Sugar Baby Libro 2

CAPÍTULO SESENTA Y UNO

 

CIRO WALKER

 

Veo a todo el mundo en shock por lo que acaba de pasar.

Hay murmullos, los periodistas no paran de filmar, cuestionar y fotografiar cada cosa que sucede.
Las personas se miran, se preguntan, se hablan y no entienden. Están entre la indignación y el alivio por saber que esto fue una batalla ganada.
Que lo que Jordan hizo frente al Juez es el máximo desacato a la autoridad; que puede ser condenado perdiendo el derecho a un juicio justo, que esta puede ser la última vez que vea la libertad hasta dentro de muchísimos años.

Miro a Nicolas, camina detrás de mi mesa como un león enjaulado y no es para menos. Si otra fuera la circunstancia y el escenario yo ni me hubiera detenido a sopesarlo, le habría arrancado de un tirón y con gusto la cabeza al malnacido que tuvo la osadía de amenazar a mi hijo o a mi mujer.
Peter está igual que Nicolas. Más que furioso totalmente desorientado.

Busco un chicle de menta en el bolsillo interno de mi chaqueta y me lo pongo en la boca.
Es mi vicio alterno cuando no puedo fumar.

Reparo en Charlotte cuando tengo oportunidad.
No me asombra verla pensativa, ida, con la vista fija en algún punto de la sala.
No demuestra miedo, no tiembla ni desfallece pero sé que su mentecita trabaja a mil.
La conozco.

Lo sobre analiza todo y en este instante me gusta que así sea. Que no se deje llevar por el fervor de este numerito que acaban de montar.
Que piense, piense y piense y comprenda exactamente lo que yo comprendí al ver el estallido de Hayden.

Que ese cabrón lo hizo a drede. Que es calculador y muy inteligente. Que manipuló a todos en la audiencia y que si alguien no le pone un puto freno de una vez va a seguir saliendo victorioso de cuánta mierda haga.

Mastico ahogando la rabia y cuando paso por el estrado pego en la madera sobresaltándola.

—Nos va a joder, Ciro —suelta con seriedad. 

—Y yo lo voy a destrozar —me toco el crucifijo de plata que guardo bajo mi camisa y que me adorna el pecho—. Lo voy a acorralar hasta que la única opción que tenga sea la de morirse lenta y tortuosamente. Te lo juro.

Sigo mi camino casi al trote, directo a la oficina central de Barry. Allí está Lisa. Una colega a la que respetaba pero que ahora no supera la categoría de arpía inescrupulosa.

—Ahora que los tengo a ambos —Barry cierra la puerta y pasa seguro—. ¿Qué atropello fue ese abogada?

Lisa simula frente a Mitchel que no entiende un comino y yo me armo de paciencia.

Mi madre me enseñó a nunca en mi vida agredir a una mujer, pero Lisa... Lisa se lo está buscando con la jugarreta que se mandó.

—Yo no lo sé Barry —cada ademán lo exagera—. ¡No sé qué le pasó! ¡Perdió absolutamente el control!

Hundo las manos en los bolsillos de mi pantalón. Estoy que ardo de bronca.

—Debió advertirle a Hayden —la sermonea—. Esto más que desacato es un crimen. Amenazar a una testigo en plena audiencia frente a un montón de periodistas...

—Un notable numerito de alguien que se mamó leyes en vez de las ubres de la madre —espeto con desdén.

—Ciro, ubícate —me reprende la muy cabrona.

—Abogados no los reuní con el propósito de generar disturbios entre colegas —intercede el Juez—. Sino que hay que llegar a una resolución cuanto antes porque lo de Jordan excedió límites.

—Pues la defensa pretendía aludir trastorno neuropsiquiátrico, Barry. Lastimosamente su chispa se encendió antes de tiempo.

Me cruzo de brazos, alzo la barbilla y respiro profundo.

Es eso o estrangularla. Y prefiero joderme pero llevarme a Jordan al infierno antes que enchastrarme con esta asquerosa codiciosa.

—¿Tiene un acuerdo en mente abogada? —insiste—. Este es el tiempo de plantearlo y llegar a una negociacion entre las partes.

Lisa toma aire y pone cara de aprehensión.

—La realidad es que esperábamos absolver a Jordan de los cargos y ofrecerle una internación de máxima seguridad en un reclusorio psiquiátrico, pero en vistas de lo que aconteció, es negociable una condena de veinticinco años, seguimiento obligatorio al obtener su libertad y negarle la posiblidad de libertad anticipada por buena conducta. Obviamente que sea juzgado como cargo único y no múltiples, no espero que mi cliente quede tras las rejas hasta el día en que se muera.

—¿Qué? —me echo a reír con el disparate que acaba de decir.

Los dos en la oficina me miran perplejos y yo sigo el impulso de aplaudir el descaro de Lisa.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—La bobada que mencionaste y lo bien que te la memorizaste.

—Ciro... —me advierte Mitchel.

—No voy a negociar ni a tratar contigo me acerco a Lisa—. El papelito que ya tenías armado con el pacto, te lo haces un rollito y te lo tragas o te lo metes en el culo —palidece, abre la boca para interrumpirme pero lo siguiente que digo es la cachetada final a su codicia—. Voy a hacer que sea uno de los pocos americanos en la historia de los Estados Unidos en obtener condena de muerte asistida.

—¿Qué? —estalla—. ¡Por Dios te volviste loco de remate!

—Hasta que no haya un documento firmado donde pacte el día y la hora en que ese perro se tenga que morir, no voy a parar —retrocedo hasta la puerta, quito el seguro y abro—. Nos volveremos a ver en tribunales, Lisa.

[...]

—Ciro necesitas calmarte un poco. Hay que pensar con claridad.

Doy vueltas y vueltas en mi oficina. Peter me sigue con la mirada.

Apago en el cenicero la colilla de mi... ¡Bah!
Ya ni sé cuántos cigarros me fumé en un rato.

—Ese cabrón malparido quiso joderme y me subestimó. Odio profundamente que insulten mi inteligencia.

Me paso la mano por el pelo. Estoy indignadísimo y agitado.
El corazón me bombea demasiado rápido y no me sorprendería morirme de un infarto aquí mismo.




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