Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

NICOLAS

 

Pronto el invierno va a golpear las puertas de la ciudad y el cambio climático empieza a notarse.
La mañana se percibe fría y lluviosa. Una lluvia que no es torrencial pero que moja más que un baldazo de agua helada.

—Me desperté y no estabas en la cama —la exquisita voz de la bruja a mis espaldas junto con su abrazo, me toma de sorpresa y me sonsacan una sonrisa. 

—No dormí en toda la noche —sujeto sus brazos y hago que me rodee, para poder verla.

—¿Por David? —su cara refleja genuina preocupación—. ¿Llegó muy tarde? 

—A las seis de la mañana.

—¿Hablaste con él?

Sostengo su barbilla y me tomo mi tiempo para admirarla. Repaso sus ojos, su nariz, su piel, su boca.

Estoy tan jodidamente enamorado de esta mujer que me parece irreal tenerla a mi lado cuando me toca abrir los ojos cada mañana.

—No —contesto con la vista puesta en la carnosidad de sus labios—. No hablé con él. Me dijo que el asunto estaba en orden y luego se fue a su dormitorio.

—No me gustó que fuera a ese club —pone las manos en mi cadera—. En ese sitio le pasaron muchas cosas y ninguna lo llevó a buen puerto.

—A mí tampoco es que me encante que se haya metido allí pero... Si consideró que el mejor lugar para conversar con Grayson sin levantar sospechas era el club social, no nos queda más que respetarlo. 

Aunque no tengo la más remota idea de lo que ha vivido mi padre ahí dentro, soy plenamente conciente de que los clubs de sexo, de apuestas y de vicios son la perdición para cualquiera.
No hay mesura cuando cruzas las puertas y te sumerges en esa dimensión paralela.
Yo fui miembro hace años.
Yo iba con Natasha y aquello era descontrol en su más puro y peligroso estado.

Juergas, drogas, licor, sexo... Y si la adicción te atrapa, salir y no recaer es malditamente difícil.

—¿Qué tal si se le vuelve hábito de nuevo? —desconozco razones pero en verdad le atormenta el pasado de mi padre.

Pellizco suavemente su nariz y le robo un beso. Preocupada luce condenadamente adorable.

—No va a volver —le digo con total certeza.

—¿Cómo es que estás tan seguro de eso? —arruga la frente.

—Porque primero tendrá que vérselas conmigo —la pego a mi cuerpo y disfruto de la sincronía en sus curvas acoplándose a mi torso. El calor que desprende me quita el frío, me agrada.

Ella me hace sentir bien.
Tan simple y tan básico: me hace bien.

—¡Nicolas...

—No nos llevamos de la mejor manera pero nunca va a dejar de ser mi padre. Irremediablemente siempre estaré preocupándome por él. Así que, aunque terminemos agarrándonos a golpes por esto, David Henderson no va a volver a poner un pie en el Visky ni en ningún otro club social. Te lo garantizo.

—Necesita de alguien que lo proteja. 

—No necesita ser protegido, necesita ser puesto en su sitio —la separo de mí y le retiro un rulo dorado que le cae por la frente—. Yo no voy a cuidarlo; yo voy a ponerlo en su lugar.

—Nick... —su cara de súplica me hace reír.

—Tranquila, bruja —le pego con el dedo en la punta de la nariz.

—No me digas que esté tranquila. Tus reacciones son siempre tan impredecibles que es imposible estar tranquila.

Acuno su cara con ambas manos y la acerco tanto a mí que la tibieza de su aliento roza mis narinas. Tener sus ojos a escasa distancia me sumerge en la profundidad celeste de sus iris e incluso, puedo verme reflejado en ellos.

—¿Confías en mí?

—Sii —musita.

Trago saliva al oír su voz tan baja, tan dulce y tan vacilante.

—Sin dudas; bruja mentirosa —entorno la mirada y rozo mis labios en los suyos.

No obstante su rechazo es lo que me desestabiliza.
Se separa de una forma tan brusca que su boca ha sido siquiera un ligero toque en mi piel.

Es imposible disimular el fervor, la bruma que me produce su voz, su cuerpo y su calidez cada que estamos cerca.
Es llegar a un punto casi crítico. Uno dónde parezco un maldito cocainómano a la espera de su dosis diaria.
Estoy absolutamente loco por ella. Deseoso por ella. Insatisfecho, porque con ella nunca se me hace suficiente.

—¡No me veas así! —me empuja y toma distancia—. No te estoy mintiendo.

Luce molesta.

—Entonces procura que te crea la próxima vez que te lo pregunte —la provoco.

—¡Qué cretino! —se da la vuelta no sin antes echarme una ojeada venenosa.

Una mirada altiva y helada que me encanta.

—Bruja —la llamo—. Bruja ven acá.

—No me hables —viborea—. Te esperan para desayunar.

Ladeo una sonrisa torcida.

Me gusta cuando se pone así.
Soy masoquista, qué le voy a hacer.
Me fascina su jodidísimo carácter. Es algo que me prende.

—Vaaamos —la sigo y antes que entre a la casa, la atrapo. Tiro de su camisa y pego su espalda a mi pecho.

—¡¿Me dejas entrar?! —refunfuña.

—Claro que no —intento besarle el cuello pero me evade, moviendo la cabeza—. Estaba provocándote bruja odiosa. No te enojes.

—A mí no me ha parecido gracioso —en medio de quejas se mueve para zafarse de mí.

Es una lástima porque eso no va a pasar. Soy más fuerte que ella.

—No empieces con el drama, nena —sujeto su mentón y pongo de lado su bello rostro para robarle un beso.

—No dormir te vuelve doblemente pedante y detestable —cediendo gira lentamente y enreda sus brazos alrededor de mi cuello.

Aceptando el recibimiento que me da, paso las manos por sus costillas, su fina cintura y el comienzo de sus muslos. Mis dedos suben, bajan y repiten el recorrido.

—Y a ti, dormir en exceso te pone demasiado deseable —ronroneo.

—No me gusta que dudes de lo que te digo —me reprocha—. Porque sí que confío en ti. De otra forma no estaría contigo ahora.

—Lo sé... Sólo te estaba molestando.




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