—Bruuujaa.
Lo siento.
Joder.
Lo siento... Es él que está tratando de despertarme.
—Bruuji.
Su mano hace presión sobre mi abdomen, envuelto en la sábana y el acolchado.
—Vamos bruja desgraciada, ya sé que estás despierta. Te vi cerrar los ojos cuando salía del baño.
Suelto una risita. Una sola. Una risa idiota pero feliz.
—Salte de encima —lo empujo, cuando me pongo boca arriba y lo primero que veo es su hermosa cara.
—Quiero darte un beso —se acerca a mí, sonriendo como un cazador—. Hace rato que me estoy muriendo de ganas de darte un beso.
Pongo cara de asco y vuelvo a empujarlo. Esta vez con ahínco.
—¿Un beso? ¡Diugh! —arrugo el ceño y frunzo la nariz—. Tu aliento es asqueroso. Ni te me acerques.
Me mira entre amenazante, risueño y divertido. En nada se asemeja al Nicolas de anoche.
—No seas mentirosa, bruja —apoya las manos en la cama y se inclina hacia mí, que cada vez voy enderezándome un poco más contra el respaldo.
—Yo no miento —me hago la ofendida.
—Pues mi aliento es el puto paraíso, nena —se jacta con arrogancia—. Porque usé tu cepillo de dientes.
Abro la boca, atónita. Una O inmensa que mezcla carcajadas y asombro.
—¿Usaste mi qué..? ¡Ayyy, no! Qué descaro! —salto de la cama y luciendo mi pijama de short y musculosa, de Lilo y Stich, voy hasta la puerta.
—¡Na, na, na! —rechista—. ¿A dónde carajo crees que te vas? —escucho sus pies resonar en el piso y cuando quiero abrir, tengo sus brazos cerrándose en mi cintura.
—¡Suéltame! —entre risa y pataleo me muevo para que me baje—. ¡Voy a ir a ver a Madi!
—Es muy temprano bruja cobarde.
—Madi y yo nos levantamos muy temprano.
—¡Qué cobarde y mentirosa que eres! —me lleva hasta el extremo opuesto a la puerta. Lo hace a drede—. Nunca se levanta antes de las siete. Se te olvida nuestra grandiosa amistad, ¿o qué?
—¡Ay por Dios! —me rindo y paro de luchar—. ¡Está bien! Ahora... ¿Me puedes bajar?
Me cambia de posición con una fuerza casi bruta; como si manipulara a una muñeca de juguete y no a una mujer de 55 kilos.
—No.
—¡Nicolas! —le pego palmadas en la espalda y le pellizco las nalgas.
—Dime algo y entonces te bajaré.
—¿Qué? —sigo pellizcándolo, incluso tironeo de su bata.
Me encantaría quitársela para contemplarlo desnudo.
—Lo que estás pensando.
Me sonrojo.
—Ni siquiera yo sé lo que estoy pensando —miento.
Me da un azote en el culo que me hace chillar.
—Mentirosa. Dilo...
—¡Nicolas!
Vuelve a azotarme el trasero. Esta vez con mayor vehemencia.
Siento que el calor y el ardor se apodera de mi glúteo.
Esto, lejos de divertirme está comenzando a excitarme.
—Dilo, bruja...
—Estoy pensando que quiero quitarte la bata.
Me muerdo el labio inferior cuando lo escucho jadear de asombro.
—Mírate, con esa cara tan angelical y esos pensamientos tan endiablados —me baja y me arrincona contra la pared—. Dime que me amas.
Ruedo los ojos. Su actitud tan candente y su cursilería me está idiotizando.
—Eso ya lo sabes.
—No es lo que quiero escuchar —una de sus manos se recarga en la pared, a la altura de mi cabeza, la otra sostiene mi barbilla—. ¿Me amas?
Lo tengo tan cerca. Su aliento tibio y mentolado me eriza la piel. Su boca prácticamente roza la mía y sus palabras...
Joder con sus palabras.
Estoy hipnotizada.
—Te amo, Nicolas —susurro, enviciándome de sus ojos.
Con satisfacción, la comisura de su boca se tuerce en una mueca plena, traviesa y ardiente.
—Yo también te amo, nena.
Lo tengo tan cerca que ya no me puedo aguantar las ganas. Lo tomo de su mandíbula y me prendo de sus labios como si de mi droga preferida se tratara.
Beso su boca con apremio y urgencia.
El calor de su lengua abriéndose paso entre mis labios, enfrascándose en una danza caliente y húmeda con la mía, se roba mi respiración.
Carajo, sí que besa rico.
Cuando sus dientes tironean mi labio, mi cabeza alza vuelo pero cuando se aleja para recuperar el aliento, se estrella contra el piso.
—Te voy a desvestir —con rapidez, sin quitarme la vista de encima, se saca la bata.
Como Dios lo trajo al mundo, es que lo veo.
Su cuerpo musculado, cincelado, bendecido por la Virgen es mi perdición.
Algunos rayones y moretones ensucian su tersa y tostada piel, pero admito que luce más masculino, más salvaje.
—No me niegues que te mueres por esto —su semblante pícaro me hace apretar las piernas. Agarra mi mano y la lleva hasta su pecho. La deja donde su corazón late desbocado y empieza a bajarla tan despacio que me moja. Tan candente que mi propio cuerpo comienza a quemarse.
Su sonrisa desafiante se ensancha mientras mi palma va deleitándose con sus pectorales y cada cuadrado que surca su abdomen de tableta de chocolate.
—No pienso contradecirte —trago saliva cuando se detiene en su pelvis.
—Me gusta que te quedes con las ganas. Me prende cuando te quedas con ganas de tocarme.
Se muerde el labio y me agito.
El corazón me late demasiado rápido y las cosquillas que van a mi entrepierna no me dejan ni pensar.
—Yo también sé jugar a eso.
Levanto un hombro y simulo que estoy por irme.
—¿Vas a guerrear conmigo?
Agarra el elástico de mis shorts y tira de ellos, pegándome a su pecho.
—Pues no me busques... Porque me vas a encontrar —sugiero, arqueando una ceja.
—Esooo... —celebra con perversión—. Quiero encontrarte, bruja.
No seduce mis labios. Ataca directo a mi cuello. Retira mi cabello y lame mi piel.
Me aferro a sus codos, porque mis piernas fallan.
Mierda...
Cada lengüetazo es una descarga de adrenalina en mi sexo. Puedo sentir la humedad mojando mi ropa interior.