—¡Oh, vamos, qué me vas a decir! ¿Que no puedes con eso? —me paro a mitad de las escaleras y miro hacia abajo.
—Más que dos maletas con ropa, parece que cargaras tres seres humanos aquí dentro.
Ruedo los ojos y sigo subiendo.
—Utiliza esa fuerza bruta en algo productivo, machito.
Su risotada a mis espaldas me hace reír también.
—Bien temprano en la mañana estábamos haciendo algo muy productivo con mi fuerza bruta —dice con ironía.
—Eso no cuenta.
Subo los últimos escalones y me topo con Nora que me pone cara de impaciencia.
—Te cargué para llevarte al baño, nena —apoya las dos maletas con juguetes y ropa de Madison sobre las baldosas enceradas y suspira profundo—. Ando de tipo servicial, deberías estar agradecida.
Lo codeo despacio porque aún no mira al ama de llaves frente a mí.
—Señores, ¿el señor Henderson les indicó la habitación que van a ocupar?
Nora extiende el brazo, ofreciéndose a cargar el bolso aparatoso que cuelga de mi hombro.
Se lo doy y agarro la manija de una de las valijas.
—Sí, la misma en la que dormí yo hace unas semanas.
—Oh —se da la vuelta y se echa a andar por el reluciente y largo pasillo del piso superior—. Ala este. Síganme por favor.
Le doy una mirada a Nicolas y cuando se aleja lo suficiente de nosotros, la seguimos.
—La conozco hace unas horas y me cae como una patada en las bolas —susurra.
—Lo sé —replico en el mismo tono—. A mí no me cierra tampoco. Es hostil, nada amable y parece que odiara a todo el mundo que llega a esta casa.
—¿Entonces porqué trabaja aquí? Hay muchas empleadas... No entiendo.
—Por algún motivo tu padre confía en ella.
Avanzamos por el corredor. Está más iluminado y hay más cuadros adornando las paredes beige.
Tiene un toque vintage que me encanta. Casi toda la mansión Henderson mezcla lo vintage con la era moderna y eso no sólo me gusta, es que dentro de la elegancia y la opulencia, es reconfortante y hogareña.
—Mi padre puede que esté careciendo de sentido común.
—¡No digas eso de David! —le sermoneo en un murmullo.
—Y sí, mira eso —con el mentón apunta a Nora—. En cualquier momento va a agarrar un cuadro y nos lo va a tirar por la cabeza.
Río en silencio y sigo codeándolo.
Estoy a punto de decirle algo pero Nora frena abruptamente y nos mira como acusándonos. Como si su oído ultra agudo hubiese captado lo que acabamos de hablar.
—Su dormitorio, señores —abre una puerta y se hace a un lado para que entremos.
—Gracias —cruzo el umbral y dejo la valija en el rincón.
—Si me permite; su bolso.
Asiento y también entra. Pone el bolso al lado de la maleta y muy erguida se para bajo el marco.
—¿Por casualidad sabe dónde está Madison? —indago.
—Abajo. El señor Henderson sugirió que la niña ocupara la habitación que se acondicionó especialmente para ella. Contigua a la de sus hermanos, señora.
—¿Especialmente para quien? —incrédulo Nicolas me mira.
—Para Madi —contesto—. David recreó un palacio digno de Disney para ella. Imagino que si no me siguió es porque está enloqueciéndose en ese cuarto —vuelvo a reparar en el ama de llaves—. Gracias, Nora.
—El señor Henderson dispondrá la cena en la barbacoa. ¿Aviso que van a bajar?
Fugazmente ojeo a Nico, esperando que tome la iniciativa en contestar. No lo hace, así que yo hablo por él.
—Por supuesto vamos a cenar con la familia.
Nora afirma con la cabeza y sale del cuarto—. Con su permiso, me retiro.
Se marcha y nos quedamos a solas.
—El cuarto, las dimensiones de esta mansión y el trato de esa mujer me hacen sentir un puto amo del universo.
—No sé si del universo —me río, mientras pongo el bolso sobre la cama king size con un delicado dosel de tul que la decora—, pero sí lo eres en esta casa. A fin de cuentas eres un Henderson y esta propiedad te pertenece.
Empiezo a sacar mi ropa. No es mucha. Lo que traje de Nueva York y los dos vestidos que me compré aquí: el de la fiesta y el de la cena en King County.
—¡Este cuarto es gigantesco! —exclama.
De soslayo lo veo recorrer cada rincón.
—Madi y yo dormimos aquí cuando llegamos. La verdad es que está bien bonito.
—Está radicalmente cambiado pero... Hasta que me mudé yo ocupaba esta recámara.
Alzo una ceja.
—¿Ah si?
—Sí. Lo remodelaron completamente, pero esta era mi habitación.
Llevo mi ropa al amplio placard de puertas corredizas que está en el vestidor. Un cubículo extra dentro del cuarto que cuenta con varias estanterías.
—Yo creo que David siempre fue fiel a la idea de recuperar a toda su familia y tenerla aquí, conviviendo.
Por algo apenas puse un pie en esta casa, me sugirió que durmiera acá.
—Para él todo es tan fácil. Vive metido en su burbuja de sueños.
Salgo del vestidor y voy hasta el baño privado. Él está dentro.
—Y tú eres tan duro —lo abrazo por detrás y le beso el cuello—. Vivir en esa burbuja es lo que lo hace feliz. Míralo ahora, en una situación de mierda, con tanto de qué preocuparnos y él feliz de tenerte aquí, de haber podido hablarte y tocarte.
—Bruja, no sigas defendiéndolo —aprieta mis manos que descansan en su abdomen musculado y definido.
—¿Pensaste alguna vez en todos estos años que tu padre no es un tipo joven? ¿Nunca sentiste ese miedo que cala hasta tus entrañas al imaginar que un día ya no esté? —beso suavemente el contorno de su mandíbula—. ¿La tristeza no suplantó alguna vez al resentimiento, al plantearte esto?
—Charlotte, por favor...
Su voz ahora se oye ronca.
Si bien todavía resta mucho camino que andar.
Que reflexione, es bueno.
Es muy bueno.
—Mira que eres tan frío y duro como una piedra —le doy otro beso. Uno con ruido que le hace reír—. Déjate querer más a menudo, Nick.