Hay cinco hombres sentados a la mesa.
Es la mesa más impresionable que he visto jamás.
La sala de juntas de Ciro Walker es algo de otro mundo.
Es otro nivel.
Son grandes ligas y en comparación, Jordan acaba de quedarse chiquito.
Las reuniones no suelen cohibirme. Nunca me intimidó la presencia de hombre alguno, pero justo ahora, me siento pequeña entre tanto poder.
—Te ofrecemos un pago mensual acorde a un abogado matriculado en el derecho penal —el sujeto que en la amplia mesa rectangular de vidrios ahumados se sienta a un costado de Ciro, entrelaza las manos—. Y eso que aún no recibes tu especialización.
Otro de los presentes, el Director del Congreso, se arregla los puños de la chaqueta.
—Primero asistirás a Procuradoría —dice—. Es importante conocer el sistema de trabajo dentro de la Corte, para luego asignarte clientes. Cuando los clientes soliciten abogado de oficio, podrás respaldarte en la unidad a la que tu cliente haya sido derivado en su acusación.
—Para mí, es vital que te nutras de licenciaturas —enfatiza el tercer hombre. El que se encuentra sentado a mi lado izquierdo y que no para de analizarme—. El derecho penal abarca mucho terreno, y los abogados de oficio deben contar con la capacitación suficiente para brindar una defensa sólida y no dejar al Estado mal parado.
Trago saliva y por debajo de la mesa clavo las uñas en mis muslos.
Estoy demasiado nerviosa.
Me tiene mal el hecho de escucharlos hasta el final para luego tener que rechazar esta oportunidad de oro.
—Homicidio, trastornos, abusos, violencia, inocentes, culpables, condenas de muerte —Ciro toma un sorbo de agua y me sostiene la mirada—. ¿Vas a poder con eso, Charlotte?
Cinco pares de ojos se centran en mí y la ansiedad me pone a sudar.
—Estamos apostando por usted, porque consideramos que es capaz de ejercer excelentemente su profesión. No obstante, estamos dispuestos a integrarla con la única condición de su permanente capacitación.
Los ejecutivos me escudriñan.
Se demoran unos minutos en observarme y yo mientras tanto, pienso en la forma más cordial de decir: NO.
—Está bien —el director del Congreso retira su silla y se levanta. De un portafolio saca un sobre de manila y lo desliza por la mesa para que llegue a mis manos—. Tiene 24 horas para darnos una respuesta. Si es que tenemos un acuerdo y un contrato firmado, o si por el contrario dejamos ir a una buena promesa en leyes.
Todos se levantan y yo les imito. Me ofrecen las manos y se las estrecho.
Saludan a Ciro y salen de la enorme sala de juntas.
Un sitio muy grande, con buenas vistas a la ciudad y ventanales gigantescos.
Pisos negros y brillantes. Paredes beige y mobiliario. Mucho mobiliario en colores caoba y marrón.
—¿Qué fue eso? —Ciro guarda las manos en los bolsillos de su pantalón de traje.
Viste impecable, como siempre.
Armani, Banana Republic, Dolce&Gabbana
Una mezcla muy sincronizada de azul, mostaza y blanco.
—Discúlpame.
—No te disculpes —alza sus cejas—. Sólo... Me sorprendió la actitud tan... Reservada y temerosa que tuviste.
—Hay una razón.
Su frente se arruga, en lo que se recarga en el filo de la mesa y me mira.
—¿Por algo que se haya dicho? —inquiere.
—¿Cómo?
—El cambio —recalca—. El cambio en tu actitud, ¿se debió a algo que se haya dicho en la reunión? Es que creí que te entusiasmaría una novedad como ésta.
—¡No! ¡No es eso! ¡Digo, sí! —me acerco a él—. ¡Sí me entusiasmaba! Es una oportunidad ideal para alguien como yo.
—¿Entusiasmaba? —ingada, yendo directo al grano—. ¿Lo estás rechazando?
Tomo aire, para luego desinflarme como si fuera un globo
—Sí.
—Creo que voy a volver a sentarme —retira la silla que ocupaba hasta hace unos instantes y se acomoda—. ¿Me explicas por favor?
—No voy aceptar la propuesta —le informo.
—¿Y eso es porque...
—Porque tengo que velar por mi seguridad y la de mi familia.
Su rostro, que parecía enfadado con la noticia, se tuerce en una mueca de asombro.
—Wo, wo, wo —alza una mano y me enseña su palma—. ¿Qué tal si me dices qué rayos pasa?
—¿Cuánto puede tardar el juicio contra Jordan? —respondo a su pregunta con otra pregunta y ello lo desconcierta.
—No lo sé a ciencia cierta, Charlotte. Y la realidad es que... —suspira— tampoco sé si será llevado a juicio.
Lo que dice me cae como un ladrillo en la cabeza.
—¡¿Qué?! —me siento en una de las sillas, quedando frente a frente con él—. Corrupción, robo, estafa... Ciro, ¿cómo no vas a saber si...
—Es que las auditorías son las que marcan el rumbo de los trabajadores del Estado. Si la auditoría sale bien, entonces no existe juicio contra Hayden. Si no ocurre, se abren investigaciones más exhaustivas. Ya te lo expliqué...
—¡Sí, sí, ya sé! —interrumpo—. Ya sé que eso se puede tomar meses, incluso años. Pero... Pero necesito que exista algo que se pueda hacer para ahora, para estas semanas.
—¿Porqué el afán? —se cruza de piernas—. ¿Sucedió alguna cosa de lo que debería estar al tanto?
—Nos está atosigando, lo percibo siempre aquí —me toco la nuca—. Siento como si todo el tiempo me estuviera siguiendo.
—No te ofendas pero... —arquea una ceja—. Las percepciones no son un alegato justificable para llevar a alguien a un estrado.
Me inclino hacia adelante y me toco el pecho.
—Asesinó al mejor de Nicolas. Quemó la casa en dónde él vivió todos estos años y por su gracia, estoy segura que por su gracia, otro de los amigos de Nicolas, está preso en la correccional estatal de Nueva York.
—¿En Rikers? —se interesa—. ¿Y bajo qué cargos?
—Fue narco.
Ciro también se inclina hacia adelante.
La seriedad en su rostro me da miedo. Me da pavor lo que vaya a decirme.