Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO

Después de registrarnos en el hotel, de guiar a Chase a una habitación simple y privada, de dejar el auto rentado en el parking y de cargar con las maletas por el elevador, al final las puertas de la suite Simba se abren de par en par.

—¡Esto es demasiado bonito! ¡Me encanta! ¡Me encanta! —Madison entra corriendo—. ¡Ay sí me encanta!

Le abre la cajita a Lola que sale con desconfianza, gruñendo y escupiendo todo a su alrededor.
Claramente la ambientación íntegra de la suite Lyon King no es de su agrado.

—A mí me fascina —Alex sigue a Madi, dejando su maleta a mitad de camino—. ¡Esto está para alucinar! —la veo girar y sacar su celular—. Mis amigas se van a morir de la envidia cuando les muestre lo que es este hotel.

—Está mucho más bonito que en las fotos de internet —Nicolas se para a mi lado y me entrega una tarjeta magnética para abrir la puerta de la habitación apartamento.

—Está hermosa —mis hermanos como torbellinos van de acá para allá y los escucho pelear por los dormitorios, mientras camino hacia el amplio ventanal adornado con lianas y helechos, que da al lago del mundo Disney—. Llevo ahorrando desde que Madison aprendió a decir princesas —se me llenan los ojos de lágrimas. Todavía me cuesta creer que vinimos, que él está aquí también, que gracias a él pude hacer el sueño de mi hija realidad—. Juntando dólar tras dólar en una lata de arvejas que mis hermanos no alcanzaran a tocar. Imaginando que un día me darían un gran caso con una buena paga y entonces podríamos venir a conocer Disney —siento su mano, posándose en mi hombro y su boca en mi coronilla—. Ahora eso es realidad, y sigo sin creerlo.

—Yo hago y doy lo que sea. Lo que tengo y lo que no tengo para hacerlas felices —apoyo la cabeza en su pecho y admiro el sol reflejándose en el azul de lago, con el Parque, lejando oficiando de fondo—. Siempre, bruja. Por ustedes... Doy hasta mi vida.

Sonrío tibiamente y el gritito de Madison es lo que hace que mueva la cabeza en su dirección.

—¡Hay un cuarto de la Guardia del León! —da brinquitos y no para de sonreír—. ¡Y la cama sale de la pared! ¡Y cuando la sacas de la pared es cama y si no la sacas es una mesa! —sus ojos celestes, redondos y brillantes están más abiertos que nunca.

—Me encanta que adores estar aquí, mi vida —nos agachamos los dos hacia ella y calentándome el alma, Madi nos envuelve en un abrazo fuerte y tierno.

—Gracias por traerme —dice alegre.

—Muchas gracias y todo muy bonito —Alex viene con cara de limón—, pero Christopher y Liam se quedaron con la habitación que tiene vista al lago y sauna.

Me encojo de hombros y me pongo de pie.

—Arréglense entre ustedes —replico—. La habitación de la Guardia del León es para Madison.

—Y la más grande —ella achina la mirada—. La que tiene una cama gigantesca...

—Es nuestra, pecosa —interviene Nico.

Como malcriada zapatea y bufa embravecida.

—Los voy a sacar de los pelos a estos dos —se va por el pasillito alfombrado directo a donde están mis dos hermanos—. ¡Yo quiero la del sauna!

—Tanto alboroto por los cuartos —murmura Nicolas con burla—. Pero pronto les va a importar una mierda qué habitación es de cada quién. Van a llegar tan agotados que se van a poner a dormir en el piso.

Respiro profundo al oírle.

Sé que las dimensiones de los Parques son extensísimas y eso que hay cuatro para visitar. Que las filas de espera aún con el pase rápido te demoran un buen rato para poder subir a las atracciones y que el calor abombante de la Florida pone su buen grano de arena para agotarte incluso antes de comenzar la recorrida.

—¿Entonces qué sugieres? —me pregunta él, agarrando su maleta y la mía y llevándolas a nuestro cuarto—. ¿Qué hacemos?

—Tú eres el experto. Tú viniste con tus padres.

Se ríe y se sienta en el borde de la cama ambientada en plena savana.

—Sí pero fue hace muchísimos años. Ya ni recuerdo —se queda pensando—. Podemos ir a comer al bar del hotel luego al parque. Es temprano y no creo que los muchachos quieran dormir con todo el alboroto que se traen.

—Es cierto.

—Lo que sí les digo es que... Se calcen unos buenos tenis, se pongan ropa muy ligera y mucho bloqueador solar —esboza una mueca maliciosa—, porque vamos a caminar de lo lindo.

—¡Charlotte me voy a morir! —los pelos cobrizos de mi hermana aparecen colgando sobre el marco de la puerta y enseguida se asoma su cabeza—. ¡En la programación de mi televisor sólo hay puro Disney Channel! —abre los ojos como una loca—. ¡Información de los Parques, horarios de los traslados a los Parques, entrevistas de los parques y los malditos dibujitos de Disney Channel!

Nicolas estalla en carcajadas—. ¿Y qué quieres zanahoria? Estás en Disney World.

—Quiero un chromecast para poder poner durante una semana a mi sexy Duque de Hastings en el televisor —se queda seria.

—Déjate de caprichos —la sermoneo—. Lo ves en el celular o directamente no lo ves y te dejas de joder.

Empujo suavemente sus hombros y la alejo del dormitorio.

—¡Pero...

—Estás haciendo lo que muchos matarían por hacer. Conociendo Disney. Alexandra, lo demás puede esperar, disfruta de esto que quizá no se vuelva a repetir.

—¡Pero es que no soporto ni a la Princesa Sofía ni a la Doctora Juguetes! —refunfuña.

—Pues apagas la tele y fin del problema. Ve a ponerte ropa cómoda y tenis. Vamos a ir a comer y luego al Parque.

—¿A Magic Kingdom? —expresa entusiasmada.

—Seguramente.

[...]

Me como el último trozo de pizza y ojeo a Madi. Cada dos minutos se levanta a servirse gaseosa, dulces y helados.

El bar del hotel es una perdición de azúcares y calorías. Hamburguesas, pizzas, salchipapas, gaseosas, helados, golosinas, hot cakes, wafles, más helados, más sodas.

El menú es literalmente una bomba atómica soñada para cualquiera.




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