DAVID
Bajo las escaleras y me topo con dos pares de ojos curiosos.
Unos celestes como el océano y otros verdes como la esmeralda en bruto.
—¡Woooo! —Charlotte me silba—. ¿Dónde está mi viejito?
Llego a ellos y termino de ponerme la chamarra.
Hace años no usaba una. Me hace sentir joven de nuevo.
—El viejo se quedó arriba durmiendo. El baboso que se hace pendejo lo va a sustituir sólo por esta noche.
—¡Ay, por Dios! —se ríe a carcajadas y codea a Jean—. Lo siento, estoy demasiado nerviosa. Hace rato me vengo riendo de cualquier tontería.
Del bolsillo de mis tejanos saco un grueso faco de billetes. Lo cuento otra vez y lo guardo en el bolsillo secreto de mi campera de cuero.
—Tranquila —concilio—. Todo va a estar bien. Confíen en mí.
—Estamos confiando en ti —Jean se acerca y me toca el hombro—. Pero eso no resta que nos preocupas.
—¿Señor? —Owen aparece y se para recto, con las manos entrelazadas hacia adelante—. ¿Lo llevo?
Me arreglo las solapas de la camisa y oculto mi cadenita. No me gusta que quede a la vista de nadie.
—Ya lo hablamos y te dije que no. Tráeme las llaves del Aston que está en la cochera de la barbacoa.
—Pero... Es peligroso que salga solo a estas horas.
—¿Acaso tengo doce años, Owen? —él pestañea y niega con rapidez—. Entonces, haz lo que te digo. Tráeme las llaves del Aston Martin, ahora —miro mi reloj—. Quiero ser puntual.
—Quedaste a las once —reparo en Charlotte y su ceño fruncido.
—Tesooro —le sonrío.
Qué suerte tiene de no conocer las porquerías que se esconden en las calles más oscuras de Seattle.
—¡No me veas así, David! —me reprende cruzándose de brazos—. No soy ninguna boba. Ya sé al sitio al que vas a ir.
—Entonces tienes en claro que a un lugar como ese no vas a reunirte con absolutamente nadie, Charlotte. Allí te encuentras con conocidos "casualmente" pero jamás de los jamases utilizas al club social para concretar una reunión.
Ella rueda los ojos y mi hijo se ríe.
Él sabe de lo que hablo.
Él muchas veces, liado a la sucia de Natasha, frecuentó dos de los clubes sociales que dominan Seattle.
Si algo no se puede negar entre nosotros, es que tanto a padre como a hijo en su momento, la mala vida y los jodidos vicios nos fascinaban.
—¿Te puedes tranquilizar, bruja y dejar de reprenderlo como si fueras su madre? —Jean le pasa el brazo por los hombros e intenta besarla pero ella, con sus chiquilinadas se aleja y me mira como para matarme.
—¿Vas a intimar con alguna mujer de allí?
Su pregunta directa y sin tapujos me sonsaca una carcajada.
—No es mi intención, tesoro —le paso por al lado y le palmeo la mejilla—, pero uno se deja dominar por el club. El club te vence, nunca ocurre al revés.
—¡Vicioso! —espeta cada vez más molesta.
Si alguien conoce mi momento más oscuro y perturbador, esa ha sido Charlotte.
Charlotte se convirtió en mi más leal confidente. A ella le he confiado cosas que ni yo mismo habría podido tolerarlas.
Charlotte se preocupa, aunque se escuche celosa, caprichosa o posesiva.
Sabe que el Visky me llevó al fondo del pozo más tenebroso que existe en la vida de un ser humano.
—¿No podías haber escogido otro sitio para reunirte con Grayson? —se ofusca—. Un bar normal, con personas normales. No esa cosa turbia que deja a la gente desquiciada.
Owen se aparece y me entrega las llaves del coche que guardo como una reliquia.
—Señor —hace un asentimiento y se marcha.
—¿Llevas celular? —me pregunta, siguiéndome de atrás.
—La regla número uno es no ingresar con celulares, tablets ni relojes Smart —le explica Jean.
—¿O sea que tú también conoces los putos clubs? —gruñe como fiera embravecida.
Abro las puertas principales. Owen dejó el vehículo estacionado en la entrada.
Volteo para despedirme de los dos y veo a Charlotte pegándole un manotazo a Jean y a él tentado de la risa.
A pesar de todo. De cuánto nos estamos arriesgando y de cuántos problemas se nos vienen encima me hace feliz verlos bien, verlos tan enamorados como lo estuvieron tiempo atrás, tan felizmente locos el uno por el otro.
—Te podría contar tooodo. Con lujo de detalles, lo que ocurre en estos sitios —mi hijo la provoca y ella se pone como una leona.
No sabe si matarlo a él, o a mí que estoy por ir a ese lugar.
—Me cuentas y te juro que voy a practicarte el harakiri... Y no va a ser precisamente en el abdomen.
Jean se destornilla de risa y entre apretones la abraza y la besuquea.
—¡No me toques, bobo! —se aleja y viene a mí—. David, por favor, ten cuidado —me pide con preocupación.
Su mirar cauteloso y angustiado refleja más que temor por Jordan Hayden. Su miedo es por mí, le aterra verme caer de nuevo y no sé cómo transmitirle que eso no va a pasar. Que sólo fue un mal momento en mi vida. Un momento que disfruté, al sumergirme en mis más bajos instintos pero que me hizo perder completamente la cabeza. Un momento que no deseo experimentar otra vez.
—Voy a estar bien, tesoro —le pellizco la mejilla y estrecho a Jean en un corto pero fuerte abrazo.
—¿Vas a llegar tarde? —pregunta él.
—Depende de cómo transcurra la noche y la conversación con Grayson.
—Buena suerte.
Salgo de la casa. Ambos me ven subir al coche, darle arranque y abandonar el predio.
Le echo pie al acelerador y es como volar entre las nubes.
El escaso tránsito me permite disfrutar de la velocidad y la adrenalina que sólo un buen auto deportivo brinda.
El Vantage que compré antes de la muerte de Sophie y que es parte de mi colección de autos de alta gama, recién hoy vengo a sacarlo de su polvoriento garage.
No me arrepiento de usarlo.
Para la elitista concurrencia del Visky mientras más opulencia, dinero y poder se exhiba de parte de sus miembros, mejor será el trato recibido.