Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS Parte I

GRAYSON

Tomo aire, coraje, impulso y sobre todo me armo de tolerancia antes de entrar a la sala.

La vida del policía jamás ha sido fácil. Menos aún el trabajo del policía, que te agobia hasta en tus más profundos sueños.

Es malditamente complicado por no decir casi imposible blindarse por fuera, jugar un papel frente a la mierda de gente que aguarda ser interrogada en un salón de dos por dos y dejar por dentro que tu cuerpo se inunde de rabia, odio e impotencia pero nunca exteriorizarlo.

Tu mente y tu corazón penden de un hilo emocional demasiado delgado, fino, quebradizo que permanentemente requiere sostén psicológico para no irnos al demonio junto a los jodidos criminales.

Fui sargento de la policía. Fui un alto rango en la DEA. Trabajé treinta y cinco años como servidor de mi país y con orgullo digo que me di el gusto de encerrar narcos, asesinos, ladrones, estafadores y corruptos pero jamás de los jamases me tocó tener delante a un violador, a una basura humana que disfrutara de quebrar física y mentalmente a las mujeres.

Lidié con mucho. Entré incontables veces a interrogatorios y le sonsaqué la verdad a más de uno sin flaquear, sin perder el juicio, sin propasarme de mis propios límites, no obstante confieso que no estaba preparado para esto. Para enfrentar al sujeto que tras un grueso y blindado vidrio aparenta inocencia, tranquilidad e ignorancia cuando tiene las manos enchastradas de sangre, peor que cualquier narco u homicida.

No sé cómo voy a hacer para controlarme pero bajo todos mis términos juro que lo voy a poner en el filo de la cornisa.

Desde que David Henderson me buscó, Jordan Hayden se convirtió en mi presa y lo voy a cazar de la forma que sea. Esto ya no se trata de dinero ni de saldo de deudas pasadas.
Lo que implica ese gusano se volvió personal para mí.
Es un mal innecesario que debe ser liquidado de la faz de la Tierra y no me voy a detener hasta ser espectador de ello.

Este momento me pertenece. No me lo va a quitar ningún otro detective, teniente, policía o fiscal.

—Compórtate Grayson —Ciro Walker presiona mi hombro cuando estoy a punto de abrir la puerta de la sala—. Eres oficial retirado. Compórtate porque lejos de beneficiarnos, nos vas a perjudicar. Esto ya está tomando mucho revuelo a nivel nacional. Hayden y la historia del psiquiátrico ya están bajo la lupa.

—No me des retóricas del buen comportamiento —le escupo, quitando el hombro—. Fui sargento. Fui jerarca en la DEA. Yo sé muy bien cómo proceder y cómo arrinconar a un hijo de puta como este.

—¡Grayson! —el empujón que me da Walker me hace gruñir—. Te estoy hablando en serio, carajo. Arruinas mi caso y yo te arruino.

Le dedico una media sonrisa—. Fíjate cómo mando a tu caso directo a la mierda junto con el mismísimo Hayden.

Abro la puerta de interrogatorios y entro.

Ciro se queda ladrándome de atrás pero cierro antes de que emita algún comentario que haga al capitán de la unidad alejarme del sospechoso.

Es que aún siendo oficial retirado y jubilado, tengo mis privilegios tanto dentro de la policía como narcóticos.

Avasallar el vómito en cuerpo de tipejo que está muy cómodamente sentado, es uno de muchos.

—No te imaginas el inconmesurable placer que me da verte sentado aquí.

Me acerco a la mesa rectangular que lo separa de mi silla y antes de tomar asiento lo observo desde la altura.

Efectivamente es una lacra.

Tan inmutable. Como si fuera una inocente paloma que no hizo nada.

—¿No te parece que estás un poco viejo para el papel de policía rudo, abuelo?

Apoya los codos en la mesa blanca y enlaza sus manos, transformándolas en un puño.

—Te vas a ir directo al infierno, Hayden —retiro la silla, me siento y dejo en la superficie plástica un sobre.

—A donde me voy a ir es a mi casa, tranquilo y contento —esboza una asquerosa sonrisa—. Los voy a demandar a todos cuando cruce el umbral de este lugar y me voy a regodear de satisfacción cuando los vea comer mierda.

Inspiro hondo. Tan hondo que mis narinas se dilatan.

Es eso o quebrarle la nariz.

—Estás muy seguro de tu inocencia, Jordan —digo.

—No te voy a contradecir —lo replica con soltura, recargando la espalda en la silla—. Soy inocente pero no lo pienso discutir contigo vejerto —suspira, como mofándose de mí—. Si quieres hacer algo productivo, ve afuera y llama a mi abogado —en su cara se dibuja una mueca siniestra—. Porque quiero a mi abogado y no te voy a decir nada más sin mi grandioso abogado presente. Que por cierto es el ex juez de corte. Un reverendo capo de los perseguimientos, hostigamientos y acosos policiales.

—El problema. El gran problema que tienes, es creer que te topas con un cualquiera. Con un pelele que no tiene idea de dónde está parado —me inclino hacia adelante y lo fulmino con la mirada—. Yo decido cuándo llamas a un abogado.

Hayden arquea una ceja.

—Espero que el fiscalito vea el lado represor omnipotente de la policía de Seattle. Porque le va a jugar demasiado en contra.

Sonrío con seguridad. Ya muchos me hablaron así y ahora con lo que hablan es con una pétida pared de celda.

—Otro error tuyo es creer que eres Dios. No eres Dios. Eres mugre. Eres un bicho al que pisoteo en esta sala —bajo la voz—. Porque en esta sala, tú eres mi perra.

Inalterable. Es la palabra que lo define.

—No tienes idea del gordo lío en que te metiste. Mi familia...

—Tu familia —no lo dejo terminar—. Pronto estará del culo dentro de prisión. Tu mamita, la que tanto te ama y a la que tanto defenestras está en la otra sala aceptando un trato con la policía, para no ir a pabellón general cuando le toque cumplir su condena.

Su cara se descompone y yo me retuerzo del gozo.

—Ella no haría nada semejante, bastardo mentiroso.




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