—Todavía me cuesta hacer este tipo de cosas —Nicolas aprieta mi mano mientras entramos al salón.
La música de CocoMelon resuena a un volumen alto, que pone a vibrar el cuerpo de Madi.
—¿Hacer qué?
—Esto —se mira, mira a Madison, luego a mí—. Fingir que estoy super notable cuando la paranoia me está volviendo loco.
Abrazo su cintura y le doy un beso en la mejilla.
—Se va a poner peor conforme sigan pasando los días —le susurro—. Te necesito fuerte, Nick.
Siento su respirar profundo y pausado.
—Es difícil.
—Por favor...
—Trato.
—Esfuérzate un poco más —le doy otro beso—. Te amo.
Madi se nos escapa y sale corriendo al centro del salón, donde el tumulto de niños aguarda para subirse al aparatoso castillo inflable.
—¡Con cuidado, cielo!
Un mozo se nos acerca, ofreciéndonos un cóctel frutal, de bienvenida.
Agarro dos copas de la bandeja y le doy una a Nicolas.
—Repíteme porqué estamos haciendo esto.
Le sonrío a los padres de la oficina que al pasar nos saludan.
—Porque muy amablemente nos han invitado y Madi necesita divertirse el mayor tiempo posible —aproximo mi cara a su perfil y sin quitar la vista del resto añado—. No quiero que se percate de nuestra tensión permanente.
—Eso no es verdad bruja mentirosa —mete los dedos por la abertura del vestido en mi espalda y me pellizca.
—No seas descarado. Yo no miento.
Me yergo y me distancio de él.
—Me estás ocultando parte de la razón porque la que estamos aquí.
—Quieren hablar con nosotros —murmuro entre dientes—. El pendrive lo tienen hace veinticuatro horas y es demasiado tiempo.
—¿Demasiado?
—Viajamos el sábado —le recuerdo—. ¿Qué día es hoy?
—Jueves —responde.
—No hay tiempo.
—Puedo cambiar los boletos de avión para el domingo o lunes —me sugiere—. Al igual que las reservaciones.
—No, no —de manera inevitable empiezo a taconear—. Eso es muy arriesgado.
—No es arriesgado. Es planificar las cosas con la calma que a ti te está faltando.
—¿Y qué? ¿Vas a volver a meterte en cualquier café cibernético para...
—Por supuesto. Lo hice una vez. Puedo hacerlo las que sean.
Taconeo con más fuerza.
—No.
—Te empecinaste con la mujer del psiquiátrico —recalca en un susurro.
—¡Es una víctima de los Hayden! —le recrimino en un tono casi inaudible—. ¿Cómo crees que sabiendo de lo que es capaz esa gente me voy a quedar sin hacer nada? Es una testigo potencial para Ciro.
—Es una loca, internada en un hospital psiquiátrico.
Abro los ojos como platos.
Sus palabras tan rudas e insensibles a veces me sacan de sí.
—Te juro que no puedo creer que digas esto. Ella no está loca. Está viviendo un maldito calvario allí dentro por culpa del desquicie de Jordan.
—No es nuestro asunto. Que Walker la cite a declarar y punto.
—¡Eres imposible! —espeto—. A ti también te hubiera gustado que alguien hiciera algo por tus amigos cuando Jordan metió las narices en el Bronx.
—Todavía espero porque alguien haga algo por Kion, ¿sabes? Y moriré esperando ese milagro.
Con enojo le toco el pecho.
—Sin Harper en sus cabales no va a haber justicia que se encargue de los Hayden.
—Y sin ti no va a haber mujer que críe a mi hija. No te vas a exponer más, punto.
Lo que dice me calla y me hace parpadear.
—No es así como lo pintas.
—Sí super heroína, es tal cual. Si comienzas a entrometerte demasiado te estás arriesgando a que tanto el perro de Jordan como la loca de su madre te jodan la vida.
—Quiero desenmascararlo y meterlo a la cárcel. No me sirven quince años por maltrato y abuso. Lo quiero perpetuamente metido tras las rejas por psicopatía, asesinato y acoso.
Apoya la copa en una mesa contigua, lone las manos en los bolsillos de sus tejanos azules y se va a donde Madison.
—Nick, no me dejes hablando sola —le sigo de atrás y jalo su fina y elegante camisa negra de mangas largas.
—Una semana —advierte con frialdad—. Te doy una semana para que soluciones el tema de la mujer esa. Si en una semana no consigues sacarla de ese lugar, te voy a subir al avión así sea amarrada —con vehemencia se vuelve hacia mí y me toma de la cintura. Cualquiera que nos ve creería que estamos de lo más melosos y no a punto de iniciar una guerra—. Te lo advierto una sola vez Charlotte y sabes que no bromeo cuando de ti o de mi hija se trata.
—No necesito una semana —contraataco.
—Fecha límite —se acerca demasiado, tanto que mi boca se roza con la suya—. Siete días, estás avisada.
Me suelta justo cuando desde la lejanía se menciona mi nombre.
—¡Charlotte, bonita, pensé que no ibas a venir!
Ciro Walker con todo y su elegancia se nos aproxima.
—¿Bonita? ¿Te dice bonita? —se crispa y su voz denota furia.
—No empieces —pido con impaciencia.
—¿Qué más? —viborea—. ¿Te saluda con un beso en los labios cada que te da los buenos días en la oficina?
Me sujeto a su brazo y le obligo a avanzar hacia el encuentro con Ciro.
—Basta —digo con severidad.
—Me gustaría verte a ti, si mi jefa, con la que trabajo todos los días me dijera bonito.
Del enojo me sale una sonrisa.
—Eso sería gracioso, porque no va contigo el mote —lo miro fugazmente. Está irresistiblemente molesto—. Te queda mejor bombón, incluso bebé... Pero no bonito.
—Qué chistosita.
Llegamos al gran Procurador del Estado y lo primero que hace es saludarme. Como siempre, con un rápido beso en cada mejilla.
—Estás deslumbrante —enseguida se centra en Nicolas y su aura negra y asesina—. Tú debes ser Jean —ensancha una sonrisa—. Se la pasan hablando de ti.
—Qué bien. Y qué alivio —le ofrece la mano en un saludo nada más que por formalismos.