Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

Llevo mis manos al pecho y las dejo ahí hechas un nudo de dedos y piel sudorosa.

No podría sentirme más contenta y orgullosa de mi hija.

—¿Me vas a dar un beso? —Nicolas se inclina hacia ella pero su negación le impide extenderle los brazos—. ¿Un abrazo?

—Nop —su mirada se achina. Hay algo que no le cuadra y sé que en cualquier momento se lo va a preguntar.

No es ni porqué está aquí, o porqué se demoró en aparecer. No.

Sus ojos observadores y detallistas reparan en otra cosa.

—¿Porqué estás usando la bata de mi mamá, Jean?

Un quejido se escapa de mi garganta. Lo hago reprimiendo la risa.

Ya sabía por dónde venía el asunto.

—Anoche vine muy tarde y... Tenía toda mi ropa sucia.

—Te bañaste en mi bañera —le acusa.

Nico se yergue y se señala el pecho en un gesto de disculpas.

—Perdón su alteza, Madison. No se va a repetir —ella ladea la cabeza y al final vuelve a sonreírle—. Entonces ya que estamos amistados de nuevo... ¿Al menos me vas a chocar los cinco?

Hunde sus hombros y se le acerca. Le hace un ademán para que se agache y cuando su padre obedece, le besa la mejilla.

Mis pulsaciones se disparan y en mi cabeza un clic automático captura la escena.

Este es uno de esos momentos que aunque pasen cincuenta años más, no me voy a olvidar.

—¡Ay, Jean tu barba me pincha! —se queja, tocándose la boca y poniendo cara horrorizada.

Nos echamos a reír y Madi aprovecha para hacer lo que mejor le sienta: conquistar.

Alza sus dos cejas caramelo y se toca la encía.

—Enana —exclama, apenas le enseña su dentadura—, ¡se te cayó un diente!

—Sí. Lo dejé debajo de mi almohada pero el Hada —me mira fijo y aprieto los labios—, se olvidó de llevárselo y dejarme dinero.

—Pues esa Hada es bastante irresponsable —él también me mira.

Ahora son dos pares de ojos acusándome.

—¡Uh! —me adelanto hacia Madison y la llevo, empujándola por los hombros, fuera de la habitación—. Hay que sacarse el pijamas.

—¡Primero quiero hacer pis! —refunfuña—. Y tengo hambre. Y Lola tiene hambre. Tenemos que comprarle atún y un collar nuevo.

—¿Otro collar? ¡Pero si le compré uno hace tres días!

La carcajada de Nicolas es estruendosa.

—Es que mamá... Se le cayó el cascabel —se detiene y gira. Ojea a Nico, buscando su complicidad—. A Lola le encanta el ruidito que hace su cascabel cuando camina.

—¡Hija!

—Es que a Lola le encanta, bruja —él sacude la cabeza como si no existiera en el mundo otra posibilidad—. Necesita un nuevo collar. Pobre Lola. Hay que regalarle uno.

Madison empieza a aplaudir y a brincar. Grita iupi cada dos segundos y se mete al dormitorio.

—En realidad le voy a regalar diez —me susurra cuando ella se aleja y empieza a buscar qué ponerse.

Ruedo los ojos—. ¡¿De verdad?! 

Estoy a punto de suplicarle que no la colme de atenciones y caprichos, pero sus pellizcos en mi cadera y su cara rebosando felicidad me frenan de hacerlo.
No puedo ser egoísta ni imponer límites si él se perdió ocho años con su chica.

Es una cruda realidad.
Sin importar cuantas veces la vio en el parque, él se perdió gran parte de lo hermoso, triste y agotador que es criar a un hijo.

Tomo aire.

Si quiere darle el mundo entero en dos minutos y se esmera ciento por ciento por crear un lazo con su niña, yo no le voy a frenar.

Me encanta verlo así y me encanta que Madison, dentro de su desconfianza le esté dejando acercarse.

—¡Mami! —los dos volteamos la cabeza hacia el interior de la recámara—. ¿Qué me pongo?

Aprieto el hombro de Nicolas y entro.

Abro las puertas de su armario y le enseño dos vestidos.

Uno es azul, de mangas largas y tul gris. El otro es rojo, también de mangas largas pero con pequeños brillitos dorados.

—Quiero el vestido rojo —lo apoyo en la cama y cuando empiezo a revolver el cajón de sus pantalones, sus quejidos de ogro me hacen girar y observarla con advertencia—. ¡No me gustan las leggins con vestido!

Se cruza de brazos y ahí empieza. Nunca hace berrinches pero con la ropa... ¡Dios! Con la ropa es lo más manipuladora y conflictiva que existe.

—Danielle —utilizo mi tono de "mamá firme" y su segundo nombre. Por el que la llamo cada que amenaza con iniciar una guerra—. Si no son las leggins van a ser las medias. No vas a salir sólo con vestido. Hace frío afuera, niña.

—¡Pero mamá... —hace puchero.

—Leggins o medias, tú eliges.

Poniendo su peor cara se me acerca y agarra lo que tengo en la mano.

—¡Leggins! —dice molesta.

—Muy bien —le beso la frente y su mal humor se disipa enseguida.

Acomodo sus tenis al lado de la cama para cuando salga del baño, y voy hasta la puerta.

—Es muy brava la brujita miniatura —bromea Nico.

—¿Será que es tu hija? —antes de abandonar la habitación, la llamo—. ¡No te demores mucho, mi cielo! ¡Vamos a ir a desayunar a lo del abuelo!

Sigue gritando iupi, iupi, iupi y con sus festejos de fondo, cierro su puerta.

—¿A lo de mi padre dijiste?

Regreso a mi habitación con él pisándome los talones.

—Tenemos que aclarar el asunto cuánto antes. Sé que te vas a sentir incómodo, y que no va a ser fácil —haciendo lo mismo que hice con Madi, elijo ropa y la estiro sobre la cama.

—¿Incómodo? Esa palabra no llega a describir cómo me voy a sentir —me sigue con la mirada, sin perder de vista ninguno de mis movimientos.

Exhalo con lentitud. Me acerco a él y tomo sus manos entre las mías.

—Lo dijiste anoche: tenemos que unirnos como familia. Tenemos que hablar de lo que pasa con David. Tres cerebros piensan mejor que dos.

—Va a querer que vayamos para allá. Que nos instalemos allá.

—¿Y eso es disparatado?

—¡Es absurdo! Quiero una solución, no mudarme a mi antigua casa y fingir que somos una gran familia feliz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.