Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO

JORDAN

Dispongo mi bandeja sobre la mesa, retiro la silla y me acomodo.

Enciendo el televisor y busco algo interesante que mirar. No lo sé, Nathional Geographic, Acumuladores Compulsivos o CSI. Cualquiera de ellos entra en mis favoritos pero el último es con el cuál más me regocijo. Me encanta y justo ahora están pasando la de Miami.

Desdoblo la servilleta sobre mi regazo, pongo mi celular en vibrador y le quito la tapa a mis veinticinco piezas de sushi.

Le saco el envoltorio a los palillos, tomo una de las piezas de salmón, la embebo en shoyu, la unto en wasabi, le coloco apenas shiso y me la llevo a la boca.

Qué delicia.

No me cabe dudas de que el mejor sushi lo preparan en esta ciudad.

Si las cosas hubieran sido diferentes, habría llevado a Charlotte a comer las más selectas piezas de salmón o camarones, pero se portó como una perra traicionera y ahora no pienso regalarle ninguna cita.
Cuando la vuelva a tener delante, lo primero que va a recibir será un buen castigo.

Tan traidora e indomable. Va a aprender a no desafiarme o burlarse de mí nunca más.

Me centro en el plasma y veo cómo Horatio descubre el cadáver desollado de una mujer hallado en la costa de Miami Beach.

Sigo comiendo y analizando el episodio de la nueva temporada.
Está bastante interesante y me hace sonreír.

Recuerdo las horas que se pasaba sentada frente al televisor durante el fin de semana, viendo maratones de la Ley y el Orden.

Mi chiquita, tan burra y tan ardiente.

Fui tan bueno con ella que la acompañaba en su insistencia por aprender cosas bobas de series ficticias.
Siempre le recordaba que los casos reales distaban mucho de los programas de crimen. Que la tasa de resolución estaba muy alejada de la esperada y que en verdad, ningún Juez de corte se tomaba en serio las audiencias. Que generalmente las finalizaban con veredictos planos y en menos tiempo del esperado.

Bruta.

Charlotte es muy bruta.

Cuando estemos juntos de nuevo le voy a prohibir terminantemente que siga con su especialización.
No tiene madera de abogada. Mejor que se dedique a esperarme en la casa, calentando la cama. Eso sí que le sale maravillosamente.

Bebo un trago de gaseosa y cuando llegan los comerciales, le bajo un poco el volumen a la tele.

—J-jordaan —ahí está de nuevo—. J... Jordan por f-favor.

Ruedo los ojos y me limpio la boca con la servilleta.

—No me jodas Natasha. Estoy cenando.

Golpeteo los dedos en la mesa, mientras escucho sus quejidos cada vez más bajos, cada vez más apagados. Tenues como un ahogado jadeo.

—Me... M-me estoy sintiendo muy mal.

Me reclino en la silla y miro hacia el estrecho pasillo.
Tirada en el piso, sosteniéndose del marco está Natasha.

—Dije que estoy cenando y no me gusta que me molesten cuando me siento a la mesa.

—A-ayúdame —lloriquea y por la madre que odio cuando lo hace—. J-jordan, llama a un... A e-emergencias.

—No bebé —suelto una risotada y sigo en lo mío: CSI y el sushi—. ¿Te gusta inyectarte mierdas? Pues apáñatelas solita. Ve arrastrándote si quieres y busca tú un puto médico. Yo no me pienso mover de esta silla.

—Me... Me voy a morir...

Qué lastre esta loca, por Dios.

—Muérete entonces —retruco—. Me harías las cosas más sencillas, sin lugar a dudas.

Y es que ni sé porqué aún respira si cada que la veo me antojo de retorcerle el cuello.
Ya mi asco supera cualquier deseo de follarla.
Es menos útil que un trapo.

—Muérete zorra de mierda. Muérete de una buena vez.

Sigue quejándose, de soslayo la veo retorcerse y temblar.

Da asco.

Su piel amarillenta, las cuencas de sus ojos enrojecidas, sus ojeras pronunciadas, la saliva que cae por su comisura.

Ella se lo buscó.

Si le gusta meterse drogas por todos lados, pues ahora que se aguante.

—Jor...

No puede terminar de hablar. Su voz se desvanece, se desmaya y deseo que sea permanente.

Ojalá se muera esta puta perra.

Hago crujir mi nuca y cuando estoy por acercarme a su cuerpo repelente y descuidado, mi celular se prende y comienza a vibrar.

Gozar de la caída de esta inmundicia de mujer o saciar mi curiosidad.

«Elige Jordan... Elige»

Me quedo sentado y sostengo el teléfono. Por supuesto que primero voy a saciar mi curiosidad.

Y vaya, vaya... Qué interesante.

Arqueo una ceja al reparar en el contacto que me llama.

Si no es una emergencia sabe que no debe buscarme.
A no ser claro, que lo haga para avisarme que ella también se murió, que su cuerpecito lindo y frágil no resistió otra sesión de electrochoque.

—Buenas noches, Connor —saludo al director del hospital—. ¿Me vas a decir que debo asistir al funeral de mi ex?

—¡Jordan! ¡Jordan!

Está agitadísimo, grita e insulta.

—Ey, Connor cálmate.

—¡Cayó el FBI al hospital! ¡Nos estaban investigando Jordan, nos estaban investigando!

La noticia me deja sin palabras.

Automáticamente el nombre que se me viene a la cabeza es el de Charlotte.

Mi madre tuvo razón en haber desconfiado de ella.

Porque tuvo que haber sido ella. No es casualidad. Ella averiguó. Ella me expuso.

—¿Dónde está? —digo masticando la ira.

—¡Yo no llegué al hospital hoy! ¡Tenía una reunión! Venía conduciendo y vi camionetas, gente del FBI, sacaron a los internos, se llevaron detenidos a los enfermeros y a los médicos.

¡Maldita perra hija de puta!

¡Maldita traicionera!

De un salto me pongo de pie y pateo la silla. Barro con todo lo está sobre la mesa. Doy el vaso contra el plasma y grito con todas mis fuerzas.

Esto fue pura y exclusivamente obra de ella.

¡De ella!

¡Que se esconda muy bien porque esta no se la perdono! 




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