Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

Parpadeo, acostumbrándome al molesto escozor que la lentilla produce en mis ojos.

Arde un poco, me molesta al pestañear y se me cristaliza la mirada pero al final puedo sostener la molestia.
Me adapto. No queda opción.

Mirándome al espejo vuelvo a respirar profundo.

«Sé que esta no soy yo»

Ladeo el rostro a un lado y otro, escrudriñando mi reflejo, buscando el más mínimo detalle que delate a la Charlotte Donnovan que se esconde tras el retoque de maquillaje, los lentes de contacto oscuros y la peluca corta, más no la encuentro.

«Esta mujer es un camaleón que cambia de rostro, de esencia y de vida»

Grayson hizo bien su trabajo. Lo hizo muy bien y con la astucia propia de un ex agente federal. Repensó los pro y contras un sinfín de veces y eso en cierto modo me hace sentir segura.
Es plenamente conciente de que esto se hace bien o no se hace. Es conciente de que si algo falla, por más minúsculo que sea no seré solamente yo la responsable, no será Nicolas y no será mi familia.
Vamos a caer en el lodo todos. Él, Ciro, Peter, y cada persona detrás de escena que desde la ignorancia le han tendido la mano a cualquiera de ellos.
Estamos en igualdad de condiciones y en las de perder, el costo de las consecuencias será para todos parejo. No como hace ocho años en donde fui el producto de prueba y los Henderson el daño "colateral" de la mierda de Rafael.

Dejo escapar el aire e inspiro hondo otra vez.

Destapo el labial, lo deslizo por mi boca y aprecio el resultado.
Es la primera vez que utilizo el marrón, la primera vez en años que cambio de perfume, de color de cabello...

—Te ves extraña.

Alzo la mirada y me tipo con un Nicolas apoyado en el marco, observándome con reprobación.

—Soy una extraña precisamente ahora —me acomodo la peluca y me cercioro de que esté bien sujeta.

Es corta, ni siquiera llega a mis hombros, tiene un flequillo grueso y recto y el color azabache de las hebras sintéticas realzan el tono de mi piel.

—Te queda bonito el negro —dice tratando de sonar calmado—, pero tus ojos... Me gusta el celeste de tus ojos.

Se acerca a mí e intenta tomarme del rostro.

Está echando chispas de enojo, lo sé. Se nota en su voz, en su postura, en la forma que se tensa su mandíbula cuando habla y en las arrugas que surcan su frente cuando hace alguna expresión.

Nick se mostró totalmente en contra de la idea que propuso Grayson y se la pasó evitándome hasta ahora.

—Estos no son mis ojos —replico—. Esta no soy yo —me vuelvo hacia él, quiere tocarme pero lo rechazo

Ahora no.

Quise su abrazo anoche y me lo negó.
Quise su abrazo en la mañana y me ignoró.
Quise su abrazo durante todo el maldito día, mientras Grayson no paraba de memorizarme un discurso, pero se la pasó tan enojado y reprochándome cosas que se olvidó de lo realmente importante, apoyarme.

Ahora ya no quiero su abrazo, ni sus palabras, ni nada.
Ahora estoy fuerte, tan dura por dentro como por fuera. Nada me fragmenta, nada me perturba.

—Bruja...

Lo esquivo y salgo del baño. Mi uniforme blanco y mis zapatos ortopédicos son lo que veo mientras abandono el cuarto y bajo las crujientes escaleras de madera descuidada. 

—Bruja... Voy contigo.

Un pequeño vestíbulo tenuemente iluminado y desprovisto de muebles ofician como decoración a nuestro instante a solas.

—Por supuesto que no —replico.

—¡Es un hospital psiquiátrico con cámaras de seguridad, por Dios! ¡Te estás por meter en una misión suicida!

—Estoy salvando mi vida, y la vida de mi hija —me anticipo a lo que va a decir—. Si puse mi integridad en juego por ti, lo que no haría por Madison. Soy capaz hasta de meterme en la casa de los Hayden con tal de cuidar de ella.

Me alejo de él y voy a la ventana.

David sugirió este lugar hace unos días, luego de su enfrentamiento con Nicolas por el bendito club social.
Es una casa abandonada en las afueras de Capitol Hill. Un predio tenebroso y descuidado que le perteneció a sus tías. Un punto ideal y estratégico de unión.

—Charlotte no....

—Viene alguien —le interrumpo, apagando la veladora de un soplo y quedándome en silencio, parada a un lado, sosteniendo entre mis manos el Taser que me dio Grayson.

—¿Quién...

Pongo el dedo índice en mis labios y en un simple Sh, Nicolas se calla.

Acabo de ver el halo de luz de una linterna.

En medio de tantos árboles y en medio de la nada misma, cualquier rastro de luminosidad se puede distinguir desde la distancia.

Me mantengo quieta, tensa, erguida y con la espalda pegada en la pared por un buen rato, hasta que escucho pisadas afuera, en la crujiente y mohosa madera del porche.

Alguien golpea a la puerta dos veces alertando a mis sentidos y esta se abre muy despacio.

—Halcón —susurran tranquilizándome de forma instantánea.

—Camaleón —replico, soltando el aire.

Nico enciende la veladora de nuevo y nos topamos con Grayson y Chase, que entra minutos después luciendo una barba espesa y el cabello tan azabache como el mío.

—En verdad te ves realmente distinta —es lo primero que Grayson dice.

—¿Cuánto durará esto? —pregunto—. ¿Cuánto tiempo tendré que estar en ese lugar.

—Lo que tardes en ser descubierta o lo que tardes en contactar a Harper —responde con tal severidad que no admite considerar sus palabras como un chiste de mal gusto—. Coincidimos en que la segunda opción es la correcta para nosotros.

—La estás mandando al suicidio —la voz de Nicolas sale como el rugido de un león. Desde la cólera, la impotencia y la inseguridad.

—No me está mandando, yo decidí —reparo en él y su semblante bravo y hostil—. Yo estoy decidiendo.

Un muchacho menudo, delgado, con lentes aparatosos y aspecto de nerd entra a la casa y eso me pone en alarma. Corta nuestro diálogo y me tensa de una manera inexplicable.




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