NICOLAS
Madi nos ve bajar de la camioneta y pone cara de disconformidad.
—¿Puedo ir a la terapia con ustedes?
Las carcajadas de mi hermana y la pequeña Alex no se hacen esperar.
—No linda —Charlotte le arregla el cabello en una coleta alta y luego le da un beso en la mejilla—. Esto es cosa de adultos. Tú ve a divertirte con las tías al mall. Escoge un bonito traje de baño y una colorida maleta para llevar en el viaje.
Su desacuerdo poco a poco desaparece y en su cara reluce la picardía.
—¿Puedo comprarme una muñeca?
Empiezo a reír con el chispazo de energía de mi hija y los bufidos de su madre.
—Madison... —está por advertirle algo. Su dedo índice levantado es un claro indicio, sin embargo Madi hace pucheros y eso basta para comprarse el corazón de la bruja— Está bien. Pero solo una muñeca —mueve la cabeza y mira al interior de la camioneta—. Orianna, sólo una —le aclara a mi hermana.
—Sii señora —se burla ella en medio de risitas—. Una muñeca nada más —le guiña el ojo a su sobrina.
—Y tú Alex —la zanahoria adolescente repara en Charlotte con fingida inocencia—. Por favor, la tarjeta que te dio David... No la explotes, okey?
Una inmensa sonrisa surca el rostro de Alexandra.
Una de "me vale madres lo que digas".
—Claro —dice simplemente.
—Si gastas el dinero de esa tarjeta en idioteces del centro comercial, te advierto que luego vas a quedarte con las ganas de comprarte cosas en el viaje —ella rueda los ojos desafiándola—. Te prometo que vas a ver a Liam y a Christopher comprándose boberías y a ti no te pienso dar un centavo.
—Estaa bien. No te pases de histérica hermanis —sopla y al final obedece, al menos en palabras a lo que la bruja le dice.
—¿Venimos a buscarlos cuando la sesión termine? —pregunta Owen sin vernos. Concentradísimo en el tránsito.
—No —responde Charlotte—. Nos encontramos en la casa. Chase está aquí —añade bajando la voz—. Podemos tomar un uber y que él nos escolte.
—¿Estás segura? —la miro con el ceño fruncido.
—La sesión es de cuarenta y cinco minutos exacto. ¿Qué clase de paseo al centro comercial van a tener si al llegar ya deben darse la vuelta para venir a recogernos?
—Entonces nos vemos en la casa —Orianna acomoda a Madison a su lado y ambas nos saludan con la mano antes de partir.
—Adiós mi amor —balancea la mano y cuando la camioneta desaparece en la avenida, me observa—. ¿Entramos?
Antes de que asienta siquiera, avanza un par de pasos hacia la puerta del edificio.
—Ey, bruja —agarro su brazo y la detengo—. ¿Estás bien?
Traga saliva.
—Mas o menos —se sincera—. Pero imagino que al salir de aquí voy a sentirme mejor —me regala una tibia sonrisita que me encoge el estómago—. Es lo que pasa cuando te acostumbras a las sesiones de terapia. Discontinuarlas tiene un efecto negativo.
La atraigo hacia mí, rodeo su hombros con mi brazo y le beso la coronilla del cabello.
Me gusta la diferencia de altura entre nosotros y cómo su suave perfil se acopla perfectamente a mi pectoral.
Desde ayer ha estado extraña. Distante, distraída incluso fría.
La cita con esa mujer la dejó descolocada y muy asustada.
A todos nos dejó en jaque lo que Charlotte nos contó al llegar a la casa, pero a ella... A ella realmente la tiene perturbada e intranquila.
Anoche le costó conciliar el sueño y cuando al fin logró dormirse se despertó a los gritos, en medio de las lágrimas pronunciando el nombre de la tal Harper.
—Las cosas van a estar bien, nena —la aprieto contra mí mientras caminamos hacia las puertas del edificio.
—En algún momento van a estar bien. Pero parece que estamos destinados a exudar sufrimiento para al final alcanzar la felicidad.
Se separa cuando el conserje nos recibe.
—Departamento 124 —dice, apoyando los brazos en el mostrador.
—¿Doctora Olivia Sullivan? —ella afirma—. Permítame notificarle su llegada y enseguida podrá subir —toma un teléfono inalámbrico, lo pone en su oreja y de inmediato la psicóloga le responde—. Doctora acaban de presentarse sus pacientes —el hombre me mira—. Ajá. Muy bien, gracias —corta y repara en Charlotte—. Adelante. Elevador dos, piso diez.
Subimos al ascensor y cuando llegamos al piso 10, la puerta 124 del pasillo se encuentra abierta y una mujer nos espera bajo el umbral.
—Buenas tardes —nos saluda—. Es un placer conocerlos. Leslie es una gran colega y amiga mía, así que Charlotte... Estás en buenas manos —se hace a un lado—. Adelante por favor.
Primero entra ella, yo la sigo.
El departamento es en realidad un monoambiente con dos sillones en cuero de tres cuerpos, un escritorio de vidrio frente a las ventanas, tres divanes y un mueble que abarca toda una pared, en donde muchísimos libros adornan sus estanterías.
—Siéntense dónde se encuentren más a gusto.
Con un porte regio y serio Charlotte se sienta en el sillón de cuero y la doctora frente a ella en el diván individual.
Atino a ir al lado de la bruja. Tomo lugar en el extremo opuesto a ella, del sofa.
—Mi nombre es Olivia Sullivan, pero pueden llamarme de la forma que más cómodos les haga sentir. Doctora, doctora Sullivan u Olivia. Soy psiquiatra y psicóloga desde hace muchos años. Siempre atendí en Seattle y estoy abierta a oír sea lo que sea que deseen compartir.
—No será demasiado porque... ¡Cuarenta y cinco minutos de sesión! —digo con nerviosismo.
—Tienes razón —la mujer se cruza de piernas y deja la planilla sobre el escritorio. Se quita las gafas y me mira—. Podemos hacer un enfoque más objetivo sobre el problema actual que los trae a mi consultorio hoy.
Alza una ceja. Su cabello negro y apenas ondulado, corto hasta los hombros se balancea con el movimiento que hace su cabeza al observarnos alternadamente.