Vamos a hacer?
—No lo sé Cerebro, dímelo tú —le doy una servilleta de papel para que se quite la salsa pero en vez de tomarla, agarra papas y se las devora de a tres o cuatro.
—Mmm, no sé —traga todo lo que su boca recibió y lo baja con un gran trago de Pepsi—. Me gustaría ir al parque.
Me como una papa bastón y finjo que estoy pensando.
—Está bien, me gusta la idea del parque.
Da brinquitos en el asiento y aplaude con la hamburguesa en la mano.