Me voy directo al lobby ignorando incluso la alarma en la voz de Peter y hasta lo que me ha dicho.
Corro y me arrodillo delante de mi hija. La examino a detalle. Su pelo, su ropa, le toco las mejillas, la aprieto contra mí.
—¡Mamá! —se queja y se remueve para que la suelte—. Sólo nos fuimos un ratito —se me aleja y me enseña la mano derecha. Un bonito anillo de gatito adorna su dedo mayor—. ¡Mira lo que me regaló, Jean! ¡Es Lola!
Ajena a mis desbordantes y enfermizos nervios sale trotando y se va al living.
—Bruja... —Nicolas imparte distancia al observarme y me mira con una expresión preocupada.
Me enderezo, arremetiendo contra él. Le doy unos cuántos manotazos a su anorak.
—¡No vuelvas a hacerlo nunca más! —le reclamo como poseída por el mismísimo Diablo.
—Ey, ey —me toma con firmeza de las muñecas, frenando mi arrebato demencial—. Tranquila, nena. Salí con Madison. La llevé por un helado, le compré un obsequio y nada más. Chase fue con nosotros.
Hago un puchero y se me llenan los ojos de lágrimas.
Algún día voy a reventar como una bomba nuclear si esto no se acaba de una buena vez.
Ya no puedo vivir así.
No puedo.
—Jordan se dio a la fuga.
Se pone blanco como la nieve, abre desmesuradamente los ojos y sus pupilas se dilatan.
—¿Qué dijiste? —pregunta casi sin voz.
—Se escapó —empiezo a balancear la cabeza en un intento por calmarme—. Nos tenemos que ir. Nos vinieron a buscar.
—¿A dónde? —sus ojos sumidos en el impacto de la noticia recorren todo el recibidor y se detienen donde los míos, en Ciro, Peter y los dos vigilantes—. ¿A dónde?
—La Corte les otorgó el beneficio de entrar al programa de Protección a Testigos. Los vamos a llevar a una safe house.
Hiperventilo y con las piernas temblándome corro escaleras arriba.
Estoy demasiado bloqueada, aterrorizada y nerviosa como para pensar con claridad.
Del cuarto de Madison guardo ropa por inercia en la maleta intacta que trajimos de la Florida.
Lo mismo hago en nuestra habitación. Meto cosas sin sentido. Lo hago en un movimiento automático que no llega a controlar mi cerebro.
—Bruja, con lo que está en las valijas está bien —las manos de Nicolas sujetan las mías y se apropia del diccionario que estaba por guardar—. Hay ropa, medicación y nuestros documentos. Busquemos algún abrigo y larguémonos cuánto antes.
Me separa de la maleta y con rapidez guarda una muda de ropa de invierno para cada uno.
Lo mismo hace con la de Madi y conmigo siguiéndole de atrás baja las escaleras.
David alertó a mis hermanos que están asustados y desconcertados con bolsos de mano colgados a sus hombros.
—Nora, Owen —repito—. Y Lola. No nos podemos olvidar de Lola.
Madi me sigue, preguntándome qué pasa. A dónde nos vamos a ir, qué es lo que sucede...
Y para ella como puedo me armo de entereza. Me muestro dura, regia y forzando mi más espléndida sonrisa le explico que saldremos de vacaciones otra vez a algún sitio bonito y pintoresco.
Se convence, no del todo pero se convence y se entusiasma. Para Madison que la vida sea azúcar, flores y muchos colores es sinónimo de perfección.
Dando brincos va en busca de nuestra gatita y cuando la encuentra la trae dentro de su cajita de viaje.
—¡Yo no lo puedo creer! —la voz de Alexandra truena de furia—. Sinceramente no sé qué está haciendo de mal la ley que tiene a ese engendro ahorita mismo en la calle. Que tiene al malo libre y al bueno enjaulado.
«Es la ley de la selva de cemento... El más grande, fuerte y poderoso se devora al más pequeño, frágil y defectuoso»
[...]
La camioneta 4x4, moderna, blindada, especial del FBI nos traslada a los saltos. Nos lleva a la mitad de la nada. Una zona entre bosques y aridez.
No sé ni donde estamos porque los celulares se quedaron confiscados en la caja fuerte de David, dentro de la casa y no hay forma de rastrear la ubicación por GPS.
—En complicidad con Lisa Dawson, y dos enfermeras del Med Center Hospital que ahora están siendo buscadas por la policía e Interpol, Hayden se administró una píldora de cianuro de potasio, a la hora de la cena ayer por la noche en la prisión.
—Es lo que muestran en CSI —interviene mi hermana con asombro—. Es esa pastilla que te da una muerte falsa. Como un ataque cardíaco.
—Similar —el sargento comisionado del FBI que se nos presentó en la casa, se aclara la garganta—. Este fármaco paraliza las funciones del corazón por un lapso prolongado de tiempo. Son ilegales en comercio nacional pero son muy utilizadas como camuflaje de guerra. Cuando me enlisté para Afganistán, en las misiones se usaban para no ser aniquilado dentro de operativos que acababan mal. Hayden consiguió el acceso a la píldora, una cómplice le suministró la píldora de reanimación y se fugó de la unidad de cuidados intensivos.
—Conociendo los alcances de ese engendro —Ciro eleva la voz y yo presiono los audífonos en las orejas de mi hija, que duerme una siesta en mi regazo. La música no va a permitir que capte absolutamente nada de lo que está sucediendo—. Es muy claro contra quién pretenderá arremeter en primer lugar.
Todos reparan en mí y trago saliva.
La intensidad de sus miradas hace que se me forme un nudo en la garganta.
Estoy al tope y de repente me da un escalofrío.
Realmente Jordan me dijo en la Corte que se arrepintió de no haberme asesinado.
Y ahora me pregunto si efectivamente lo hará...
Las dos camionetas se detienen en el corazón de un bosque y montañas. Es el pintoresco y mismísimo medio de la nada.
Nos abren las puertas. Nick carga a Madi y bajamos.
Hay una cabaña literalmente tapada por los árboles y de pronto soy la protagonista de una película de suspenso y miedo, metida en una casa aislada del mundo, esperando a que mi verdugo sea castigado.