Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

—¿Entonces?

Bostezo mientras le doy el último sorbo a la doceava taza de café que me tomé en el día.

Tengo los párpados imaginariamente pegados a mis cejas y los ojos abiertos como dos platos llanos. Mi pelo está alborotado, los mechones enmarañados se salen de mi coleta y tengo el segundo botón de mi camiseta desprendido porque ya no aguanto el bochorno, pese a que en el despacho el aire acondicionado refrigera cada rincón.

—Grayson recibió tu llamada, te dio una cita —la mano de Nicolas pasa por mis hombros, mi espalda, mis brazos. Luego camina a mi alrededor y no conforme con eso se desfila por toda la oficina.

Está alteradísimo y con los nervios al cien.

Está como yo.

No para de tocarse el cabello, de rascarse el mentón, de meter y sacarse las manos de los bolsillos.

—No te apresures —suspiro y me giro en la silla para poder verle—. Estás ansioso y te entiendo, me siento igual o peor, pero tenemos que ser muy precavidos.

—Que venga aquí cuánto antes y ya. Qué tanto drama.

—Yo no creo que deba ser tan así —murmuro, volviéndome hacia David, que no para de hacer garabatos en una hoja—. Yo creo que para alguien como Jordan, que seguramente sabe que estamos acá y que quizá intuya que nos vamos a quedar acá, no es buena idea anticiparnos.

—¡No te entiendo bruja! —se exaspera—. A estas alturas de la noche, con tanta cafeína encima y el estómago ardiéndome de acidez, no entiendo ni mis propios pensamientos.

—A lo que voy es que —apoyo el codo en el respaldo de la silla y vuelvo a girar. Me acomodo en un ángulo en el que los logro ver a ambos—, si Grayson viene a la casa, Jordan lo va a saber. Lo va a investigar. Se las va a cargar, de cualquier forma. Cantajeándolo, ensuciando su trabajo, haciéndole daño. Y yo no quiero que más personas inocentes lleven a cuestas la maldad de Jordan.

—En ello te doy la razón —concuerda David.

—Tú y yo estamos expuestos. Tratemos de proteger a quienes no lo están. Evitemos que no lo estén a futuro, si es que nos ayudan.

—¿Lo dices por el tal Ciro? —Nico alza una ceja y me mira fijo.

Podría apostar que en su voz se reflejan los celos.

—Lo digo por Ciro, por Peter, por la Junta Suprema que se tomó la enorme responsabilidad de investigar a un tipo cuyo apellido pesa. Porque los Hayden son generaciones dentro del mundo de las leyes. Son un clan que tienen lo que a ti y a mí hasta ahora nos falta: poder e influencias —inspiro profundo. Tengo los latidos a mil y desde hace rato el pecho me está doliendo—. Lo digo por tu padre —con la mano señalo a un David boquiabierto y desconcertado—. Por mis hermanos y por tu hermana. Lo digo por Madi y por todo aquel se ofrezca a ayudarnos.

—¿Y bien? —reparo en David, que luce y se oye agotado—. Cabecita calculadora, ¿qué es lo que propones? 

—Que te reúnas con Grayson en un café, en un restaurante, en un casino o en cualquier sitio de diversión y esparcimiento. Un lugar al que sueles ir con un amigo y no con un conocido a cobrarle un favor —él pestañea y como si mis ojos observaran un partido de pin pong, vuelco mi atención en Nicolas—. Conozco algo de Jordan que muchos no: es absurdamente predecible en ciertos asuntos. Jordan puede sospechar de una visita a la central de la DEA, o de un ex agente que llegue aquí, pero jamás sospechará de David tomándose una cerveza con un conocido en un bar, a las diez de la noche.

—No lo había pensado así —ladea la cabeza—. En teoría es buena idea.

—En práctica va a ser mejor —asevero—. Jordan tiene el ojo puesto en nosotros. Estoy segura que sabe que volviste, que estás conmigo y que cuando ya no me ubique en el departamento, sabrá que podrá encontrarme aquí.

—¿Y si pretende hacer lo que hizo con mi celular? —se cruza de brazos—. Eso no fue coincidencia. ¿No que los abogados, los fiscales y los federales pueden acceder a una red electrónica?

—Con una orden... Claro. Con una orden firmada y una investigación en curso, la policía, los federales, los abogados, los fiscales, cualquiera dentro del sistema puede hackear una red celular.

—Pues vamos a continuar con la misma línea fija pero todos —interviene David—... Desde Orianna y los chicos, hasta nosotros, tendremos una línea prepaga, descartable que nos permita la intercomunicación de estos asuntos.

—Manteniendo nuestros números y celulares actuales —concluye Nicolas.

—Es lo más apropiado —comento, al ver la duda que refleja el rostro de David—. Dos líneas durante estos días. Por lo menos hasta que no nos vayamos.

—¿Y está decidido que se van?

—Sí —digo.

—Alexandra y Christopher vendrán. Y ni hablar de Liam —ambos me miran, y Nico es quien se acerca a mí y se pone de cuclillas—. No me perdonaría si algo le llegara a pasar a Liam —susurra con esa voz tan ronca y tan hipnótica a la vez—. La universidad y el trabajo siempre pueden esperar.

Inhalo hondo y ojeo mi taza. Está vacía. Sólo le queda la borra en el fondo.

Me estiro para agarrar del escritorio una botella de agua.

No traje mi medicación y en este preciso momento necesito tener mi boca ocupada en algo.

—Les conseguiré guardaespaldas.

—¿¡Qué!? —el agua chorrea por mi garganta y moja mi camiseta—. ¡No!

—Sí, Charlotte. No se discute.

—¡David, no...

—Bruja... Estoy de acuerdo. Que sean al menos dos, preferentemente ex agentes de la DEA y sugerencia de ese tal Grayson, que tanto te fías. Que anden de particular, que sean experimentados, que sepan utilizar armas.

—Eso es un gasto superfluo —me lamento.

—Un gasto del que yo me pienso hacer cargo —los dedos de Nicolas se posan en mi muslo—. Esta vez yo las voy a cuidar. Y no voy a dejar detalle por alto —se levanta y los dos miramos a David—. Vivirán en la casa de servicio doméstico y a ojos de extraños serán empleados de la propiedad. Caseros, jardineros, vigilantes, lo que sea.




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