Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS Parte II

CIRO

Estoy de pie frente al espejo de la recámara. A medio vestir, con la camisa desabotonada, la corbata colgada en el perchero y la chaqueta estirada sobre la cama.

No dejo de admirar mi reflejo y vislumbrar el rostro severo de un hombre que estoy desconociendo.

No es miedo y tampoco tristeza lo que siento y lo que le transmito al espejo.

Es una especie de amarga nostalgia.
Un nudo en la garganta que no me deja tragar saliva, que me hace añorar lo que se va, la etapa que se cierra y la tormenta que se me viene encima.

Respiro profundo y voy deslizando el dedo por cada surco de carne y piel que mancha mi torso. Huecos y líneas; las cicatrices que tanto odio.

Las repaso una a una y cuando mi asco diario se consuma, abotono mi camisa y me anudo la corbata.

Por el rabillo ojeo la maleta de Mara y al lado una más pequeña, que es de Kelly.

—Todo va a salir bien, Ciro —la voz de mi esposa me sobresalta.

Entró al dormitorio y ni cuenta me di.

—Todo va a salir bien, sí —giro para besarle la mejilla. Las dos mejillas.

—¿Seguro no quieres que nos quedemos aquí contigo? —inquiere arqueando una ceja.

Niego, acariciando su frente.

—No es seguro. Y tampoco pienso quedarme aquí. Me iré a un hotel y estaré custodiado.

—Te vamos a extrañar —dice, haciendo un mohín.

—Y yo a ustedes.

Le toco la punta de la nariz y voy en busca de mi chaqueta.
Estoy tan inquieto que temo llegar tarde a la Corte.

—¿Cuándo vienen por nosotros?

Miro la pantalla de mi reloj táctil—. Ya están abajo.

—¿Cuándo vamos a volver a verte?

Sus ojos muestran aprehensión y Mara es tan transparente que no logra disimular la angustia que le genera despedirnos, así sea por un corto tiempo.

—Cuando consiga meter a Jordan, a su familia y a todos sus cómplices en prisión. Solamente cuando eso pase regresaremos a la casa.

Agarro mi portafolio y las dos maletas. Espero a que Mara salga primero del cuarto y la sigo a paso lento, bajando las escaleras.

Afuera, dos camionetas blindadas del FBI la esperan para trasladarla a ella y a Kelly a una casa de seguridad donde no la puedan rastrear, esté vigilada y protegida.

Ese fue el acuerdo al que llegué con los comandantes. Hacer hasta lo imposible para enjuiciar a Jordan pero a cambio obtendría extrema protección para mi familia.

Ahora se los van a llevar a una finca, alejados, custodiados y monitoreados y vaya saber cuándo vuelva a verlos.

—¡Papá! —Kelly me alcanza al pie de las escaleras y se abraza a mi cintura cuando estoy luchando para bajar su maleta—. ¡Papá no quiero irme!

Dejo ambas valijas y me arrodillo frente a mi hijo.

—Campeón —le revuelvo el pelo, pero en verdad se me parte el corazón al ver sus ojos llorosos y su actitud negada a marcharse—. Sólo será por unos días, en lo que papá termina un trabajo muy importante.

—¿Y porqué no vienes con nosotros? —pregunta con tristeza.

—Porque este trabajo lo tengo que hacer aquí, y mamá necesita descansar. Tomarse vacaciones en un sitio bonito, con parques para correr y jugar.

—¿Es por Erin? —indaga, frunciendo el ceño.

—Es por tu hermanita loca, sí —le sonrío y palmeo su mejilla—. Está toda revoltosa y por eso mamá necesita tomarse un descanso, aunque sea unos días.

—¿Crees que salga de su panza estando allá?

La relación lo llena de conflicto y confusión.

—No —río—. No lo creo. Pero sí le hará bien tomar mucho sol, respirar aire de campo y escuchar que mamá se ría todo el tiempo. Así cuando le toque nacer, saldrá de esa panzota toda contenta y de buen genio.

Sonríe.

Es la respuesta que necesitaba oír. De alguna forma necesitaba sentir que las cosas marchan en orden.

Es lo que hacemos los padres, pintarles arcoiris cuando en realidad se está desatando la más feroz de todas las tormentas.

—Okey...

—¿Te encargo la tarea de cuidarlas entonces?

Kelly asiente con frenesí.

—¡Claro que sí! —dice.

—Ese es mi campeón —sacudo las manos—. Dame un abrazote bien fuerte.

Estrujo a mi muchachito entre mis brazos y le beso la mejilla varias veces.

—Te voy a extrañar, papi.

—Yo también hijo, pero te voy a llamar muchas veces a diario, ya lo verás.

Sigo revolviéndole el pelo y me pongo de pie.

Al vestíbulo llega Darlene, que junto a Mara se marchan a la casa de seguridad. Viene acompañada de uno de los agentes.

—Señor Walker, tenemos que irnos ya —informa uno de los hombres, que con diplomacia se queda parado, a una distancia prudencial aguardando por ellos.

—Por supuesto —otro de los agentes se encarga de llevar las maletas a la camioneta y yo aprovecho a acercarme a Mara—. Cuídate mucho —la envuelvo en mis brazos y pego su torso a mi pecho—. Mara por favor, te lo ruego, no salgas de esa casa. Por ninguna razón —respiro profundo y le beso la coronilla—. Me muero si les pasa algo.

—Tranquilo Ciro —me separa y me mira detenidamente—. ¿Puedo preguntarte una cosa antes de irnos?

—Lo que sea...

—¿Quieres que te dé el divorcio?

Deslizo mis dedos por su mandíbula, su cuello y su nuca.

—¿Te quieres divorciar de mí? —murmuro.

—Esa no es una respuesta —replica.

—No, no lo es —concuerdo—. Pero sí es una buena pregunta. ¿Te quieres divorciar de mí?

—No —dice rápidamente.

—Entonces yo tampoco quiero —beso sus labios y tomo distancia.

Retrocede cuando el agente la llama. Kelly se agarra de su mano y ambos salen de la casa, junto a Darlene.

—Nos vemos pronto —digo, en el minuto que voltea y me saluda con su mano libre.

Inspiro hondo pero me cuesta. Tengo el peso de un ladrillo atascado en la garganta.

Despedirme de ellos es de las cosas más difíciles que estoy haciendo.
Ahora no tengo más remedio que agarrarme los pantalones, aguantar con bolas de acero la que se me viene y empezar la partida de ajedrez.




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